viernes, 13 de noviembre de 2009

En blanco y negro

(Acaban de recordarme que hace 20 años que nos dejó Dolores y como ahora mismo no se me ocurre nada que escribir ni sobre eso ni sobre cualquier otra cosa, os dejo algo escrito allá por el proceloso mes de junio de 2002. Que ya ha llovido, pero qué queréis, yo lo aprovecho todo).



En estas dos semanitas que hace que no nos vemos han pasado multitud de cosas y, como suele ocurrir cuando las cosas que pasan son de importancia, casi todas, o al menos las que a mí me importan especialmente, guardan una estrecha relación entre sí. Se convoca la HUELGA GENERAL y se nos muere Carlos García Berlanga pocos días antes de que se cumplan los 25 años de las primeras Elecciones Democráticas. Así pues, ésta última semana ha sido especialmente dedicada a la nostalgia. Hemos recordado 'la otra’ huelga. Aquella primera que nos pilló entrenándonos, despistados aún en los entresijos del juego democrático, un poco culpables algunos de hacerle una huelga al compañero Isidoro (no puedo evitar acordarme del gato de cómic, sosías de Gardfield) pero con el cuerpo pidiéndonos marcha reivindicativa.

Esta otra nos pilla ya más entrenados. Más cabreados. Más europeos. Más escépticos. Y más huérfanos. A algunos, incluso más calvos, ya lo dijo Gurruchaga.
Nicolás, impresionante Nicolás, ha resurgido para demostrarnos que 13 años no son nada, que es febril la mirada. Y Marcelino, mucho menos impresionante, con su eterno jersey de ochos compañero de sus noches y sus días en Carabanchel, con su hatillo de periódicos bajo el brazo. Y Santiago. Santiago siempre acompañado de Belén, que cuida de sus 87 años y pone en orden sus recuerdos. Y Tierno con su movida y su Puerta de Alcalá. Ana, Víctor, Pepa, Carlos, Olvido, Carmen, Pedro, Fabio, Nacho, Rosa, Raimon, Paco, Joan Manuel, Rafael, Maribel... Libertad sin ira, Libertad.

Y vimos a Dolores pasear por las calles de Madrid. Dolores bajando del avión que la devolvía del frío, ese frío que congeló su corazón y su color en Stalingrado, para ser diputada. Dolores con Irene. Pasionaria en blanco y negro. Dolores odiada y amada. Dolores transgresora. Dolores, magnolia de acero de Gallarta.

Hace 25 años que votamos, 20 que intentamos descubrir en qué consistió exactamente ‘la movida’ y si fue un invento o una manifestación espontánea de las ganas creativas y expresivas de un grupo de originales horriblemente peinados ayudados por un alcalde marchoso que hizo el camino de Madrid al cielo en carroza y en olor de multitudes (ya se sabe que las multitudes es lo que tienen, que quieras que no, huelen), y 13 que nuestra responsabilidad nos contiene de hacerle un buen corte de mangas a los que nos recortan nuestras libertades, y no por falta de ganas.

En este tiempo, nos hemos hecho mayores y ya no somos tan originales. El bote de Colón y el terror en el supermercado han dado paso a la Europa en celebraciones. Ya no le hacemos huelga al compañero de los morritos, ahora se la haremos a un señor de derechas, bajito, con bigote y poco carisma... y la cosa es que juraría que esto ya lo he escrito yo antes refiriéndome a otra persona... bueno, a lo que iba... que como diría Sabina, nos sobran los motivos para parar, para manifestarnos, para gritarle a esa cara de piedra (por expresividad y dureza) que ya está bien, que deje de tomarnos el pelo, que las pelucas ya no se llevan (ni siquiera ahora que está de moda el estilo retro han conseguido que vuelva la de Carrillo).

Y a ver si hay suerte y ya que nos remangamos nos dura la inercia reivindicativa un tiempecito más y, con símil torero, confirmamos esta alternativa en las urnas. Que después de un cuarto de siglo algo deberíamos haber aprendido ya. Aunque sólo sea que los señores de derechas, bajitos, con bigote y poco carisma cuando se sientan en el sillón de sus entretelas es para hacernos la puñeta a conciencia.

Eso sí, nunca habíamos visto a nuestra selección con tantas posibilidades en un Mundial. Y, claro, eso anima mucho. Espero no ser gafe (el partido contra Irlanda empieza dentro de media hora cuando estoy escribiendo esto). Por si acaso, pido disculpas por adelantado. Me sabría mal que por mi culpa... en fin... suerte y a por ellos, que son pocos y cobardes. Y ahora no me estaba refiriendo al fútbol.
(Visto con el tiempo, menos mal que no me dediqué a eso de la futurología. Me hubiera muerto de hambre. Aunque, bien mirado, quitando lo del fútbol, el resto no se nos dió tan mal).

lunes, 2 de noviembre de 2009

Halloween


Hace aproximadamente 3.000 años, año arriba, año abajo, los pueblos celtas instalados en las actuales Francia, Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales celebraban el final del verano (el Dúo Dinámico aún no había nacido, aunque no os lo creáis) con una mezcla de fiesta de la cosecha y honra a los difuntos. La fecha concreta de celebración de dicha fiesta no está clara, pero todas las versiones indican que transcurría en torno a finales de octubre y principios de noviembre. Dicha fiesta recibía el nombre de Samjain.

Los celtas creían que en la noche de Samjain la barrera entre el mundo terrenal y el espiritual dejaba de existir y los muertos bajaban a visitar los hogares. Para mantenerlos contentos, ponían comida y dulces, evidentemente caseros (tampoco habían nacido los Hermanos Martínez) en las puertas de sus casas y apagaban los fuegos de sus hogares con la sana aunque fría intención de que se alejaran los malos espíritus ante lo poco confortable de las mismas. Por si resultaba poco atemorizador, que ya se sabe que los espíritus son muy suyos, se vestían con extraños ropajes. De ahí, las tradiciones de la visita puerta a puerta y de los disfraces.

Y en esto que llegaron los romanos, que eran ellos mucho de llegar y eso. Y ya se sabe, la forma más eficaz de conquista de un pueblo es arrasar con su cultura y tradiciones y, como dijo aquel (que creo que fue Pascal aunque no me hagáis mucho caso, que lo mezclo todo en plan coctelera) la fiesta (él dijo la materia, pero es que era muy aburrido, animalico) no se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Y los romanos transformaron Samjain en la fiesta a su diosa de la cosecha, Pamona que, por cierto, tenía un nombre muy poco serio para una diosa, no es por nada.

Un ratito después llegaron los cristianos, que estos sí que eran de llegar, arrasar y a otra cosa, mariposa. Y como vieron que todo aquello era de lo más pagano pero también de lo más propio para la cosa de honrar a los muertos y mantener los espíritus, esta vez de los vivos, atemorizados y más firmes que el palo de una vela, transformaron Samjain en el Día de todos los santos o, como dirían los hijos de la Gran Bretaña, en All hallow´s eve, término que con la cosa de la erosión terminó derivando en el conocido y aún celebrado Halloween.

Es en Irlanda donde nace otra de las tradiciones de Halloween, la calabaza con la vela dentro. Cuenta la leyenda que un tal Jack, conocido para la posteridad como Jack of the Lantern o, más castizamente, Jack el del farol, era tan malo tan malo que ni en el infierno le admitían y anda vagando por el mundo con un farol construido con un nabo que en su interior porta una vela. Dada la dureza del nabo (esta frase reconozco que me ha quedado un tanto procaz) con el pasar del tiempo se sustituyó éste por una calabaza que son más fáciles de cortar y mucho menos dadas a la procacidad.

Y no es por nada pero tiene narices que, por una vez y sin que sirva de precedente, sean los yankees quienes recuperen y extiendan una tradición milenaria de la vieja Europa.

¿Truco o trato?

miércoles, 7 de octubre de 2009

Abracadabra



(Por culpa de la escasez de ideas que me produce la caló, tengo esto como el desierto de Gobi, así que, tomando ejemplo de mi amigo y musa Regino, he decidido volver a publicar un articulito que ya tiene unos años -es de la época en que echaban Crónicas Marcianas, no os digo más- pero que haciéndole unos remiendos aquí y allá espero que os guste. Y si no, las reclamaciones me las váis dejando apuntadas en la barra de hielo, amores).





A estas alturas, nadie puede negar que Crónicas Marcianas (y me refiero al programa de Javier Sardá, no a los estupendos escritos de Ray Bradbury) cumple con una labor didáctica de calidad. ¡Lo que se aprende viendo ese programa! Ayer mismo (el lunes pasado, para cuando leáis esto) emitieron una bárbara lección de ginecología recogida por el gran Martí Galindo, que reiros de los documentales de la 2. ¡Reiros, coño!

De eso precisamente trataba la lección, de coños. Y más concretamente, del coño de Bárbara, una señorita que un buen día decidió “hacer algo novedoso, que no se hubiera visto antes” con el suyo, para disfrute, babeo y estupefacción del personal, masculino mayormente, de una sala de fiestas. Que ya se sabe, ellos disfrutan, babean y se estupefactan con mayor facilidad por estas cosas. Animalitos.

Pues bien, la innovadora criatura, desoyendo los consejos de don Miguel de Unamuno, y en vista de que esto del soubisnes está muy masificado últimamente y plagadito de petardas que se están haciendo millonarias vendiendo la cuantía y calidad (¿) de sus coitos, decidió inventarse un espectáculo en el que hacer lo que le saliera del coño. O mejor dicho, hacer que le saliera del coño toda clase de cosas, a cada cual más extravagante si tenemos en cuenta el receptáculo. Así, esta futura Sarah Bernarth, y si no al tiempo, saca de su cuerpo salchichas, huevos (las risas eran arriba, aquí no proceden), una ristra de chorizos (un poquito de seriedad que la artista se está jugando el físico), una hilera de banderas, una larga colección de pañuelos o más de una docena de cuchillas de afeitar unidas por un cordel.

Y claro, esto, a una le hace pensar. Y no porque no sea consciente de las cosas que pueden salir de un coño siempre y cuando funcione en plan máquina tragaperras, es decir, se mete el importe adecuado y de allí salen visones, chalets, coches, cuentas en Suiza (o en Caja Albacete, dependiendo de amor patrio de cada quien y de su nivel adquisitivo). En fin, que un coño da pa' mucho. No, no era eso lo que me hizo pensar. Fue más bien la elección de los objetos lo que me metamorfoseo en filosofa de baratillo.

Porque una puede comprender la sutil metáfora que suponen los huevos, los chorizos y las salchichas. Hasta ahí, la cosa no pasa de ser previsible y, con un poco de suerte, fuente de chistes de dudosa fortuna. Lo que me tiene preocupada es la intencionalidad del resto de los objetos. Y que Santa Teresa me perdone por mezclarla en estos avatares, pero vivo sin vivir en mí y, además, de alquiler.

¿Qué oscuras razones subconscientes tiene esta buena mujer para introducir en su número y en su coño una hilera de pañuelos? ¿Acaso la epidemia de gripe que pulula por España? ¿Le mueve el interés por la salud de sus conciudadanos y el estado del moco patrio? Si, ya sé que esto último ni ha sido sutil, ni siquiera de buen gusto, pero qué quereis, me estaba imaginando la operación de ofrecimiento de pañuelo ante un estornudo y no he podido por más que ponerme pelín soez. Ya entiendo yo que vosotros, mentes cultivadas y tal, no os pongais en situación, pero pensad que peor sería si fuesen paquetes de kleenex. Por la dificultad, más que nada.

Las cuchillas de afeitar también tienen su miga, también. Aquí, probablemente Freud tuviera más y mejores cosas que decir que yo. Porque claro, lo primero que le viene a una a la mente es el peligro que entraña la hazaña. Ella parece que lo hace sin mayor aspaviento, con una sonrisa llena de dientes, que parece más propia de una película de caballos que de un espectáculo de estas características, si obviamos, claro está, aquello de la sonrisa vertical, aunque creo que esa dientes, lo que se dice dientes, no lleva. Pero a pesar de la aparente facilidad de la criatura para el manejo de la cuchilla, ella misma confesó que visita con frecuencia los hospitales, aunque ahora no puedo recordar si dijo que iba a urgencias o a psiquiatría... En cualquier caso, lo mismo da. Aquí lo interesante sería descubrir porqué la elección de las cuchillas y lo más importante, si ese subconsciente bailarín se ha olvidado alguna vez una dentro, con el peligro que eso entraña a posibles curiosos de este fenómeno desafiante de las leyes de la física.

Ahora bien, lo que me tiene francamente preocupada son las banderas. Como está el patio últimamente no me negareis que es meterse en camisa de once varas. Que por una tontería se puede armar la de dios es cristo. Porque claro, la primera lectura y tan evidente que me está dando la risa, es que la buena de Bárbara se pasa las banderas por el coño, versión femenina del tradicional forro de los cojones. Y ya está el lío montao. Además, siempre existe el peligro de haberse dejado en el baúl de los recuerdos alguna nacionalidad y buenos son los líderes mundiales para sus cosas, que por menos de eso te mandan un B52 y ahí te las apañes. Y ya metida en harina, consulto conmigo misma (es decir, con mi mismidad) ¿Habrá incluido la bandera de Cuba o se habrá sumando al boicot yankee? Me está dando en la nariz que josemarimirusté va a tener más trabajo del que pensaba desfaciendo entuertos diplomáticos, aunque siempre puede mandar a Zapatero que le veo yo más en el papel que al del esguince de cuello.
A ver, que ya vuelvo de los cerros de Úbeda. Espero que a la muchacha no le de por incluir en su número un bote de polvos de talco porque veo que se le presenta en la sala la Quinta Flota al completo para aplicarla la operación Libertad Duradera a base de bien.

Total, que estoy impactada. Y convencida de que esta Houdini moderna tiene un futuro más que prometedor a la vista de lo que da de sí un coño. Y si no, que se lo digan a José Manuel Jimenez de Prada, aunque lo suyo es otro cantar.

jueves, 2 de julio de 2009

Un pueblo es, un pueblo es, un pueblo es...


Una, que es urbanita hasta las entretelas y tiene plantados ladrillos caravista en las macetas, tiene añoranza de tener pueblo. Me he dado cuenta de qué era lo que tanto echaba yo de menos en mis fines de semana y el porqué odio tanto los domingos por la tarde: no tengo un pueblo al que desplazarme los sábados temprano, odiarlo con toda mi alma por el aburrimiento que supone su irremediable visita semanal y sentir la sensación de inmenso alivio al llegar la hora de retorno a la ciudad. Y eso, queráis que no, produce mucho desasosiego. Además de urbanita soy inconformista.

De niña tampoco tuve bici, cosa que aún estoy meditando. No tengo muy claro si fue por falta de medios económicos o esa era simplemente la excusa que se inventó mi madre para salvaguardar mi crisma. Porque una madre es una madre y por mucho que se engañen a sí mismas a propósito de las virtudes de sus vástagos mi torpeza motriz quedaba bien patente, incluso si mi madre hubiera sido un híbrido entre la Niña de la Puebla, Lina Morgan en ‘La tonta del bote’ y Forest Gump. Evidentemente, no lo es. Así que a todo lo más que llegué fue a tener unos patines, con los que me abrí ambas rodillas y los codos (eso sí, arte para caerme siempre he tenido... algún día os contaré de qué se están riendo mientras leen esto Pili y Gema).

Como os decía, tuve patines e incluso llegué a dominarlos y, sin llegar a ser Cionín Villagrá, conseguí que mi dignidad se mantuviera a flote y ni siquiera me quedaron cicatrices, bueno sí, una pero muy chiquita. También conseguí aprender a montar en bici gracias a que primos sí que tengo, sí, de eso no me falta.

Así pues, he decidido que sólo me falta tener pueblo y lo voy a tener. Voy a adoptar un pueblo. Que además de ser algo como muy novedoso, cosa que le va mucho a mi imagen fashion, tiene la ventaja de que ahora puedo elegir y no conformarme con el que me hubiera tocado por designación divina, por muy divina que sea, que vaya usted a saber la cantidad de glamour que hubiera tenido y eso sí que no lo puedo dejar al libre albedrío del destino que, como es sabido, es caprichoso y tiene muy poquita vergüenza.

Así que hoy esta Magnolia va a ser apenas un capullo (sin ánimo de señalar) ya que me espera muchísimo trabajo. Tengo que escoger entre los miles de pueblos que conforman la geografía de este país, que no se dice este país, que se dice España, el que más vaya con mi personalidad, simplicidad y fondo de armario.

Y la elección no va a estar fácil, no. Porque claro, hay que tener en cuanta muchas variables. Y a mí me tira mucho la variable toponímica. Que no es lo mismo que tu pueblo se llame, pongamos por caso, Matalascabrillas a que se llame Almunia de doña Godina, que suena como a cosa de importancia y abolengo. No he mencionado Baza ni Alcantarilla por que no pareciese afición a señalar. Y ya tenemos el lío montao. Porque en esta España que dios nos dio otra cosa no tendremos pero nombres de pueblos con aire de recio abolengo, para exportar.

Y luego está que el pueblo en cuestión esté bien situado. Tenga buenas comunicaciones e infraestructuras. Con vistas al exterior, plaza de garaje y estanco. Que no haga mucho frío en invierno, ni mucho calor en verano. Que tenga una historia interesante, biblioteca municipal y museo de los horrores, es decir, bar-tienda-mentidero. Osea, que lo que yo quiero es un pueblo pueblo pero barnizado. No sé si lo voy a encontrar pero como diría mi abuela, mientras voy y vengo buscando está el camino con gente.

Voy a cambiarme el vestido de noche y el moño por los vaqueros y el salakoft y me pongo a ello. Empezaré por Fuentesaúco, que tiene un nombre precioso y siempre me ha llamado la atención. Como tenga conexión por cable a internet, me lo quedo.

Que Labordeta me guíe.

sábado, 4 de abril de 2009

Fragilidad

Cuanto más miro a mi alrededor más superada me siento por la fragilidad. Me refiero a la fragilidad como concepto. Se supone que alguien frágil es a quien todos consideramos débil, quebradizo, que con facilidad se hace pedazos, esa persona a la que todos, ataque empático en ristre, corremos a proteger. Pues o el Diccionario de la R.A.E. ha entrado de lleno en el cambio climático o estoy rodeada de hijos de puta. En mi caso, de género femenino, mayormente.

Vengo observando de un tiempo a esta parte que estas personas, como las cucarachas, están cerca de dominar el mundo. Sólo que no tienen intención de esperar al estallido nuclear. Lo suyo está ya en marcha y sólo queda esperar que nos pille confesados.

Allá donde se posa mi atención me encuentro con algún espécimen haciendo de las suyas. Son fácilmente reconocibles. Suelen tener ese aspecto de no haber roto un plato en su vida y que ésta, como buena puta que es, les devuelve el favor tratándoles a patadas. Viven en una continua queja, en un eterno ay. Tienen esa expresión angelical que se te atraganta al rato de hablar con ellos y que, dos horas más tarde te está produciendo una úlcera que a no mucho tardar se volverá sangrante a poca sangre que tengan tus venas.

Todo eso no es más que una máscara. Detrás de esos ojos anegados en lágrimas que nunca salen más allá de las pestañas de sus párpados inferiores, se oculta una determinación férrea. Algo tienen entre ceja y ceja y no dudéis en que no pararán hasta conseguirlo. Caiga quien caiga. Y quien suele caer somos los gilipollas que tenemos aspecto de comernos el mundo, aunque no sea ni haya sido nunca nuestra intención.

Sus dramas, problemas o uñeros siempre son trágicos y tú, estimado lector, tienes obligación no sólo de prestarles toda tu atención, si no que tienes el inexcusable deber de solucionarlos, por la cuenta que te trae si no quieres que tu entorno sepa que el lugar de tu corazón lo ocupa un bloque de hielo del tamaño de la Antártida. Que ahora me explico yo lo de mi capacidad torácica, mira. Que no es que estos individuos gusten de hablar mal de los demás, no, por dios. Pero no pueden evitar comentar, desde el cariño eso sí, lo fácil que tú lo tienes, con ese carácter, y lo poquito sensible que te muestras con sus cuitas. Con lo cual, inmediatamente, tienen entregado a todo aquel que se halle en ese momento en su área de influencia, no vaya a ser que el siguiente en caerle semejante chorreo sea uno mismo. Y ya está montado el lío y la camarilla.

A partir de ahí, su maquiavélico plan consiste en ir añadiendo círculos concéntricos de afectos y piedades que manejar a golpe de pestaña y mohín, de tragedia griega y épica de vecindona. Al cabo de un tiempo, verás, paciente amigo, como tu sinceridad se ha convertido en mala hostia, tu buen humor en cinismo y tu grupo de amigos de toda la vida en doce hombres sin piedad. Y la cucaracha en la reina del Chantecler.

¡Fuera complejos!

¿Sabéis aquello que dice que no hay mal que por bien no venga? Pues como soy de las que cree que ese dicho es absolutamente cierto y también estoy abonada al de que el que no se consuela es porque no quiere, cuando el otro día mi fusa particular me dio la idea de ver las minusvalías desde la vertiente de sacarlas provecho, no diré (porque mentiría, más que nada) que me puse a ello inmediatamente, pero sí que me pareció estupendo y, bueno, en eso estoy.

Si las revistas llamadas “de mujeres” tienen la costumbre de publicar el inefable articulillo de autoayuda en diez pasos básicos, digo yo que este blog no va a ser menos, aunque no creo ser capaz de llegar hasta el décimo paso sin aburriros y, sobre todo, sin cansarme. Es que yo camino muy deprisa.
Lo primero que se me ocurre es que nos echemos un vistazo con ojo crítico, el acomodaticio lo dejamos para luego que nos va a hacer falta, y descubramos los defectos que inmediatamente convertiremos en virtudes. Veréis que fácil. Una vez descubierto ese defecto que seguro que tenemos, no mintáis que nos conocemos todos, la cosa consiste en sacarle el mejor partido posible y, por supuesto, convencer al resto del mundo mundial que lo nuestro no es una tara de fábrica sino un regalo de los dioses que el día que nacimos nacieron todas las flores... no, eso no era aquí, a ver que me pierdo... ¡ah si! que el día que nacimos estaban de un humor raro.
Que nuestro problema es una cojera de esas que nos hacen parecer el Titanic justo después de chocar con el iceberg y a punto de mandar al DiCaprio a las profundidades marinas matarile rile ron, nada de ponernos espantosos zapatos con tacones desiguales e imposibles. No señor. Luzcámosla orgullosos. La solución es tremendamente sencilla aunque requiere de cierta habilidad. Lo primero es un rotundo cambio de vestuario. Se imponen los pantalones de cintura baja, bien anchos y largos, una camiseta a ser posible de marca deportiva y una cazadora informal. Si esto lo acompañamos con un pañuelo en la cabeza ellas o una visera o sombrero ellos, ya sólo nos queda distraer la cadena de un water y colgárnosla al cuello. Fase look, conseguida. Después, y una vez vestidos de lagarterana, arquearemos la cintura hacia el lado del que cojeemos, despegaremos los brazos del cuerpo e imprimiremos a las manos un movimiento similar al de ir tirando dinero al paso del respetable. Si a todo esto le añadimos un “¡Wasaaaaaaaaaa!” de vez en cuando, estaremos perfectamente preparados para unas vacaciones en Harlem y lo que es más importante, con semejante pinta nadie se fijara en nuestra cojera. Os lo puedo asegurar.
¿Lo que no nos deja dormir a pierna suelta, es un decir, es una sordera galopante o simplemente trotadora que hace que parezcamos mayormente idiotas, todo el día preguntando “qué dices”? No hay problema. Simplemente, démosle la vuelta. ¡Quieeeeetos! No quería decir ni que hicierais el pino con las orejas ni que os pongáis de espalda. Bastante indiferentes parecemos ya como para empeorar las cosas con posturitas. Eso dejadlo para mejor momento. Me refería a que dierais la vuelta a la situación. Cuando nuestro interlocutor tenga esa molesta manía de hablarle al cuello de su camisa (que cualquier día le va a contestar airadamente), no desesperemos. Pongamos cara de muchísimo interés, algo así como si nos estuviera contando la fórmula de la Coca-Cola, el secreto de Bill Gates para hacerse millonario o la solución para hacer mamadas sin que los ojos se aneguen y venga una arcada a mandarnos al otro barrio. Hagámoslo (lo de poner cara de interés, la mamada en otro rato que os estoy hablando, leches) a la vez que intentamos leer en sus labios qué coño está diciendo. Aquí tampoco hace falta que pongamos mucho interés, no sea que nos vayamos a enterar de algo y tampoco es eso. La cosa consiste en que la persona que tenemos enfrente piense que la estamos escuchando, no que nos enteremos de cual es su secreto para que la pasta no se pegue al fondo de la cazuela o cuantas veces ha vomitado su niño esta semana. Francamente, bastante tenemos con nuestra sordera como para asimilar tanta información inútil. Os garantizo que dejareis de ser el teniente O’Conell y pasareis a figurar en el podium de personas interesantes que saben escuchar a los demás. ¿Paradojas? Segunda puerta a la izquierda. Ponedlo en práctica y ya me contareis los resultados. Eso sí, en voz baja, que a mí, francamente, me importa un pimiento vuestra vida.
¿Qué sois miopes? ¿Y os quejáis por eso? Animalitos, no sabéis lo que tenéis. En primer lugar, eso no es un defecto, es una suerte. Sí, sí, suerte. En vez de tener que ver las cosas que hay en el mundo, os las podéis imaginar a vuestro gusto. Eso sí, claro, si dejáis en casa esas malditas gafas que además de haberos costado un riñón no os favorecen nada y programáis el espíritu positivamente. Imaginaros. Nunca más tendréis que soportar esa desagradable sensación de que el pelo que tiene en la barbilla la señora portera os apunta presto al ataque. Simplemente no lo veréis. Ni el terrible grano purulento que luce con orgullo el vecino del quinto y que os revuelve las tripas cada mañana en el ascensor sin necesidad de momento all-bran siquiera. Con este sencillo consejo vuestra vida social será un jolgorio. Never in the live volveréis a sentiros idiotas por asistir a una cita a ciegas (he dicho segunda puerta a la izquierda) con alguien de Internet sin previamente haber requerido documento gráfico que atestigüe su pertenencia al género humano y no al simio. Además, ¿os habéis fijado en la mirada tan penetrante, interesante y fascinadora de Marilyn? Miope como una tapia. Como una tapia, si ¿o es que en vuestro pueblo las tapias tienen vista de águila? Pues eso.
Y por hoy ya está bien, amados, estimadillas y demás géneros. Mis tardes escuchando a la señorita Francis no dan para más que lo expuesto y un par de preguntas sobre la extraña relación entre las hormonas, las preferencias sexuales, la nuez de Adán y la crema de plumas de cisne. Pero creo que hoy no viene al caso. Si eso, otro día.

Cuestión de identidad

Andaba yo ayer perdida en los recovecos de mi mismidad, intentando reponerme del último tatuaje de la Winehouse, cuando di un espectacular giro de 180 grados, pirueta incluida, y esquivando las trascendentales noticias mundanas me ensimismé en el apasionante tema de la elección del nick. La culpa la tuvieron mis maris, el triángulo de las Bermudas foril, unas risas telefónicas y..... bueno, sería largo de explicar.

La cuestión es que de aquellas risas vienen estas disquisiciones. Digo yo que elegir un nick no es una cosa que deba hacerse a la ligera ya que va a ser nuestra carta de presentación en esta sociedad. Es casi tan importante como elegir nombre para un hijo y últimamente requiere tantos trámites como esto. Uno no va al registro civil con la idea de ponerle a su retoño un nombre feo, malsonante o que rebaje su dignidad. Bueno, si excluimos a los padres de los Usnavys, Bin Landens o Rodolfos.

Uno va al registro con la idea, después de haber asesinado a los parientes políticos con alta graduación de mala leche en sangre, de ponerle al lactante un nombre hermoso, importante, que el día de mañana le abra puertas y le ayude a ir por la vida con la cabeza bien alta. Un nombre que enamore, que haga de él o ella alguien a quien apetece conocer, con quien apetezca charlar, en quien se pueda confiar. En principio, esa es la idea. Luego sucumbes al Jose Mari, “que así se llamaba papá y me hace ilusión”, o al Pilarín, “como la tía segunda de mamá, esa que está forrada y así a lo mejor....”, pero eso es otra historia.

Total, que la criatura si quiere realmente desarrollar toda su personalidad sin las cortapisas que la poca imaginación de su madre y el calzonazos de su padre le han dejado en herencia, solo tiene la oportunidad de elegir un buen nick, adentrarse en un foro y que sea lo que dios quiera. Y claro, aquí es cuando se presenta el meollo de la cuestión. ¿En qué tienen su mente ocupada algunas personas cuando eligen su nick? Porque, francamente, para una vez que se les da una segunda oportunidad en esta vida no entiendo como pueden desaprovecharla de tamaña manera.

De todo hay en la viña de Internet. Nicks provocadores que invitan a considerar la posibilidad de la patada cibernética en el cielo de la boca a su dueño, el cual cuando se expresa confirma que la existencia de tacos en las botas de fútbol tienen más razón de ser que la mera sujeción al césped del campo; nicks llorones, marca Calimero, que piden a gritos un tratamiento con Prozac o en su defecto una inversión importante en kleenex; nicks mal encarados o geniudos que les preguntas la hora y te sueltan aquello de “¡pues anda que tú!”; nicks impertinentes que nunca saben de qué carajo se habla, de qué va este hilo y se pasan la vida buscando a su media naranja en las inmediaciones de su lugar de residencia, que es una lástima no sea Sebastopol. También hay nicks sugerentes, fundamentalmente de las intenciones de su propietario o propietaria para con el sexo opuesto, rara vez comprendidas y compartidas por éste; nicks imposibles, nicks deprimentes, nicks gansteriles, piratas, aburridos, soeces.... nicks, nicks, nicks.

Pero gracias al cielo, también existen los nicks amables, siempre dispuestos a echar una mano, informar, hacer un café, aguantar estóicamente un rollo no precisamente primaveral y todo ello con una sonrisa más emotiva que emoticona; nicks graciosos, que alegran cualquier mañana o tarde (si es por la noche ya pasan a la calidad de santos y eso pertenece a otro negociado), que dan lugar a bromas y saben aceptarlas porque eligieron en esta vida paralela, o para lelos, el oficio de payaso y su maquillaje de colores es sinónimo de alegría; nicks cultos, que son agasajados con el diccionario de la R.A.E. para poder acallar las lenguas de doble filo o con un tomo especial de la última enciclopedia especializada en fronteras mundiales; nicks discretos, que morirían antes de someter al personal a ningún tipo de encuesta aunque ello les lleve a parecer desinteresados; nicks buenos, cuyos deseos para con los demás no siempre son realizables pero, qué coño, animan el día. Y nicks pacientes, de una paciencia cuasi infinita, una sonrisa cuasi eterna y, por supuesto, una tarifa plana.

Está visto, hay de todo y para todos. Y ya sabéis, cuidado al elegir el nick, el nombre del retoño y la talla de ropa interior. Y como tanto le gusta decir a mi mari... ¡Tanto Luchi, tanto Luchi, y se llamaba Luciana!

Preparativos

Aquí se encontraba servidora, más contenta que unas pascuas floridas, página word en blanco y teclado en ristre dispuesta a iniciar su andadura literaria por este blog cuando, hete aquí, que me di cuenta que no tengo todos los elementos indispensables para ejercer esta gloriosa carrera de columnista.

Porque claro, las cosas no se pueden hacer a la ligera, aquí te encargo un espacio semanal, aquí te lo escribo. De eso nada. Todo requiere su preparación. Así pues, me apeé de mi pascua florida y me puse a meditar sobre lo que es imprescindible para esta tarea.

Y fijándome, fijándome, que yo me fijo mucho, me di cuenta que lo primero que debe de hacer falta para entrar por la Puerta del Príncipe del paraíso de los columnistas ha de ser alguien a quien dirigir el susodicho derrame de letras. Y digo esto, porque casi todos los que son alguien tienen un alma cándida que se arma de paciencia y se presta a ser musa y fusa de tanta idea que anda suelta por ahí.

Así pues me dije, que yo me digo mucho, es lo que tengo, que me digo... me dije, decía, “nena, a buscarte un alma cándida”. Y así se me han pasado dos semanas como dos soles, busca que te busca. Que se me estaba poniendo cara ya de Indiana Jones. Porque claro, una no es, aún, una Elvira Lindo que tenga un santo que llevarse a la tecla del ordenador, ni a ningún otro sitio, que todo hay que decirlo. Ni un Eduardo Mendicutti, con una Susi descarada y ordinaria que le airee a una los armarios hasta el día en que se decide a dejarlos abiertos de por vida. Ni siquiera tengo un Pepe Carvalho, que de lo malo, malo, lo mismo te sirve para contarle tus penas que para que te prepare una caldereta de marisco. Eso sí, siempre y cuando no le dejes la biblioteca al alcance de la chimenea.

Y hete aquí otra vez que de repente di con la solución, que como siempre, estaba al alcance de la vista. ¿Pues no tengo yo una mari estupenda que me entiende divinamente? Es más ¿no tengo acaso una colección de maris bárbaras todas ellas (¡ojito! bárbaras de buenas, entiéndaseme, que sólo son brutitas en caso de extrema necesidad)? Si es que soy afortunada, a falta de un alma cándida, tengo varias. Me río yo de los pobres que se tienen que conformar con una.

Pues nada, que creo que ya lo tengo todo para poder iniciar mi viaje hacia el Pulitzer. Lo malo es que después de tanta búsqueda y tanto estrujarme las meninges se me han quedado achatadas por los polos y claro las musas han pasao de mí y se han tomado las consabidas vacaciones a las que tienen derecho por convenio y porque tienen mucha cara. Así que creo que dejaré el apasionante tema del que quería hablar hoy aquí para otra ocasión. Eso es, lo dejaré para cuando vengan mis maris.