miércoles, 7 de octubre de 2009

Abracadabra



(Por culpa de la escasez de ideas que me produce la caló, tengo esto como el desierto de Gobi, así que, tomando ejemplo de mi amigo y musa Regino, he decidido volver a publicar un articulito que ya tiene unos años -es de la época en que echaban Crónicas Marcianas, no os digo más- pero que haciéndole unos remiendos aquí y allá espero que os guste. Y si no, las reclamaciones me las váis dejando apuntadas en la barra de hielo, amores).





A estas alturas, nadie puede negar que Crónicas Marcianas (y me refiero al programa de Javier Sardá, no a los estupendos escritos de Ray Bradbury) cumple con una labor didáctica de calidad. ¡Lo que se aprende viendo ese programa! Ayer mismo (el lunes pasado, para cuando leáis esto) emitieron una bárbara lección de ginecología recogida por el gran Martí Galindo, que reiros de los documentales de la 2. ¡Reiros, coño!

De eso precisamente trataba la lección, de coños. Y más concretamente, del coño de Bárbara, una señorita que un buen día decidió “hacer algo novedoso, que no se hubiera visto antes” con el suyo, para disfrute, babeo y estupefacción del personal, masculino mayormente, de una sala de fiestas. Que ya se sabe, ellos disfrutan, babean y se estupefactan con mayor facilidad por estas cosas. Animalitos.

Pues bien, la innovadora criatura, desoyendo los consejos de don Miguel de Unamuno, y en vista de que esto del soubisnes está muy masificado últimamente y plagadito de petardas que se están haciendo millonarias vendiendo la cuantía y calidad (¿) de sus coitos, decidió inventarse un espectáculo en el que hacer lo que le saliera del coño. O mejor dicho, hacer que le saliera del coño toda clase de cosas, a cada cual más extravagante si tenemos en cuenta el receptáculo. Así, esta futura Sarah Bernarth, y si no al tiempo, saca de su cuerpo salchichas, huevos (las risas eran arriba, aquí no proceden), una ristra de chorizos (un poquito de seriedad que la artista se está jugando el físico), una hilera de banderas, una larga colección de pañuelos o más de una docena de cuchillas de afeitar unidas por un cordel.

Y claro, esto, a una le hace pensar. Y no porque no sea consciente de las cosas que pueden salir de un coño siempre y cuando funcione en plan máquina tragaperras, es decir, se mete el importe adecuado y de allí salen visones, chalets, coches, cuentas en Suiza (o en Caja Albacete, dependiendo de amor patrio de cada quien y de su nivel adquisitivo). En fin, que un coño da pa' mucho. No, no era eso lo que me hizo pensar. Fue más bien la elección de los objetos lo que me metamorfoseo en filosofa de baratillo.

Porque una puede comprender la sutil metáfora que suponen los huevos, los chorizos y las salchichas. Hasta ahí, la cosa no pasa de ser previsible y, con un poco de suerte, fuente de chistes de dudosa fortuna. Lo que me tiene preocupada es la intencionalidad del resto de los objetos. Y que Santa Teresa me perdone por mezclarla en estos avatares, pero vivo sin vivir en mí y, además, de alquiler.

¿Qué oscuras razones subconscientes tiene esta buena mujer para introducir en su número y en su coño una hilera de pañuelos? ¿Acaso la epidemia de gripe que pulula por España? ¿Le mueve el interés por la salud de sus conciudadanos y el estado del moco patrio? Si, ya sé que esto último ni ha sido sutil, ni siquiera de buen gusto, pero qué quereis, me estaba imaginando la operación de ofrecimiento de pañuelo ante un estornudo y no he podido por más que ponerme pelín soez. Ya entiendo yo que vosotros, mentes cultivadas y tal, no os pongais en situación, pero pensad que peor sería si fuesen paquetes de kleenex. Por la dificultad, más que nada.

Las cuchillas de afeitar también tienen su miga, también. Aquí, probablemente Freud tuviera más y mejores cosas que decir que yo. Porque claro, lo primero que le viene a una a la mente es el peligro que entraña la hazaña. Ella parece que lo hace sin mayor aspaviento, con una sonrisa llena de dientes, que parece más propia de una película de caballos que de un espectáculo de estas características, si obviamos, claro está, aquello de la sonrisa vertical, aunque creo que esa dientes, lo que se dice dientes, no lleva. Pero a pesar de la aparente facilidad de la criatura para el manejo de la cuchilla, ella misma confesó que visita con frecuencia los hospitales, aunque ahora no puedo recordar si dijo que iba a urgencias o a psiquiatría... En cualquier caso, lo mismo da. Aquí lo interesante sería descubrir porqué la elección de las cuchillas y lo más importante, si ese subconsciente bailarín se ha olvidado alguna vez una dentro, con el peligro que eso entraña a posibles curiosos de este fenómeno desafiante de las leyes de la física.

Ahora bien, lo que me tiene francamente preocupada son las banderas. Como está el patio últimamente no me negareis que es meterse en camisa de once varas. Que por una tontería se puede armar la de dios es cristo. Porque claro, la primera lectura y tan evidente que me está dando la risa, es que la buena de Bárbara se pasa las banderas por el coño, versión femenina del tradicional forro de los cojones. Y ya está el lío montao. Además, siempre existe el peligro de haberse dejado en el baúl de los recuerdos alguna nacionalidad y buenos son los líderes mundiales para sus cosas, que por menos de eso te mandan un B52 y ahí te las apañes. Y ya metida en harina, consulto conmigo misma (es decir, con mi mismidad) ¿Habrá incluido la bandera de Cuba o se habrá sumando al boicot yankee? Me está dando en la nariz que josemarimirusté va a tener más trabajo del que pensaba desfaciendo entuertos diplomáticos, aunque siempre puede mandar a Zapatero que le veo yo más en el papel que al del esguince de cuello.
A ver, que ya vuelvo de los cerros de Úbeda. Espero que a la muchacha no le de por incluir en su número un bote de polvos de talco porque veo que se le presenta en la sala la Quinta Flota al completo para aplicarla la operación Libertad Duradera a base de bien.

Total, que estoy impactada. Y convencida de que esta Houdini moderna tiene un futuro más que prometedor a la vista de lo que da de sí un coño. Y si no, que se lo digan a José Manuel Jimenez de Prada, aunque lo suyo es otro cantar.