En un país como este en el que
hay más tontos que ventanas no iba a quedarse la fiesta taurina sin su parte
alícuota de dichos especímenes. No hombre, no. De hecho, tengo la teoría de que
alrededor del albero se dan con más facilidad que en otros ecosistemas y crecen
más lozanos y hermosos.
Aquí va un inciso para que no
haya confusiones. Esto no es una crónica anti taurina, nada más lejos. Así que
si quieren dejar de leer, esta es su oportunidad, luego no quiero lloros.
Dicho esto también les aviso que
no van a leer crítica taurina alguna. No me atrevo. Mi respeto por la
tauromaquia y por Joaquín Vidal me lo hacen imposible.
Pocos espectáculos, por no decir
ninguno, tienen un protocolo más completo y rígido que el de las corridas de
toros. La monarquía inglesa, si acaso. Y pocos, por no decir ninguno, nos los
saltamos más ‘a la torera’. Eso sí, lo hacemos de forma organizada. Empezamos a
molestar ya en el momento de entrar a la plaza. Para eso somos de lo más disciplinados.
Saltándose el Reglamento, (porque
existe regulación para los espectáculos taurinos, sí, señora, existe), que dice
que mientras se esté desarrollando la lidia nadie puede acceder ni abandonar su
localidad, muchos visitantes del Coso de Cuatro Caminos lo convierten cada
tarde en un ir y venir de modelazos que ríanse ustedes de la Semana de la Moda de
París.
Durante la lidia no crean que
mejora la cosa. Espectáculos etílicos acentuados por el calor aparte, no hay
tarde de toros que no le menten la madre a los componentes de la banda de
música. Y aquí no podemos tirar de reglamento, porque este no dice nada al
respecto, pero sí el uso y las costumbres. Verán, tradicionalmente la música
durante una faena es un ‘premio’ al torero que lo está haciendo bien. Y para
ello, el sentido común nos dice que hay que esperar a que el matador haya
mostrado un poquito de su arte. Vamos, que por coger la muleta con mucho estilo
no se va a arrancar la banda a tocar ‘Nerva’ como si no hubiera mañana y Manolo
Vázquez, de purísima y oro, volviera a despedirse en La Maestranza.
Pues no hay forma. A la que el
torero trinca los trastos y da cuatro pasos hacia el morlaco, Euterpe se
apodera del escaso raciocinio de algún seguidor de veredas que, tirando de
cuerdas vocales a todo lo que dan, se dirige a la banda y les exige que
procedan, acompañando su requerimiento con algún piropo del estilo de ‘vagos’ o
‘comedores’. Eso cuando no les da su docta opinión acerca de la moral de sus
respectivas progenitoras. Que digo yo que si tanto les gusta la música por qué
en vez del abono de la Feria no se sacan uno del FIS y descansamos todos. Pues
ni modo, oigan.
Llegados a este punto y si todo
va bien, en el momento de abandonar la plaza el respetable, y los demás, les
quedará a los empleados de la empresa volver ‘cristiano’ el graderío, que no
crean que es trabajo fácil. Hay tardes que Atila y sus hunos se hubieran
avergonzado del estado en que ha quedado.
Estaría bien que al igual que se
reparten cada tarde publicaciones taurinas, abanicos y gin tonics, se editara
un manual de qué hacer y qué no cuando se va a presenciar una corrida de toros.
Eso sí, con poco texto y muchas fotos, adecuado a la capacidad intelectual de
las amebas, para no agobiar a nadie.
Aquí les dejo, queridísimos, que
me voy a los toros. Hoy no habré hecho muchos amigos con esta Magnolia, pero me
he quedado más a gusto que en brazos. Y eso también cuenta.
En septiembre nos vemos. Séanme
buenos.
(Publicado en Gente en Cantabria el 24 de julio de 2014).
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