No les voy a decir que no entienda el muy sacrosanto cabreo que tiene el párroco de la iglesia de Santa Lucía, José Olano, por el uso que hacen los vándalos del pórtico del templo víspera de festivo sí, víspera de festivo también. Que lleva el hombre ganado medio camino a la santidad, porque ha demostrado tener más paciencia que un santo con la pila de guarros que utiliza las escaleras de la parroquia como asiento preferente para darse a la bebida, montarse la juerguecilla y dejar el entorno en un estado de extraña semejanza con la cola del pan de Sarajevo pero sin cadáveres. Por no hablarles de los directamente cerdos, con mis excusas para los gorrinos en su versión sanota y animal, que orinan allí mismo, que ya les aplicaba yo la Educación para la Ciudadanía en todo el colodrillo.
Si tiene razón el hombre, ya les digo. Lo que me mosquea es que lleve echándole tantísima paciencia cristiana al asunto, porque esto del botellón no es de hoy ni de ayer, que quien más quien menos hemos sido testigos de la barbarie incívica desde hace ya años, y sea ahora, a cuatro meses de las elecciones municipales, cuando se le agote. Y me mosquea más cuando le leo decir que la entrada del templo, reconocido como Bien de Interés Cultural, “es el basurero de la ciudad y eso a pesar de que el servicio de limpieza del Ayuntamiento es muy ágil en su trabajo y adecenta el lugar con diligencia, como así se comprometió con nosotros el alcalde Íñigo de la Serna”. Doy fe de la diligencia con que limpian el desaguisado los operarios del Ayuntamiento santanderino. Mi nocturnidad y alevosía hacen que haya días que, cuando me decido a retirarme a mis aposentos, pase por la iglesia de Santa Lucía y ya luzca más bonita que un San Luis. Entonces ¿cómo se explica el silencio del párroco durante los años de vandalismo salvaje frente a su hartura actual ahora que, aunque sea servicio de limpieza mediante, amance y ve todo limpito?
Yo que soy malpensada por parte de madre, me planteo si no será que el señor párroco, con debida obediencia, se ve impelido a sumar apoyos al alcalde santanderino como buenamente puede. Es que, verán, me salen las cuentas. En tres párrafos denuncia las tropelías que ocasiona una actividad que el primer edil está empeñado en erradicar SHOE mediante. Que ya es mala leche el nombrecito, no es por nada. Además, hace de fedatario eclesial, valga la redundancia, de que Íñigo de la Serna, cuando promete, cumple. Y de paso, elogia la labor de los trabajadores municipales que nunca está de más. Todo ello, eso sí, compadeciéndose y entendiendo a la chavalería destrozaparroquias porque, pobrecitos, en algún sitio tendrán que meterse cuando llueve.
Yo le sugeriría a don José que si tan buena relación tiene con el alcalde ruegue por nosotros y le pida que en vez de patrullas anti botellón les dé a los chavales alternativas de ocio. Es que verá, a los propios jóvenes y a los que una vez lo fuimos se nos ha quedado ya la boca seca de pedirlo y claro, así no queda otra que beber algo.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 12 de enero de 2011).
Si tiene razón el hombre, ya les digo. Lo que me mosquea es que lleve echándole tantísima paciencia cristiana al asunto, porque esto del botellón no es de hoy ni de ayer, que quien más quien menos hemos sido testigos de la barbarie incívica desde hace ya años, y sea ahora, a cuatro meses de las elecciones municipales, cuando se le agote. Y me mosquea más cuando le leo decir que la entrada del templo, reconocido como Bien de Interés Cultural, “es el basurero de la ciudad y eso a pesar de que el servicio de limpieza del Ayuntamiento es muy ágil en su trabajo y adecenta el lugar con diligencia, como así se comprometió con nosotros el alcalde Íñigo de la Serna”. Doy fe de la diligencia con que limpian el desaguisado los operarios del Ayuntamiento santanderino. Mi nocturnidad y alevosía hacen que haya días que, cuando me decido a retirarme a mis aposentos, pase por la iglesia de Santa Lucía y ya luzca más bonita que un San Luis. Entonces ¿cómo se explica el silencio del párroco durante los años de vandalismo salvaje frente a su hartura actual ahora que, aunque sea servicio de limpieza mediante, amance y ve todo limpito?
Yo que soy malpensada por parte de madre, me planteo si no será que el señor párroco, con debida obediencia, se ve impelido a sumar apoyos al alcalde santanderino como buenamente puede. Es que, verán, me salen las cuentas. En tres párrafos denuncia las tropelías que ocasiona una actividad que el primer edil está empeñado en erradicar SHOE mediante. Que ya es mala leche el nombrecito, no es por nada. Además, hace de fedatario eclesial, valga la redundancia, de que Íñigo de la Serna, cuando promete, cumple. Y de paso, elogia la labor de los trabajadores municipales que nunca está de más. Todo ello, eso sí, compadeciéndose y entendiendo a la chavalería destrozaparroquias porque, pobrecitos, en algún sitio tendrán que meterse cuando llueve.
Yo le sugeriría a don José que si tan buena relación tiene con el alcalde ruegue por nosotros y le pida que en vez de patrullas anti botellón les dé a los chavales alternativas de ocio. Es que verá, a los propios jóvenes y a los que una vez lo fuimos se nos ha quedado ya la boca seca de pedirlo y claro, así no queda otra que beber algo.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 12 de enero de 2011).
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