Dicen los abogados de Julian Assange, ya saben, el cotilla ese de los cables del Departamento de Estado de EEUU que está acusado de dos delitos sexuales en Suecia y que, de momento, espera futuro en Londres, que si su defendido llega a ser extraditado a Estados Unidos puede acabar siendo reo de muerte. Así, a bote pronto, parece la cosa un poquito exagerada, pero viendo cómo se las gastan por los iuesei, qué quieren que les diga, yo ya soy capaz de hacer acto de fe sin despeinarme los rizos.
La cosa legal al otro lado del charco, y la de este lado así así, es para mí incomprensible más allá de los topicazos extraídos del cine y la televisión, que ya me dirán ustedes la fiabilidad del asunto. Pero aún así, hay cosas que me da a mí la sensación de que no deben ser muy de recibo, ocurran al lado del charco que ocurran. Hace unos días leía la noticia de que el gobernador del muy racista estado de Mississippi puso en libertad a dos hermanas condenadas a cadena perpetua con la condición de que una le done un riñón a la otra. Y sin más escarbar parece todo muy bucólico, tierno y, si le ponemos un poquito de hierba, incluso pastoril. De la cadena perpetua a la libertad salvándole la vida a una hermana. Capra hubiera hecho una bonita película con este guión.
Pero si uno rebusca un poquito más, resulta que hay varios datos que le trastocan el proyecto al querido Frank. Las protagonistas fueron condenadas a pasar el resto de sus días en prisión por robar a mano armada 11 dólares a dos hombres que las llevaban a un club nocturno de Mississippi, en 1993, cuando ambas rondaban la veintena. Nadie resultó herido y aún así, las hermanas Gladys y Jamie Scott fueron a dar con sus huesos en la cárcel para toda la vida. Tengo entendido que es preciso, para dictar una condena justa, tener muy en cuenta la proporcionalidad de la pena y en este caso no es que se cumpla mucho. Que lo mismo tiene algo que ver que las Scott sisters sean negras en el antiguo estado secesionista. A quién se le ocurre, si es que van provocando.
Cuando ya las reas habían dado por perdida la esperanza de que alguien se acordara de ellas, resulta que el gobernador del Estado nos ha resultado ahorrador y considera que el tratamiento médico de Jamie, enferma del riñón, “crea un costo sustancial para el estado de Mississippi”. Así que ni corto (?) ni perezoso ha tomado la decisión de hacer un trueque: la libertad para ambas si Gladys le dona, en el plazo de un año, uno de sus riñones a su hermana. Ahí, saneando la sanidad pública (?) y, de paso, las arcas del sistema penitenciario.
Ahora bien, en Estados Unidos es tan ilegal como en España la compra-venta de órganos. Ya saben, por aquello de intentar abolir el tráfico ilegal. Tampoco está bien visto el chantaje, que no es esto otra cosa. Sobre la ética del asunto no voy ni a desperdiciar una letra, que no estamos para gastos.
A mí me alegra mucho la puesta en libertad de Gladys y Jamie, pero no la forma ni el fondo del asunto. Aunque ya les digo que yo a los yankees no les entiendo. Y no me extraña nada de nada el nerviosismo de Assange.
Mississippi es el Estado del Magnolio. Desde aquí les digo que yo no me hago responsable.
La cosa legal al otro lado del charco, y la de este lado así así, es para mí incomprensible más allá de los topicazos extraídos del cine y la televisión, que ya me dirán ustedes la fiabilidad del asunto. Pero aún así, hay cosas que me da a mí la sensación de que no deben ser muy de recibo, ocurran al lado del charco que ocurran. Hace unos días leía la noticia de que el gobernador del muy racista estado de Mississippi puso en libertad a dos hermanas condenadas a cadena perpetua con la condición de que una le done un riñón a la otra. Y sin más escarbar parece todo muy bucólico, tierno y, si le ponemos un poquito de hierba, incluso pastoril. De la cadena perpetua a la libertad salvándole la vida a una hermana. Capra hubiera hecho una bonita película con este guión.
Pero si uno rebusca un poquito más, resulta que hay varios datos que le trastocan el proyecto al querido Frank. Las protagonistas fueron condenadas a pasar el resto de sus días en prisión por robar a mano armada 11 dólares a dos hombres que las llevaban a un club nocturno de Mississippi, en 1993, cuando ambas rondaban la veintena. Nadie resultó herido y aún así, las hermanas Gladys y Jamie Scott fueron a dar con sus huesos en la cárcel para toda la vida. Tengo entendido que es preciso, para dictar una condena justa, tener muy en cuenta la proporcionalidad de la pena y en este caso no es que se cumpla mucho. Que lo mismo tiene algo que ver que las Scott sisters sean negras en el antiguo estado secesionista. A quién se le ocurre, si es que van provocando.
Cuando ya las reas habían dado por perdida la esperanza de que alguien se acordara de ellas, resulta que el gobernador del Estado nos ha resultado ahorrador y considera que el tratamiento médico de Jamie, enferma del riñón, “crea un costo sustancial para el estado de Mississippi”. Así que ni corto (?) ni perezoso ha tomado la decisión de hacer un trueque: la libertad para ambas si Gladys le dona, en el plazo de un año, uno de sus riñones a su hermana. Ahí, saneando la sanidad pública (?) y, de paso, las arcas del sistema penitenciario.
Ahora bien, en Estados Unidos es tan ilegal como en España la compra-venta de órganos. Ya saben, por aquello de intentar abolir el tráfico ilegal. Tampoco está bien visto el chantaje, que no es esto otra cosa. Sobre la ética del asunto no voy ni a desperdiciar una letra, que no estamos para gastos.
A mí me alegra mucho la puesta en libertad de Gladys y Jamie, pero no la forma ni el fondo del asunto. Aunque ya les digo que yo a los yankees no les entiendo. Y no me extraña nada de nada el nerviosismo de Assange.
Mississippi es el Estado del Magnolio. Desde aquí les digo que yo no me hago responsable.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 13 de enero de 2011).
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