lunes, 22 de noviembre de 2010

Ernest Lluch en la memoria

Ayer, 21 de noviembre, se cumplieron diez años del asesinato de Ernest Lluch. Diez años sin una de las voces más sensatas que he escuchado hablando de terrorismo. Diez años de la demostración de lo que ETA opinaba sobre el diálogo y la negociación.
Aquel día al llegar a casa encendí la televisión, maldita costumbre. Vi una imagen muy familiar para mí, un nombre que siempre recordaré con cariño y una voz que, en el despiste inicial, no conseguía asociar con el rostro y que sin embargo no me era desconocida. De repente, las palabras "atentado de ETA" me hicieron daño a los ojos. Y caí en la cuenta. La voz que escuchaba era la de Miquel Roca y, sin embargo, el rostro, siempre amable, que me miraba desde la pantalla del televisor era el rostro de Ernest Lluch.
"No puede ser. No pueden haber matado a Lluch. ¿Pero a quién demonios se le puede ocurrir? ¡Hijos de puta!" Luego las lágrimas y el horror brotaron libres. Dos tiros en la cabeza. Dos horas abandonado su cuerpo hasta que fue encontrado por un vecino. Descubrí entonces que, hasta ese momento, mi reacción a los crímenes de ETA no había sido plena. La indignación, la rabia, la impotencia, el dolor, el horror que cada vez había sentido eran aquella anoche mucho más intensos, casi físicos. Imaginar a Lluch tirado en el suelo de su garaje, con la cabeza destrozada por dos balazos, solo, sin que nadie supiera que estaba allí muerto durante dos horas, era una idea que me dolía en lo más profundo. Pasé la noche intentando encontrar una explicación, aún a sabiendas de que no la había. Y recordando.
Recordaba el día en que, armados de valor y con el no asumido, fuimos a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo a pedir al entonces rector que nos facilitara un día a la semana la posibilidad de montar un puesto de Amnistía Internacional en la sede de La Magdalena mientras duraran las clases. Nos sorprendió.
Primero, por recibirnos personalmente, sin tener que pasar previamente el control de calidad de cinco o seis secretarias. Después, porque no sólo accedió gustosamente a lo que le proponíamos, sino que nos dio carta blanca para recorrer el Palacio de La Magdalena, utilizar sus aulas y toda su infraestructura siempre que lo necesitáramos. "Estáis en vuestra casa, poneros cómodos. Y no dudéis en pedirme cualquier cosa que necesitéis".
Durante cuatro años, no hubo tarde de jueves entre finales de mayo y principios de octubre que faltara a su cita con nosotros. Sacaba un minuto, algunos más si podía, de su apretada agenda de anfitrión para pasarse por el puesto y ver qué tal nos iba. Más de una vez y más de dos, trajo consigo a catedráticos, ex ministros, ministros en activo, alumnos, cantantes, actores... y les ‘hacía el artículo’. Socio de Amnistía Internacional desde que se fundó el grupo en Barcelona, aquellos días de verano, aquellos ratos, dejaba a un lado al rector y afloraba el militante. Siempre amable y simpático se lanzaba de cabeza a ‘discursear’ sobre derechos humanos.
Eternamente despeinado, el estado de su flequillo reflejaba la intensidad con que vivía la vida. Despistado hasta la caricatura, era capaz de inaugurar el nuevo periodo académico con un traje mal atado y un calcetín de cada color. El día que nos conocimos, nos pregunto nuestros nombres para inmediatamente olvidarlos, mantenerlos en el olvido todo aquel verano y sorprendernos al año siguiente recibiéndonos con un abrazo y nuestro nombre en su sonrisa.
Culto, muy culto, era un placer escucharle hablar. Le gustaba compartir café a media tarde con los alumnos, con el personal de la UIMP, con sus hijos, con cualquiera que estuviese dispuesto a charlar distendidamente. De pronto, en medio de cualquier frase, un silencio...volvía la cabeza hacia el ventanal, miraba el mar... "bonito ¿verdad?"... y continuaba con lo que estuviera diciendo.
Dialogante, culto, vital, despistado, amable, simpático... buena gente. Y le mataron. Le dieron dos tiros en la nuca y le dejaron allí tirado. Malnacidos.
(Pubicado en AQUÍ DIARIO el 22 de noviembre de 2010).

1 comentario:

  1. Qué maravilla reencontrarme con Santander, tantos años después. Y que agradable sorpresa, compartir experiencias, recuerdos, en torno a Ernest.

    No sabía quién era aquel que hablaba en la radio, junto a Carrillo o Herrero de Miñón; que derrochaba conocimiento, sentido común, tolerancia, más tolerancia, amor por la música, y por el País Vasco. No necesitaba saber quién era, a qué se dedicaba. Sólo pensaba: "Yo de mayor, quiero pensar como piensa él".

    Esta banda de malnecidos hizo que descubriera de quién se trataba, su carrera profesional y política. Pero era demasiado tarde.

    No olvidaré esa noche, en la que no podía conciliar el sueño, y busqué compañía en la radio. De la inicial confusión, a los sollozos de Gemma. A la incomprensión. A la ira.

    Y el recuerdo de su voz en medio de un mitin en Donostia, bendita valentía, acosado por una muchedumbre intolerante que pretendía boicotear el acto: "¡Dejad que griten, que mientras gritan no matan!"

    Una San Sebastián a la que amaba, que visitaba cuando podía, socio de la Real Sociedad, y en la que luego descubrí que compartíamos amistades. Luego, tuvo que dejar de venir. Estaba amenazado, corría demasiado riesgo.

    Pero fueron a buscarle.

    Ernest Lluch, in memoriam

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