Por más que me empeñe en convencerles de que soy una mala persona, y de convencerme a mí misma de paso, no se crean, hay días en que me tengo que apear de la burra y reconocer que no soy más que una pobre infeliz con pretensiones de bruja.
Ayer, ya lo saben ustedes, ETA hizo público un comunicado en el que declaraba un “alto el fuego permanente, general y verificable internacionalmente” y la Madre Teresa de Calcuta que llevo dentro pegó un respingo de alegría. Que conste que no es que crea que esto es el fin, no soy tan lerda, pero ¿por qué no puede ser el principio de ese fin? Pues parece ser que por cojones, punto pelota.
Entiendo la cautela ante el anuncio. No sólo la entiendo sino que la comparto. A ver si ahora resulta que después de cuatro décadas dándonos disgustos se van a levantar una mañana y van a decidir que ese es el día. Todos estamos ya más que hartos de que nos exploten las esperanzas en plena cara, pero, por favor, démonos una tregua nosotros mismos.
Estoy de acuerdo con Rubalcaba, vaya novedad, eh. No es la noticia que estábamos esperando, pero no es una mala noticia. Y sí, yo también me siento más segura hoy que hace dos días. Más segura con respecto a ETA. No tanto con respecto a otras cuestiones que, si bien es difícil que me resulten mortales de necesidad, las veo de tan difícil solución como la del conflicto vasco.
Ya saben, queridos, que soy una viciosa de la información y como tal, cuando escuché por la radio la noticia del alto el fuego, me lancé a leer las webs de los periódicos a ver cómo se recibía la buena nueva. Y cometí un error.
Sí, yo, que odio la participación de público en cualquier espacio televisivo o radiofónico, lo siento, no soy perfecta y sí muy dada a la vergüenza ajena, una vez acabado de leer el artículo en la web de Público seguí, sabrá Satanás porqué, leyendo los comentarios. Y ahí es cuando volví a tener miedo. Pero no de los gudaris con txapela enrroscada, no. Esta vez me entró miedo de anónimos conciudadanos que alardeaban de pacíficos y que reclamaban el fin de la historia de ETA a tiro limpio. O que achacaban la existencia de los terroristas a José Luis Rodríguez Zapatero, que de todos es sabido que gobierna España hace más de 40 años. Tontunas, dirán ustedes. Y yo, pero me preocupa la violencia oral con la que se expresan esos conciudadanos, la rabia que destilan, las ideas peregrinas que se les ocurren, la facilidad con la que reparten culpas y responsabilidades. Por supuesto, deo gratia, la mayoría de la gente que opinaba era normal en sus expresiones, en su desconfianza y en su deseo de que llegue la paz de una buena vez. Pero a mí me preocupan esos otros. Esos que todo lo ven muy claro, sobre todo en sus odios. Esos que ponen mirillas de rifle sobre quien no es de su agrado. Y esto último no es una metáfora. Pregúntenle a Sarah Palin.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 11 de enero de 2011).
Ayer, ya lo saben ustedes, ETA hizo público un comunicado en el que declaraba un “alto el fuego permanente, general y verificable internacionalmente” y la Madre Teresa de Calcuta que llevo dentro pegó un respingo de alegría. Que conste que no es que crea que esto es el fin, no soy tan lerda, pero ¿por qué no puede ser el principio de ese fin? Pues parece ser que por cojones, punto pelota.
Entiendo la cautela ante el anuncio. No sólo la entiendo sino que la comparto. A ver si ahora resulta que después de cuatro décadas dándonos disgustos se van a levantar una mañana y van a decidir que ese es el día. Todos estamos ya más que hartos de que nos exploten las esperanzas en plena cara, pero, por favor, démonos una tregua nosotros mismos.
Estoy de acuerdo con Rubalcaba, vaya novedad, eh. No es la noticia que estábamos esperando, pero no es una mala noticia. Y sí, yo también me siento más segura hoy que hace dos días. Más segura con respecto a ETA. No tanto con respecto a otras cuestiones que, si bien es difícil que me resulten mortales de necesidad, las veo de tan difícil solución como la del conflicto vasco.
Ya saben, queridos, que soy una viciosa de la información y como tal, cuando escuché por la radio la noticia del alto el fuego, me lancé a leer las webs de los periódicos a ver cómo se recibía la buena nueva. Y cometí un error.
Sí, yo, que odio la participación de público en cualquier espacio televisivo o radiofónico, lo siento, no soy perfecta y sí muy dada a la vergüenza ajena, una vez acabado de leer el artículo en la web de Público seguí, sabrá Satanás porqué, leyendo los comentarios. Y ahí es cuando volví a tener miedo. Pero no de los gudaris con txapela enrroscada, no. Esta vez me entró miedo de anónimos conciudadanos que alardeaban de pacíficos y que reclamaban el fin de la historia de ETA a tiro limpio. O que achacaban la existencia de los terroristas a José Luis Rodríguez Zapatero, que de todos es sabido que gobierna España hace más de 40 años. Tontunas, dirán ustedes. Y yo, pero me preocupa la violencia oral con la que se expresan esos conciudadanos, la rabia que destilan, las ideas peregrinas que se les ocurren, la facilidad con la que reparten culpas y responsabilidades. Por supuesto, deo gratia, la mayoría de la gente que opinaba era normal en sus expresiones, en su desconfianza y en su deseo de que llegue la paz de una buena vez. Pero a mí me preocupan esos otros. Esos que todo lo ven muy claro, sobre todo en sus odios. Esos que ponen mirillas de rifle sobre quien no es de su agrado. Y esto último no es una metáfora. Pregúntenle a Sarah Palin.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 11 de enero de 2011).
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