Dice un refrán popular que al que
Dios no le da hijos el diablo le da sobrinos. Como el mío da poquito la lata,
se conoce que, para compensar, a mí Satanás me ha dado un marciano. ¡Qué
agonía! Que si con este tiempo que hace en eso que los terrícolas llamáis
verano a quién se le ocurre salir a la calle; que si yo cruzo por donde quiero
y sin mirar, que para eso ya están los demás, que yo soy marciano y no tengo
porqué saber qué significan todas esas luces, esos dibujos horrorosos y esas
rayas en el suelo; que si quiero un helado de cocido lebaniego, que con este
frío es lo que más apetece, y no entiendo porqué no existen; que si ahora me
meto en un charco, ahora estoy cansado, ahora me aburro, ¿cuándo volvemos a
casa?... ¡Harta! Hasta la peineta me tiene.
Con la sana intención de que no
me volviera más trastornada de lo que ya vengo yo de serie, le propuse que
practicáramos el deporte nacional por excelencia y nos fuimos ‘de bares’. En
buena hora. Al principio parece que se sentía a gusto con la cosa de la ingesta
de alcohol y la sociabilización. Tranquilos, queridos, me aseguré acerca de su
mayoría de edad. De hecho, aún retumban en mis neuronas los berridos que me
pegó sobre no sé qué de los años luz, su viaje interestelar, la falta de
respeto por mi parte hacia unas imaginarias canas y algo acerca de pasar una
guerra de las galaxias que me resultó vagamente familiar. Pero tampoco, a esas
alturas, le prestaba ya mucha atención.
Como les decía, al principio se encontraba
a gusto y le pareció una práctica francamente interesante eso de ‘chatear’. De
hecho, acabó con el suministro de servilletas de un local desarrollando el
proyecto de unos mundiales de ‘chateo’, con memoria económica y todo, un
primor. Pero al cabo de un par de locales se le iba agriando el humor a la
criatura. Y es que las cervezas, porque bebe cerveza, hechas en Cantabria se le
iban subiendo un poquito al casco y tenía cierta preocupación por esa sensación
tan extraña, no fuera a ser que le estuviéramos queriendo abducir los humanos.
Qué gracioso, como si fuéramos capaces…
Le detallé los efectos que la
ingesta de alcohol con el estómago vacío produce en los sentidos y ahí se armó
la ‘marimorena’ ya que no se explica, el muy marciano, porqué, si tan nocivo es
beber alcohol con el estómago vacío, los humanos que venden esas pociones no
las acompañan con algo sólido, a ser posible comestible, con lo que ‘hacer
barrillo’ y evitar enfermar a los clientes. Ahí, he de confesarles, se me
escapó una lagrimilla de emoción y hasta de orgullo. Por un momento a punto
estuve de adoptarlo, no les digo más.
En este afán didáctico que he
descubierto últimamente, le expliqué que ese concepto, en realidad, ya existe y
se llama ‘tapa’. Que en otros sitios más civilizados que este donde ha ido a
parar es costumbre arraigada y que hay lugares, incluso, donde cada tapa es un
verdadero plato de alta cocina. Pero también le tuve que explicar que aquí el
concepto, salvo en contadas y honrosísimas excepciones, no terminan los
hosteleros de entender la importancia de esa pequeña inversión, que no gasto, y
se limitan a salvar el expediente con unas aceitunas o unas patatas fritas, en el mejor de los casos.
“¿También en estos tiempos de
crisis en los que hay que ‘pelearse’ al cliente?”.
Creo que la resignación pintada
en la cara de esta santanderina fue suficiente respuesta.
(Publicado en Gente de Cantabria el 4 de julio de 2014).
(Publicado en Gente de Cantabria el 4 de julio de 2014).
No hay comentarios:
Publicar un comentario