Venía yo hoy a contarles,
queridos míos, sobre mi afición taurina, ya que el mismo día que esta Magnolia
llegue a sus manos dará comienzo la Feria de Santiago. Bueno, en realidad no,
lo que se dará es el disparo que nos permita pensar que estamos en fiestas
después de que una amalgama de adultos vestidos de lagarteranas y
pertenecientes a las peñas varias le hayamos hecho el trabajo sucio al alcalde
de entretener al respetable recorriendo el Paseo de Pereda a ritmos imposibles
mientras él tiene a bien llegar al balcón del Ayuntamiento a soltar el
discursito de rigor y el chupinazo con el que todos entramos en trance y en
fiesta.
Y es que no es cierto que dé
comienzo la Feria, porque lo que son corridas de toros, incluyendo en el epígrafe
los rejones, que ya es mucho incluir, no dan comienzo hasta el domingo. Cosas
de la crisis, los recortes, la inoperancia y la madre que nos parió a todos,
porque las culpas, en este caso, son a repartir.
Que digo que venía yo a esto
cuando se me ha cruzado por en medio la celebración de la Virgen del Carmen. Y
vengo más indignada que los del 15M.
Vaya por delante que yo soy muy
respetuosa con las creencias o ausencia de las mismas de cada quien. ¡Faltaría
más! Pero también, y por esa misma razón, respeto las celebraciones de todo
tipo de cosas, procuro entenderlas y
hacerme una con el universo, tirar de karma y de paciencia, y darlo todo por la
paz y el desarme, que dice mi amiga Blanca.
(Si las más insignes plumas del periodismo patrio tiran de mucamas o
‘mariliendres’, no voy a ser yo menos, así que tiro de amigas).
Total, vengo más cabreada que
Esperanza Aguirre después de una declaración de Pablo Iglesias. El de Podemos,
claro está.
Una, que es muy de iconos y de
celebrar todo aquello que sea menester, tiene por costumbre acudir a la
procesión vespertina del día del Carmen. A otros les da por afeitar bombillas.
Ahí, cada loco con su tema. Y en esas estaba, con mi atuendo marinero y mis
habaneras, apostada en la mismísima esquina de Hernán Cortés con Casimiro Sainz,
esperando ver llegar a la ‘estrella de los mares’ y su corte terrenal,
aguantando indocumentados dando lecciones de ignorancia inversamente
proporcionales, como suele pasar, a sus conocimientos y lo agradable de su voz,
cuando tuve, tuvimos todos los presentes, la ocasión de presenciar lo que fue
una lección de mala educación y falta de respeto muy STV. Para los foráneos,
esas siglas significan ‘de Santander de Toda la Vida’ y dan fe de lo rancio del
abolengo del ciudadano de esta nuestra ‘pequeña aldea gala’.
Por una parte, el hijo del
altísimo, sí, esta vez sí me refiero al alcalde de todos los santanderinos (mal
que nos pese a algunos), o su representante en la tierra o comisión
organizadora, no tuvo a bien cortar los dos sentidos de la vía, con lo cual
aquello era un ‘sindiós’ de vehículos a motor pasando por un carril mientras
los procesionantes transitaban el otro. Pero, no contentos con esto, a los
santanderinos y santanderinas que les importaba una higa la procesión les
parecía lo normal cruzar por en medio de las gentes que, cargadas a hombros con
imágenes sacras, hacían lo que podían por esquivarles, semáforo abierto va,
semáforo abierto viene, entorpeciendo el discurrir de la misma.
¿Qué soy exagerada? Todo lo que
ustedes quieran. Pero respetar a los demás, derrochar educación (¡que no se
gasta, oigan!), guardar y hacer guardar un orden cuando se ha dado permiso para
hacer una actividad, me parece lo mínimo que se puede pedir.
A mí la Semana Santa, la
cabalgata de Reyes, los Carnavales o la Virgen del Mar, pongamos por caso, me la traen al pairo, pero no se me ocurriría
ir a entorpecer su celebración o a molestar a quienes quieren disfrutarlos.
Tampoco podría, que ahí sí que el Ayuntamiento tira la casa por la ventana y
todo es orden y concierto.
Disculpen, que me ha entrado la
risa floja y les voy a tener que dejar. Bienvenidos al territorio comanche.
(Publicado en Gente en Cantabria el 18 de julio de 2014).
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