lunes, 28 de abril de 2014

Y con ella llegó el escándalo



Andaba yo últimamente inquieta y no sabía la causa. Como casi cada año desde hace ya alguna década que otra, era llegar la primavera y, oigan, que no es que se me indisciplinara la razón, que la pobre no está para hacer alardes, es que me entraba una desazón, un comecome, un yo qué sé, un qué sé yo. Por regla general,  la conclusión es que entre la astenia primaveral, el cambio de hora ese endemoniado, la primavera y su alteración sanguínea y que se va acercando el momento de cumplir con Hacienda, pues qué quieren, este cuerpo serrano y estos rizos se encrespan de tal manera que ni una ensalada de lexatines es remedio suficiente.

Pero este año notaba una los rizos más encrespados que de costumbre (no les quiero contar, queridos, el pico que se ha ido en keratinas y llongueras), tanto que estaba ya poniéndome en lo peor y pensando que me estaba volviendo una persona normal. Hasta que me ha dado por repasar el blog y claro, ya está, si era sencillo. Lo que tenía en un ‘mono’ de charlar con ustedes, amadísimos, ignorados y pacientes amigos, que si lo dejo crecer un poco más, me le dan alojo, al mono digo, en ‘La casa de los gorilas’ esa que ha resultado que ni es ilegal ni nada.

Prácticamente un año hacía que no le quitaba el polvo al cuadernillo este donde les cuento mis cosas y, claro, me he puesto a orear y a hacer limpieza a fondo y he montado la de Dios es Cristo, que hasta para la cosa del sacrilegio soy yo muy propia y en Semana Santa como que me iba bien. De momento, me libro de que me desalojen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. O el ‘segurata’ del supermercado, que para el caso vale. Pero me he tenido que buscar un espacio alternativo mientras ventilo y se le pasa el cabreo a los vecinos y, mira tú por dónde, pues he venido a dar con los huesos en este lugar tan apañado. Que, oigan, para alguien que escribe el tener un espacio en papel es, qué les digo yo, como si te mudaras a pleno centro del Paseo Pereda. Qué digo. A Castelar, que en las metáforas tampoco es que haya que estar escatimando. (Si algún amable y despistado lector no conoce Santander, hágase la idea de que le hablo de la Gran Vía madrileña, el Paseo de Gracia barcelonés o la Quinta Avenida neoyorkina. O sea, pastizal a cambio de cuchitril. Pero todo con mucho estilo, mucho glamour, y muchos diminutivos de esos que quedan elegantes).

Como todo juntaletras que se precie, e incluso quienes no nos tomamos en serio ni a primera hora del día, yo también siento terror ante una hoja en blanco, pero se me pasa enseguida, como ya se habrán dado cuenta. Tan rápido se pasa que para cuando quiero ponerme a contar lo que venía a contarles, ya no tengo ni espacio ni puñetera idea de qué les quería hablar.  Váyanse acostumbrando, queridos míos, es la marca de la casa. Eso, los rizos y el no entender casi nunca nada de lo que pasa a mi alrededor. 

Cuento con ustedes y su santa paciencia, que ya es contar. Y cuento, sobre todo, con la inestimable ayuda de esa cuadrilla de muchachos y muchachas que nos desgobiernan y aturullan; la de los imbéciles sin fronteras que en el mundo son, y hasta la de la santa madre Iglesia, que ya se sabe que ellos son de mucho ayudar. Siempre están ahí cuando se les necesita y a mí me dan mucho juego. Ya me dirán ustedes si no contra quién iba a desbarrar una. Pero el desbarre lo vamos a dejar para la semana que viene, porque entre ponte bien y estate quita se me ha quedado la cosa pequeña para comentar tanto juego como dan.

Así que aquí me tienen, queridos míos. Más feliz que una perdiz (otra de esas frases hechas que jamás entendí. Porque ya me dirán a mí la pinta de felicidad que tiene una perdiz común, que es una cosa más bien fea de ver y con la cara tirando a cazuela a la que se descuide). Y les voy advirtiendo, por si quieren ir a por tabaco, que me van a tener aquí todas las semanas. Y sí, es una amenaza.


(Publicado en Gente en Cantabria el 25 de abril de 2014).