Jueves y 13. Fecha para la historia negra del año 2011. Trece días hemos vivido del nuevo año y ya tenemos la primera víctima de la violencia de género. De hecho, las dos primeras. A.M.S.B., de 42 años, y su hijo de 16. La tercera, el asesino de ambos, lo voy a considerar un daño colateral. No es muy piadoso, lo sé, pero llega un momento en que hasta la piedad se agota. A él se le agotó, por lo visto, bastante antes que a mí y decidió que su pareja no merecía seguir respirando si no era en su compañía, bajo su tutela pulmonar, alrededor de su vida. De paso, quizá en lo que consideró su último acto piadoso, asesinó también a su adolescente hijo aunque no nos dejó dicho si por pura furia homicida o porque el chaval no fuera testigo y víctima viva de su barbarie.
Ahora, todos nos preguntaremos una vez más qué es lo que puede llevar a alguien a cometer semejante crimen. Volveremos a llevarnos las manos a la cabeza para mantenerla anclada al cuerpo ante el despropósito. Volveremos a guardar minutos de silencio, a concentrarnos en señal de protesta, como si tuviéramos la necesidad de estar todos juntos para afrontar el dolor, eso a los que nos duele, claro, a hacer mil y un intentos de explicación sesuda y madura del porqué, una y mil veces desearemos que algún día, antes de cometer el crimen, al asesino le dé por suicidarse, repetiremos lo que ya es un ritual. Un triste ritual.
Pero también habrá quien considere que todo esto es una exageración de las feministas, 'feminazis' nos llaman ahora en una elevación a los altares de la ley Godwin. No faltará quien considere que las víctimas se lo habrían buscado de una u otra manera, que ya me gustaría que me explicaran cómo se justifica un asesinato; quien sacará a colación afrentas sufridas en sus propias carnes para justificar adjetivaciones aunque lo sentirán mucho muchísimo por las víctimas; quien hablará de lo normales que eran como familia, de la vida tan apacible que llevaban, de que él era una persona tranquila, normal, qué miedo me da la normalidad adjudicada por los demás; quien llamará al teléfono de ayuda a las víctimas para insultar y amenazar a las operadoras; quien menospreciará hasta el insulto y la mentira los esfuerzos institucionales por intentar acabar con esta lacra; quien vomitará su percepción de la valía, más bien de la inexistencia de ésta, de las mujeres que dirigen estas instituciones y no les digo nada si quienes las dirigen son hombres… o sea, nada nuevo bajo el sol, por desgracia, todo esto ya es un clásico.
Pero las cosas son las que son. Una mujer y su hijo han sido asesinados por un hombre que no era capaz de soportar que la pareja con la que compartía su vida no fuera de su propiedad. Un hombre que, parece ser, veía cómo la mujer que tenía a su lado se había cansado de su compañía e iba a elegir seguir su vida sin él, ejerciendo la libertad con la que todos venimos de serie. Un cobarde que no fue capaz de asumir que no era el epicentro de la vida de otra persona, que no era necesario para que ella siguiera respirando, sintiendo, viviendo. Y como no era capaz de asumirlo, la mató. Porque era suya.
Ahora, todos nos preguntaremos una vez más qué es lo que puede llevar a alguien a cometer semejante crimen. Volveremos a llevarnos las manos a la cabeza para mantenerla anclada al cuerpo ante el despropósito. Volveremos a guardar minutos de silencio, a concentrarnos en señal de protesta, como si tuviéramos la necesidad de estar todos juntos para afrontar el dolor, eso a los que nos duele, claro, a hacer mil y un intentos de explicación sesuda y madura del porqué, una y mil veces desearemos que algún día, antes de cometer el crimen, al asesino le dé por suicidarse, repetiremos lo que ya es un ritual. Un triste ritual.
Pero también habrá quien considere que todo esto es una exageración de las feministas, 'feminazis' nos llaman ahora en una elevación a los altares de la ley Godwin. No faltará quien considere que las víctimas se lo habrían buscado de una u otra manera, que ya me gustaría que me explicaran cómo se justifica un asesinato; quien sacará a colación afrentas sufridas en sus propias carnes para justificar adjetivaciones aunque lo sentirán mucho muchísimo por las víctimas; quien hablará de lo normales que eran como familia, de la vida tan apacible que llevaban, de que él era una persona tranquila, normal, qué miedo me da la normalidad adjudicada por los demás; quien llamará al teléfono de ayuda a las víctimas para insultar y amenazar a las operadoras; quien menospreciará hasta el insulto y la mentira los esfuerzos institucionales por intentar acabar con esta lacra; quien vomitará su percepción de la valía, más bien de la inexistencia de ésta, de las mujeres que dirigen estas instituciones y no les digo nada si quienes las dirigen son hombres… o sea, nada nuevo bajo el sol, por desgracia, todo esto ya es un clásico.
Pero las cosas son las que son. Una mujer y su hijo han sido asesinados por un hombre que no era capaz de soportar que la pareja con la que compartía su vida no fuera de su propiedad. Un hombre que, parece ser, veía cómo la mujer que tenía a su lado se había cansado de su compañía e iba a elegir seguir su vida sin él, ejerciendo la libertad con la que todos venimos de serie. Un cobarde que no fue capaz de asumir que no era el epicentro de la vida de otra persona, que no era necesario para que ella siguiera respirando, sintiendo, viviendo. Y como no era capaz de asumirlo, la mató. Porque era suya.
016 Teléfono de atención a las víctimas de maltrato. La llamada es gratuita y no deja rastro en la factura.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 14 de enero de 2011).
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