Me van a perdonar queridos míos
que hoy el tono desenfadado y de guasa que tienen estas Magnolias no sea tal,
no está el horno para bollos. Hoy este reducto de chirigota anda alicaído y de
luto porque nos hemos quedado huérfanos.
Se nos ha ido Alberto. Se nos ha
ido como se van los grandes, en silencio, sin darnos la oportunidad de
agradecerle todo lo que nos dio. Es más, estoy segura de que si existe el cielo
en el que él creía estará allá riéndose a carcajada limpia de lo exagerados que
somos para nuestras cosas los santanderinos y llamándonos de todo por perder el
tiempo en su marcha y no en las cosas importantes de la vida.
Sé que llego tarde porque ya han
sido cientos las personas que desde que se conoció la noticia de su
fallecimiento han llorado, escrito y hablado sobre Alberto mucho mejor de lo
que puedo hacerlo yo. Pero si algo se puede agradecer al oficio de escribir es
la oportunidad de contar acerca de las cosas importantes de la vida y que no
importe. Y se ha ido Alberto y esto es algo que trasciende las urgencias
cotidianas. Porque Alberto durante sus 82 años cambió con sus actos la vida de
miles de personas. Hizo de su pasar por este mundo empeño en ayudar a todo
aquel que se le acercara con un problema y, créanme, fueron multitud.
Si el Cristo en el que creía y la
Virgen del Carmen a la que adoraba existen le habrán recibido contentos aunque
un poco temerosos. Conociéndole, me van a permitir la irreverencia, a mí me
pasaría. Porque seguro que ya se ha puesto, mano a mano con el padre Llanos, a
organizar aquello, a dar la lata para que quien corresponda se ponga manos a la
obra y atienda a los pobres de la tierra, que para eso solo hace falta
voluntad, y a exigir que se dejen de pamplinas y recibimientos, que hay muchas
cosas por hacer y la eternidad no va a ser tiempo suficiente para atender a
tantos olvidados, que no estáis a lo que celebráis.
Alberto y el padre Llanos… tan
curas y tan rojos; tan humildes y honestos; tan obreros y tan tozudos, que no
descarten, queridos, que desde hace unos días el paraíso estará patas
arriba, los coros celestiales habrán
abandonado los ensayos y los santos llevarán remangadas las túnicas para no
tropezar entre tanta actividad. Miren, hasta me estoy imaginando a Marcelino
organizando cuadrillas y horarios. Si es que teníais esto manga por hombro…
Alberto era marino y cura, cubano
y cántabro, párroco y hacedor de milagros. De sus manos salieron dineros que no
tenía y que dieron respiro a muchas madres de familia cuando no había otra cosa
que dar de comer a los suyos que bocadillos de nordeste; de su tenacidad, la
cesión de los terrenos para dotar al Barrio Pesquero de un instituto en el que
poder educar a la chavalería con “menos lecciones de carretilla y más humanidad”;
de su corazón la adhesión inquebrantable a su gente, que era toda aquella que
se acercaba a saludarle; de sus ojos, esa mirada de frente, algo escorada a la
izquierda, con la que veía el mundo; de su boca, las verdades del barquero, las
historias ejemplares, los susurros de consuelo, las palabras de ánimo, las
lecciones de vida.
Has levado anclas Alberto y nos
has dejado huérfanos. Hasta los norays están de luto. Que la tierra, donde
tenías bien anclados los píes, te sea leve, amigo.
(Publicado en Gente en Cantabria el 6 de junio de 2014).
(Publicado en Gente en Cantabria el 6 de junio de 2014).
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