Andaba yo últimamente inquieta y
no sabía la causa. Como casi cada año desde hace ya alguna década que otra, era
llegar la primavera y, oigan, que no es que se me indisciplinara la razón, que
la pobre no está para hacer alardes, es que me entraba una desazón, un comecome,
un yo qué sé, un qué sé yo. Por regla general,
la conclusión es que entre la astenia primaveral, el cambio de hora ese
endemoniado, la primavera y su alteración sanguínea y que se va acercando el
momento de cumplir con Hacienda, pues qué quieren, este cuerpo serrano y estos
rizos se encrespan de tal manera que ni una ensalada de lexatines es remedio suficiente.
Pero este año notaba una los
rizos más encrespados que de costumbre (no les quiero contar, queridos, el pico
que se ha ido en keratinas y llongueras), tanto que estaba ya
poniéndome en lo peor y pensando que me estaba volviendo una persona normal.
Hasta que me ha dado por repasar el blog y claro, ya está, si era sencillo. Lo
que tenía en un ‘mono’ de charlar con ustedes, amadísimos, ignorados y
pacientes amigos, que si lo dejo crecer un poco más, me le dan alojo, al mono
digo, en ‘La casa de los gorilas’ esa que ha resultado que ni es ilegal ni
nada.
Prácticamente un año hacía que no
le quitaba el polvo al cuadernillo este donde les cuento mis cosas y, claro, me
he puesto a orear y a hacer limpieza a fondo y he montado la de Dios es Cristo,
que hasta para la cosa del sacrilegio soy yo muy propia y en Semana Santa como
que me iba bien. De momento, me libro de que me desalojen las Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad del Estado. O el ‘segurata’ del supermercado, que para el caso
vale. Pero me he tenido que buscar un espacio alternativo mientras ventilo y se
le pasa el cabreo a los vecinos y, mira tú por dónde, pues he venido a dar con los
huesos en este lugar tan apañado. Que, oigan, para alguien que escribe el tener
un espacio en papel es, qué les digo yo, como si te mudaras a pleno centro del
Paseo Pereda. Qué digo. A Castelar, que en las metáforas tampoco es que haya
que estar escatimando. (Si algún amable y despistado lector no conoce
Santander, hágase la idea de que le hablo de la Gran Vía madrileña, el Paseo de
Gracia barcelonés o la Quinta Avenida neoyorkina. O sea, pastizal a cambio de
cuchitril. Pero todo con mucho estilo, mucho glamour, y muchos diminutivos de esos que quedan elegantes).
Como todo juntaletras que se
precie, e incluso quienes no nos tomamos en serio ni a primera hora del día, yo
también siento terror ante una hoja en blanco, pero se me pasa enseguida, como
ya se habrán dado cuenta. Tan rápido se pasa que para cuando quiero ponerme a
contar lo que venía a contarles, ya no tengo ni espacio ni puñetera idea de qué
les quería hablar. Váyanse
acostumbrando, queridos míos, es la marca de la casa. Eso, los rizos y el no
entender casi nunca nada de lo que pasa a mi alrededor.
Cuento con ustedes y su
santa paciencia, que ya es contar. Y cuento, sobre todo, con la inestimable
ayuda de esa cuadrilla de muchachos y muchachas que nos desgobiernan y
aturullan; la de los imbéciles sin fronteras que en el mundo son, y hasta la de
la santa madre Iglesia, que ya se sabe que ellos son de mucho ayudar. Siempre
están ahí cuando se les necesita y a mí me dan mucho juego. Ya me dirán ustedes
si no contra quién iba a desbarrar una. Pero el desbarre lo vamos a dejar para
la semana que viene, porque entre ponte bien y estate quita se me ha quedado la
cosa pequeña para comentar tanto juego como dan.
Así que aquí me tienen, queridos
míos. Más feliz que una perdiz (otra de esas frases hechas que jamás entendí. Porque
ya me dirán a mí la pinta de felicidad que tiene una perdiz común, que es una
cosa más bien fea de ver y con la cara tirando a cazuela a la que se descuide).
Y les voy advirtiendo, por si quieren ir a por tabaco, que me van a tener aquí
todas las semanas. Y sí, es una amenaza.
(Publicado en Gente en Cantabria el 25 de abril de 2014).
(Publicado en Gente en Cantabria el 25 de abril de 2014).
No hay comentarios:
Publicar un comentario