Vengo esta
semana contenta pasada. Por fin Mariano nos ha dado una buena noticia que, ahí,
en plan matrioska, traía otra dentro.
Miren que es difícil que Mariano nos dé alegrías, pero toda regla tiene su
excepción, y ya ven por dónde, el Gobierno ha decidido dejar de lado (cuidado
ahí) la reforma de la Ley del aborto. Y como la regla y la excepción, a todo
cerdo le llega su San Martín, así que en este estupendo dos por uno, Gallardón
se ha enfurruñado y se ha largado a su casa con el Scattergories bajo el brazo,
dejando tanto descanso como paz le deseo que lleve.
Pero claro, la
felicidad nunca dura mucho en la casa del pobre. Pasado el primer instante de
alegría y alborozo, volvió la realidad, que es más terca que una mula, a campar
por sus respetos. Porque la contrarreforma que le encargó Mariano al señor ese
que nació póstumo y luego dimitió era solo una batalla más en la guerra que el
Partido Popular tiene contra las mujeres. Y aunque puede parecer una frivolidad
mía, no lo es. Nada menos que 71 diputados del PP lo corroboraron el día que
pusieron su firma en el recurso de inconstitucionalidad presentado por ese
partido a la Ley de plazos vigente. Ese recurso sigue vivo y no parece que haya
intención de retirarlo. No me podría alegrar más de errar en un pronóstico.
Hace unos
meses, concretamente el pasado 23 de mayo, me preguntaba en esta misma sección
qué será eso tan gordo que les hemos hecho las mujeres a estos chicos tan
tiesos del Partido Popular. Y sigo sin respuesta. Pero me he dado cuenta de lo
injusto de mi planteamiento. Porque por lo visto no solo se lo hemos hecho, sea
lo que sea, a los de la alegre muchachada, sino también, por lo visto, a unos
cuantos más, que están los ‘monseñores’ que no dan abasto a soltar lindezas por
esas boquitas de piñón. Claro que su carencia de carnet de militantes no quiere
decir nada, ahora que lo pienso.
No quisiera
cansarles, más, con cada salida de pata de banco con las que sus eminencias
reverendísimas tienen a bien distraernos los días, pero no puedo pasar por alto
el último rebuzno de ‘monse’ Reig Plá, a la sazón, obispo de Alcalá de Henares.
Ha declarado él, que es de mucho declarar, que el Tren de la Libertad no
debería llamarse tal, “sino el tren de la muerte, del holocausto más infame”. Y
se ha quedado tan reverendísimamente a gusto.
Qué quieren
que les diga. A mí eso de comparar el Tren de la Libertad, que les recuerdo fue
una iniciativa de un colectivo feminista asturiano contra la contrarreforma hoy
felizmente retirada a la que se sumaron miles de mujeres y hombres, benditos
sean, de todo el país, compararlo digo, con los trenes de Auschwitz me parece
de una bajeza moral digna de primer premio en un concurso de bajezas morales.
Por no hablar de lo escasitas que andan la afirmación y la eminencia afirmante
de la tan cacareada caridad cristiana.
De momento,
salvamos la Ley de plazos, pero no podemos bajar la guardia, ni en este tema ni
en todos esos otros que nos están abocando a las mujeres a volver a ser
ciudadanas de segunda.
(Publicado en Gente en Cantabria el 26 de septiembre de 2014).
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