viernes, 27 de febrero de 2015

El mago de Oz



Calzarse unos zapatos rojos de rubíes, además de dificultar muchísimo el paso, es una excentricidad como la copa de un pino que solo tiene un pasar si se es Dorothy Gale y se va buscando al mago que le saque a una de la pesadilla en la que se ha visto inmersa por salir a zascandilear en vez de estarse quietecita en su cama, como harían las niñas buenas.

Las niñas malas, sin embargo, somos más de tirar por la calle de en medio, hacer de nuestra capa un sayo y lanzarnos a la aventura, cuánto más excéntrica mejor, sin necesitar de una escapada de Totó que justifique la empresa.

Así que calzada con los zapatos rojos, plagaditos de rubíes, me lancé a la aventura de buscar somewhere over the rainbow, donde los problemas se deshagan como gotas de limón. ¡Qué agujetas, por dios! Prueben a trotar por un camino de baldosas amarillas, con lo que eso resbala, pertrechados con unos taconazos que muy a gusto firmaría Manolo Blahnik y no podría adquirir ni la Lomana de cash hasta las orejas y luego me cuentan de qué se ríen.

Para colmo de males, mientras me sentía más Dorothy que la mismísima Judy Garland, me vi obligada a salvaguardar mi precioso calzado de los ataques de las brujas malas del Sur. Ya, ya sé que en el cuento las brujas malas son del Este y del Oeste, pero este cuento es mío y lo deconstruyo cuando quiero.

Las brujas malas del Sur son seres que pueblan mi camino diario de baldosas amarillas. En realidad, todo el camino no, solo ese trecho en el que es relativamente sencillo adquirir los complementos necesarios para los Blahnik y en el cual si no eres capaz de articular palabra mientras le das vueltas en tu boca a la bufanda de Lenny Kravitz no eres bienvenido.

Seres que se empeñan en interpretar a su modo el respeto al medio ambiente y vacían los cubos de agua de fregar sus palacios en las raíces de los árboles de ‘su’ jardín. Son malas pero trabajadoras. Malas pero torpes. La espuma que rebasa las raíces arbóreas cuando llueve las delata.

Y la cosa no mejora cuando avanza el camino. En mi cuento, el espantapájaros sin cerebro, el hombre de hojalata sin corazón y el león cobarde, se conoce que a causa de los recortes, se hacen uno y trina. Trina hasta aburrir a las amebas. Y se caga, aunque no en las cabezas de los viandantes. Se caga en nuestros derechos, en nuestra dignidad, en nuestra inteligencia.

Ya no quiero encontrar al mago. Prefiero una buena escoba para limpiar tanta mierda de Puerto Chico. 


(Publicado en Gente en Cantabria el 27 de febrero de 2015).

viernes, 20 de febrero de 2015

Torpe pero honrada



Les comunico, queridos, que se me está acabando la paciencia. Que ya sé que no va a caer la bolsa tras esta aseveración y mucho me temo que su sístole y su diástole ni se hayan inmutado. Pero me gusta a mí tenerles al día de mis cosas, que a quién se las voy a contar si no.

Miren que yo me esfuerzo por desasnarme y comprender este convulso mundo y les doy la paliza preguntándome toda clase de perogrulladas a ver si así logro parecer normal, aunque solo sea los días pares, pero nada. No hacen vida de mí. Y no es culpa suya, conste, es que nos lo ponen muy difícil.

viernes, 13 de febrero de 2015

Mucho más que cincuenta sombras



Yo no sé de qué se extraña la gente, así, en general. De verdad. A estas alturas del cuento parece hasta mentira que tengamos capacidad de anonadamiento, de la de asombro ya ni les cuento, pero la cosa es que la tenemos. Debe ser de esas cualidades capaces de regenerarse por sí solas cuando parecen destruirse. Como la cola de las lagartijas, vaya.

Vamos a ver, ¿en serio pensaban que alguien que viva en el siglo se va a asustar, escandalizar o siquiera va a hacer el amago de levantar la ceja ante unas imágenes, controladas en lo estético, de un poquito de dominación consensuada aliñada con más lujo y cuidado que la habitación de juegos de los infantes de la familia real inglesa?

Pues si alguien lo pensaba, enhorabuena. Mantenga impoluta su inocencia y aislada la cueva donde habita. Solo así conseguirá permanecer feliz.

Gracias al cielo y a la evolución de la especie, que no siempre atina pero tiene sus momentos, la evolución digo, las cuestiones sexuales hace tiempo que dejaron de ser tabú para la mayoría de los humanos civilizados. 

Pero esperen, que se me olvidaba otro motivo. Gracias al cielo, a la evolución de la especie y a lo acostumbrados que estamos a las formas menos lúdicas de dominación y sadismo. Tan acostumbrados que podría decirse que nos ha salido callo en el alma y hemos sacado a orearse al masoquista que llevamos dentro. Si no, no se explica que aún se nos pueda llamar civilizados y no haya sido necesario hasta ahora, no lo descarten para un futuro próximo, construir más cárceles o manicomios, con lo que supondría de recuperación para el sector del ladrillo y la recuperación de la economía. Depositen aquí su carcajada. Gracias.

Díganme sino cómo es posible que cualquier evento deportivo, siempre que sea futbolístico o de organización interna de los partidos políticos, tiene más en vilo a la plebe que varios cientos de personas desaparecidas durante un trayecto en patera hacia un mundo que imaginan mejor; cómo la fecha del estreno de la última serie televisiva de moda nos mantiene más atentos a nuestras pantallas que los datos acerca de la pobreza, no les digo ya en otro continente y más allá del Atlas sino de nuestros propios convecinos; cómo no llegamos a horrorizarnos por la muerte y la destrucción que provoca una guerra, conflicto armado le dicen, de tan acostumbrados que estamos a sobremesas atestadas de cadáveres lejanos.

Maltratados y humillados nos sentimos complacidos por ello, calientes y cómodos en nuestro refugio. Eso en mi pueblo es masoquismo del bueno. Qué nos van a escandalizar a nosotros cincuenta sombras por muy grises que sean.


(Publicado en Gente en Cantabria el 13 de febrero de 2015).

viernes, 6 de febrero de 2015

No eres tú, soy yo



La sentencia que encabeza esta magnolia pasa por ser de esas aseveraciones que pretenden hacer más llevadero un desengaño amoroso. Es una frase tramposa que no cumple, salvo en casos con un pronóstico grave tirando a irresoluble de estulticia, su cometido. Quizá alguna vez, en aquel tiempo en que los animales hablaban, alguien la dijera sinceramente convencido de ser el culpable de un fracaso emocional. Puede ser, pero no se guarda testimonio que asegure que fuera. 

Pero no quería yo torturarles hoy con las razones que no tiene el corazón, que yo no sé escribir de amor, ni de casi nada, no se vayan a creer. Pero, vamos, que de amor menos que de nada. 

La frase me vino a la cabeza mientras escuchaba la radio (¿qué haría yo sin la radio?) y una mujer, desempleada en búsqueda activa de empleo, contaba cómo le habían denegado uno por estar “sobrecualificada para el puesto”. No me digan que no es como para acordarse de la frasecita y de docena y media de ancestros de alguien, ahí, a lo loco. No eres tú, que estás más que preparada para este puesto, de hecho, estás tan preparada que nos sobra la mayor parte de tu preparación, qué digo la mayor parte, nos sobra casi toda, somos nosotros. Nosotros, que no necesitamos a nadie tan preparado para cubrir este puesto que no te merece y que tenemos un miedo cerval a que con tu cualificación vaya a resultar que te aburra el trabajo y no rindas como es menester o, lo que es peor, te dediques a enredar.

No eres tú, que necesitas el trabajo, este o el que sea, porque tienes la burguesa costumbre de comer tres veces al día y el capricho de pagar tus facturas, que dónde se habrá visto eso. Somos nosotros, que pasamos por alto que cuando has leído la oferta del puesto, y con esa sobrecualificación que tienes, ya te habrás dado cuenta de que no te ofrecemos el trabajo de tu vida.

No eres tú, una de los cuatro millones y medio de desempleados de este país que no ven luz a ningún lado del túnel, somos nosotros los que, tras una reunión de especialistas en recursos humanos, coaching y retórica de emergencia, decidimos qué eufemismo utilizar para hacer más llevadera la decepción que conlleva cualquier negativa y no digamos si es laboral.

A mí, qué quieren que les diga, todo esto me sigue pareciendo tramposo. Tras esa supuesta conmiseración encuentro que se oculta un enorme egoísmo y una tremenda cobardía. Pero eso son cosas mías, que tengo este carácter. 

No sé de qué se ríen. Ya les dije que no sé escribir de amor.


(Publicado en Gente en Cantabria el 6 de febrero de 2014).