No saben
ustedes lo que estoy aprendiendo estos días acerca de los extraterrestres en
general y de los marcianos en particular. Agotada estoy de tanta ‘antropología’.
¿Se acuerdan
de Marvin? Pues ha decidido quedarse a pasar unos días en la Tierra, de
vacaciones culturales, dice él. De frenopático de posguerra tiene la cabeza,
pienso yo, pero me he empeñado en demostrar que los humanos cántabros somos
unos anfitriones maravillosos y por mis rizos que lo consigo. El pobre no
entiende que esto suponga un reto ya que me cuenta que tiene visto en una
agencia de viajes interestelares que hay al lado de su casa que España es un
sitio ideal para vacacionar, con sol, playas, paella, tortilla de patata y
gentes amables y risueñas vestidas, eso sí, con ropa poco propia para
desarrollar cosa alguna útil en la vida, tanto volante y tanto fleco. De nada
ha servido intentar explicarle que la guitarra y las castañuelas no son armas
de desintegración, salvo auditiva. El pobre está empeñado en que una
civilización como dios manda o va armada o no es civilización. Qué yankee me ha salido el ‘jodío’.
Visto el
despiste que trae consigo, me pongo manos a la obra en la tarea de desasnarle.
Como me cuenta que los marcianos vienen con extras de serie y uno de ellos es
la capacidad de leer en cualquier idioma conocido le he hecho socio de la
biblioteca y, oigan, está encantado. Que qué pintorescos somos los humanos,
dice. En serio les digo que me enternece, criatura.
Pero la
felicidad, que tiene como características sine
qua non ser incompleta y no durar demasiado en la casa del pobre, se ha
desvanecido en un visto y no visto. A la que se despistó el personal
bibliotecario superviviente de la razzia
gubernamental, Marvin se hizo con un ejemplar de la Constitución de 1978 y no
vean cómo me tiene la cabeza. Lleva una semana con la cantinela de que, además
de pintorescos, los humanos, y sobre todo los españoles, somos unos absurdos de
muchísimo cuidado. Conste que no puedo por menos que darle la razón, aunque no
se lo digo para que no se venga arriba, que cualquiera le aguanta.
Pensarán
ustedes, leidísimos amigos, que vaya lentitud tiene el marciano leyendo si
lleva una semana con 49 puñeteras páginas. Error. Lleva una semana con ocho
frases. Concretamente las que corresponden al preámbulo. Ya le he dicho, a este
paso, cuando vuelvas a Marte los alemanes ya habrán descubierto qué hacer con
vuestra nociva atmósfera y te encuentras aquello colonizado como una Mallorca
cualquiera. Pero ni caso. Para marciano es muy cabezón.
Fíjense si es
terco que por más que le explico que eso que está leyendo no es una obra de
ciencia ficción él sigue erre que erre. Que no puede ser la “Ley
fundamental de un Estado que define el régimen básico de los derechos y
libertades de los ciudadanos y los poderes e instituciones de la organización
política”, dice, que le entra la risa. Absurdos, que sois unos absurdos.
Y
ahí le tengo, trabado en el momento de “garantizar la convivencia democrática
dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social
justo”. Y veo que de ahí no pasa. Es leer esas 20 palabras, volver la mirada al
periódico del día y estallar en un festival de carcajadas que me tienen en un ¡ay!
continuo pensando que le va a dar algo chungo.
En
verdad les digo que temo por la vida de Marvin. Se ha empeñado en que, si algún
día acaba con la Constitución, lo siguiente que va a leer son los diarios de
sesiones del Parlamento de Cantabria, para entender mejor la sociedad en la que
ha ido a aterrizar, según él.
(Publicado en Gente en Cantabria el 27 de junio de 2014).
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