martes, 23 de noviembre de 2010

No llego, no llego, no llego

Cada día me parezco más al conejo de Alicia en el país de las Maravillas. No llego, no llego, no llego. Tic, tac, tic, tac.
Que no haya quedado muy fina la comparación no le resta valor a la realidad. Yo no sé qué hago que cada día me administro peor. Sobre todo en lo relativo al tiempo. En relación con el dinero, es un tema del que no hablo. Algún resquicio de la exquisita educación recibida me tenía que quedar por ahí suelto y en casa siempre hemos considerado que hablar de dinero es de muy mal gusto. Es que en casa somos muy fans de la querida Isabel, su graciosa majestad, of course.
Pero a lo que yo iba. No me da el tiempo para nada. Recuerdo que no hace tanto tiempo las 24 horas del día me parecían más que suficientes para todo lo que una tenía que hacer. Ahora, ni con 48 horas que tuviera a diario me cunde el día.
Y la cosa es que hago más o menos lo mismo que hacía. Leer la prensa, un poquito en diagonal, tampoco se crean que le pongo más interés, no vaya a ser que me entere de algo y eso ya sería el acabose; atender el correo, el electrónico, que al cartero ni le abro, le tengo mártir al pobre; cocinar el día que me acuerdo que tampoco son todos; despotricar con los amigos, bien en vivo y en directo bien por vía telefónica, sobre los últimos aconteceres de nuestra realidad; venir a trabajar; trabajar; salir de trabajar, vale, aquí haremos un alto para reconocer que muchos días es ahí cuando llega el momento de ocio y, claro, luego lo de madrugar se pone chungo... Total, un no parar.
Y claro, con esta vida inquietante y acelerada, no hay quien esté al tanto de todo lo que pasa en este mundo en el que pasan tantísimas cosas. Y así, llega esta hora en la que tengo que escribir estas magnolias y hay días que, si la lideresa no ha hecho una de las suyas, Salvador Sostres o cualquiera de los impresentables que en el mundo son no ha rebuznado nada digno del estercolero que tienen por mente, o Benedicto no ha salido de viaje, no sabe una qué contarles. Que vale, que es abrir cualquier página web, sin mirar, y al tercer enlace seguramente ya tenga motivos, que decía el otro, pero aveces internet no permite ni siquiera esa posibilidad, y te encuentras ahí, cual vaca al tren, mirando como nunca acaba de cargar la página. Y te cagas en los 50 megas de velocidad que sabes que se han implantado ya en algunos hogares y empresas de la región y sueñas con un mundo donde las páginas de internet carguen en cero coma y los bytes vayan y vengan felices, rápidos, serviciales.
Luego despiertas y escribes cosas como esta. Qué quieren que le haga. Las quejas se las van dejando apuntadas al maestro Armero en la barra de hielo.

(Publicado en AQUÍ DIARIO el 23 de noviembre de 2010).

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