Parece mentira
que con tanto rato como llevamos los seres humanos en danza sigamos fuertemente
‘acharranchados’ al adagio de que el hombre es el único animal que tropieza dos
veces con la misma piedra. Digo que parece mentira no por confianza en la
evolución de la humanidad, que solo se da a ratos, sino por el número de
tropiezos, que lo veo francamente escaso.
Miles de años
evoluciona que te evoluciona para llegar
a la situación de hoy mismo que, si exceptuamos las vestimentas, los avances
tecnológicos y poco más, difiere en poco del panorama que debieron disfrutar
los neardentales. Algo debió fallar en la conexión espacio tiempo y sin darnos
cuenta nos colamos en un bucle y ahí seguimos cómodamente instalados viendo la
vida pasar.
Que alguien me
explique si no cómo es posible que actualmente haya casi una treintena de
países en guerra; 159 países y territorios cometen abusos contra los Derechos
Humanos, de los cuales: 112 someten a torturas a sus ciudadanos; 101 reprimen
el derecho de su ciudadanía a la libertad de expresión; 80 someten a personas
a juicios injustos y sin garantías; en
57 países se detiene a presos de conciencia; en 21 se sigue aplicando la pena
de muerte; en 36 países mujeres, hombres y niños son desalojados de sus
viviendas; en 31 se producen desapariciones forzosas; en todo el mundo 12
millones de personas son apátridas y hay 15 millones de personas en la faz de
la tierra registradas como refugiados. Estas cifras proceden del Informe Anual
de Amnistía Internacional del año pasado y se corresponde a la recopilación
hecha por la organización en 2012.
Fíjense,
queridos amigos, que allá por el siglo II antes de Cristo Tito Maccio Plauto ya escribió en su ‘Comedia
de los Asnos’ aquello de “lobo es el hombre para el hombre, y no hombre,
cuando desconoce quién es el otro” que más tarde, mucho más, en 1651, rescataría
y popularizaría Hobbes en su obra ‘Leviatán’. (Desde aquí les digo que
me corroe la envidia con la capacidad que tenía este par para poner títulos a
sus obras). Más allá de demostrarles mi facilidad para utilizar la Wikipedia
(no vayan a confundirme con una erudita, hasta ahí podíamos llegar) lo que
pretendo señalar es que el diagnóstico lleva hecho más tiempo que el cardado de
Pitita Ridruejo y, pese a ello, el remedio se ve cada día más lejos.
Porque hasta
aquí hemos hablado de conflictos armados, juicios administrativos, asesinatos
legales, desapariciones… pero no hemos entrado en otras violaciones de derechos
y otras tropelías que los hombres con poder ejercen sobre los que no lo tienen.
Y podríamos hacerlo. De hecho, de primera mano. Podríamos hablar de la
destrucción de un sistema sanitario en el que todas las personas tenían cabida,
gratuito y de calidad y en el que no se emitían facturas hospitalarias a la
familia de una fallecida por negligencia igualmente hospitalaria; de una
educación también universal y de calidad en la que se igualaban las
oportunidades de los hijos del obrero y del patrón, y que igualmente ha sido
desmantelada; de un sistema de protección social en el que las personas más
desfavorecidas tenían un ‘colchón’ que salvaguardaba su vida y su dignidad; de
la libertad y la dignidad de las mujeres, esa parte de la sociedad a la que
están devolviendo a épocas oscuras en las que eran poco más que un
electrodoméstico multiusos que lo mismo paría hijos para conservar la especie
que hacía un puchero para alimentarla; de personas a las que se les discrimina
por su opción sexual mientras se les exigen los mismos deberes que al resto y,
de paso, un poquito de decoro, que hay niños; de niños pasando hambre porque es
mejor eso que se les visibilice como ‘pobres’…
Ha vuelto la
España en blanco y negro en la que el hombre es un lobo para el hombre. Con
todo mi respeto para los pobres lobos que no tienen nada que ver en todo este
‘fregao’. Las metáforas son así.
(Publicado en Gente en Cantabria el 11 de julio de 2014).
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