Por más que yo me empeñe en cumplir con los buenos propósitos que me hice para el nuevo año, por más que me programe para intentar ser buena persona o, si acaso, menos mala de lo habitual, por más que intente imbuirme de la inocencia propia de los niños en días como anteayer, no hay nada que hacer, No me dejan. Quizá si pudiera pasar algún día aislada del mundanal ruido, lo mismo lo conseguía, vayan ustedes a saber, pero mi espíritu científico se limita a las mezclas culinarias y ni siquiera tengo gaseosa en casa.
Como no tenía nada mejor que hacer la tarde del día 5, y ante la perspectiva de que me diera por leer atentamente la prensa y sufriera la tentación de romper mi promesa de ser buena, me dispuse a seguir la Cabalgata de los Reyes Magos vía on-line. Muchas son las cabalgatas que he visto en mi vida y es cierto que ninguna podría haber competido con el Carnaval de Tenerife en organización y boato, pero es que no es necesario. Quiero decir que, más allá de lo impresionante o cutre del espectáculo en sí, del número de participantes o del brillo de los anillos de Sus Majestades de Oriente, lo impresionante de estos eventos en concreto son los niños y sus caritas de ilusión, de expectación por lo que va a pasar esa noche, de emoción malamente contenida cuando Melchor, Gaspar y Baltasar echan pie a tierra y les hablan desde el balcón del Ayuntamiento de turno. Lo importante de ese día son los niños, no la Cabalgata.
Pero estamos en año electoral y cualquier excusa es buena para hacer campaña. Créanme que mejor hubiera dedicado mi tiempo a escuchar la radio de los obispos, por poner un ejemplo extremo, porque vaya tardecita me dio la dichosa cabalgata.
Primero, viendo cómo las carrozas de Sus Majestades iban custodiadas por un ejército sarraceno que, además de sables en sus manos y más dorados que Gunilla vestida para Nochevieja, llevaban el paso militar propio de los Moros y Cristianos de Alcoy. Lo del paso y el dorado no tenía más análisis que la horterez y el mal gusto, pero lo de los sables me inquieta. No me parece el mejor ejemplo que dar a los peques.
Después me encontré con el espectáculo de luz y de color que nos montó la organización y que aún no entiendo qué relación tiene con la noche de Reyes. Parecía el Circo del Sol tomando el centro de la ciudad. Que era chulo, conste. Pero también me lo parece un paseíllo de Cayetano Rivera y sería igual de anacrónico, no sé si me explico.
Pero ya el colmo de la desfachatez y la falta de respeto a los niños, que sólo son bajitos, no gilipollas y merecen el mismo respeto que usted y que yo, fue el discurso del Rey Gaspar. Prometer trenes rápidos y solucionar los problemas para que lleguen a la ciudad resultaría de lo más inocente si no fuera porque se dice desde el balcón del Ayuntamiento de Santander, acompañado del primer edil lanzando sonrisillas a diestra y, un poco menos, a siniestra, y que pocos serán los niños de este siglo XXI que hayan pedido un tren a los Reyes.
Dos horas y pico de cabalgata es demasiado tiempo para un infante que, por una noche, quiere irse pronto a la cama y dormir hasta el día siguiente. Y no les cuento nada para una adulta que se encuentra con la manipulación de la ilusión infantil hasta convertirla en un acto electoral.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 7 de enero de 2011).
Como no tenía nada mejor que hacer la tarde del día 5, y ante la perspectiva de que me diera por leer atentamente la prensa y sufriera la tentación de romper mi promesa de ser buena, me dispuse a seguir la Cabalgata de los Reyes Magos vía on-line. Muchas son las cabalgatas que he visto en mi vida y es cierto que ninguna podría haber competido con el Carnaval de Tenerife en organización y boato, pero es que no es necesario. Quiero decir que, más allá de lo impresionante o cutre del espectáculo en sí, del número de participantes o del brillo de los anillos de Sus Majestades de Oriente, lo impresionante de estos eventos en concreto son los niños y sus caritas de ilusión, de expectación por lo que va a pasar esa noche, de emoción malamente contenida cuando Melchor, Gaspar y Baltasar echan pie a tierra y les hablan desde el balcón del Ayuntamiento de turno. Lo importante de ese día son los niños, no la Cabalgata.
Pero estamos en año electoral y cualquier excusa es buena para hacer campaña. Créanme que mejor hubiera dedicado mi tiempo a escuchar la radio de los obispos, por poner un ejemplo extremo, porque vaya tardecita me dio la dichosa cabalgata.
Primero, viendo cómo las carrozas de Sus Majestades iban custodiadas por un ejército sarraceno que, además de sables en sus manos y más dorados que Gunilla vestida para Nochevieja, llevaban el paso militar propio de los Moros y Cristianos de Alcoy. Lo del paso y el dorado no tenía más análisis que la horterez y el mal gusto, pero lo de los sables me inquieta. No me parece el mejor ejemplo que dar a los peques.
Después me encontré con el espectáculo de luz y de color que nos montó la organización y que aún no entiendo qué relación tiene con la noche de Reyes. Parecía el Circo del Sol tomando el centro de la ciudad. Que era chulo, conste. Pero también me lo parece un paseíllo de Cayetano Rivera y sería igual de anacrónico, no sé si me explico.
Pero ya el colmo de la desfachatez y la falta de respeto a los niños, que sólo son bajitos, no gilipollas y merecen el mismo respeto que usted y que yo, fue el discurso del Rey Gaspar. Prometer trenes rápidos y solucionar los problemas para que lleguen a la ciudad resultaría de lo más inocente si no fuera porque se dice desde el balcón del Ayuntamiento de Santander, acompañado del primer edil lanzando sonrisillas a diestra y, un poco menos, a siniestra, y que pocos serán los niños de este siglo XXI que hayan pedido un tren a los Reyes.
Dos horas y pico de cabalgata es demasiado tiempo para un infante que, por una noche, quiere irse pronto a la cama y dormir hasta el día siguiente. Y no les cuento nada para una adulta que se encuentra con la manipulación de la ilusión infantil hasta convertirla en un acto electoral.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 7 de enero de 2011).
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