Hace ya un
tiempo que decía Gallardón, que es un señor que nació póstumo pero que lo
disimuló hasta hace bien poco, que las mujeres no somos mujeres completas hasta
que somos madres. O sea, que mientras tanto somos mujercitas. Pues qué ilusión,
oigan, que a mí la familia March me cayó siempre megabien.
Y dice
Gallardón, que será póstumo pero de mucho decir, que las embarazadas que
quieran seguir siendo mujercitas pues que se lo hubieran pensado antes, que él,
que es quien tiene mando en plaza, ha decidido que este berenjenal que lió
Zapatero no puede ser y que qué es eso de que las mujeres puedan decidir sobre
su sexualidad y su propio cuerpo.
Y debe ser que
tiene razón, porque el señor ese tirando a orondo que teníamos previsto mandar
de comisario europeo los únicos actos electorales que se le conocen es
declararse superior intelectualmente a una mujer, su ‘contrincanta’ política,
perdonarle la vida y expeler saliva vía comisura labial. Claro que parece que
será la única capacidad que le adorna que vamos a conocer, aparte de la de
jugar a la ruleta rusa a base de ingerir yogures caducados y darse duchas
frías. El resto de capacidades ni están ni se las espera.
Como ya saben
ustedes que yo aquí vengo a que me resuelvan mis dudas existenciales y a echar
el rato, a ver si son capaces de ayudarme con la siguiente: ¿qué narices (esto
del papel tiene la desventaja de que puede ser horario infantil en cualquier
momento, aunque les advierto que más allá del quinto párrafo se me olvida) le
hemos hecho las mujeres a estos señores tan tiesos del Partido Popular? Es que
me da la impresión, llámenme exagerada, de que tiene que haber sido algo muy
gordo porque no es normal la dedicación que le echan a jodernos la vida porque
sí. (Ni al quinto he llegado. Párrafo, quiero decir).
Si me llaman
exagerada, no se preocupen que no lo tomaré a mal. Porque tienen ustedes razón,
lo soy. En realidad, no es que nos quieran joder la vida a todas las mujeres.
No, hombre, no. Lo cierto es que solo nos la quieren joder a las que no
comulgamos con ruedas de molino; a las que nos negamos a admitir que sobre
nuestros cuerpos pueda decidir cualquiera, por muy ministro del Gobierno o de
Dios que sea; a las que procuramos pensar por nosotras mismas (o en compañía de
otros) y les plantamos cara, salimos a la calle a protestar, trabajamos,
estudiamos, compartimos espacios de igualdad con otras mujeres ¡e incluso con
hombres!, reivindicamos el mismo sueldo que nuestros compañeros si realizamos
igual trabajo que ellos ¡habrase visto tamaño atrevimiento!... En definitiva, a
las que nos hemos creído que somos ciudadanas iguales y con los mismos derechos
que los hombres que nos rodean. Panda de rojas hemos salido, chicas,
discúlpenme que se lo diga.
Al resto de
mujeres no. Al resto de mujeres no tienen ninguna intención de joderles la
vida. De hecho, a ellas les facilitarán, si es necesario, realizar visitas
turísticas a cualquier país donde abortar sea legal previo pago de su importe.
A ellas les será concedido el derecho de aparcamiento en cualquier universidad
mientras encuentran algo mejor que hacer. Ellas no tendrán que salir a la calle
a no ser que sea por decisión propia y no impelidas por el soplagaitas de turno
contra el que es necesario rebelarse, y a trote cochinero no sea que les
arrebaten el último Jimmy Miu.
Como no
tendrán que trabajar toda su puta vida para llegar a tener una pensión decente
con la que ayudar a sus hijos y nietos, que ellas sí tendrán, que para eso el
altísimo (no, no hablo del alcalde de Santander, hoy no toca) las puso en este
mundo cruel, no deberán perder el tiempo en tontunas ni codearse con hombres que
consideren que salir a la calle con un jarrón chino del brazo es una cosa harto
incómoda.
¿Qué quieren
que les diga? No sé de qué nos extrañamos los seres humanos, los jarrones
chinos tienden a no extrañarse de nada, cuando vemos a las señoras del PP
cerrar filas en torno a esa piara de machitos que les dictan lo que tienen que
pensar, poniendo si hace falta las excusas más peregrinas. Si es una cosa
comodísima. Para ellas, claro.
Acabo de
decidir que pese a mi tendencia natural al dolce
far niente me niego en redondo, aunque me maree, a hacerles el juego a esta
gente. Ni a los unos ni a las otras.
Y como gracias
a mujeres que nos precedieron y a los hombres que las acompañaban y tenían sus
neuronas para algo más que para diferenciarles de las bestias y no cagarse
durante los desfiles, de momento seguimos teniendo derecho al voto, iré a votar
para echar a esta gentuza de allí donde puedan tener un ápice de poder de
decisión. Y les recomiendo que hagan lo mismo. Eso sí, fíjense bien a quién, no
sea que nos tengamos que ver lamentándonos de lo que hemos hecho a la vuelta de
una hoja del calendario.
Esperen, me da
la sensación de que eso ya lo hemos vivido.
(Publicado en Gente en Cantabria el 23 de mayo de 2014).
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