lunes, 15 de noviembre de 2010

Adiós y gracias, compañero

Lo mismo pensaban ustedes que en este espacio iba a pasar sin pena ni gloria la triste noticia de la muerte de Marcelino Camacho. Error. Con mucho de la primera y muchísimo de la segunda, pena y gloria, nos dejó Marcelino hace un par de semanas.
El que por edad fuera algo normal que nos dejara no resta ni un ápice al dolor de su pérdida. Porque perder gente buena siempre duele o, al menos, debería. Sobre todo en estos tiempos de tanto macarra intelectual y político suelto. Y Marcelino era, fundamentalmente, buena gente.
Y no es que lo diga yo, que soy una rojaza sin vergüenza, criada políticamente en el partido en el que militó, aunque luego me di a la socialdemocracia y aquí seguimos, y sindicalmente en las Comisiones Obreras a las que sigo siendo fiel, vayan ustedes a saber porqué. Es que lo han dicho, de reyes a mineros, cientos, miles, de personas de este su país. Porque mal que les pese a algunos este también era su país. Tanto empeño han puesto en convencer al electorado, el pueblo es un concepto que ni se les pasa por la meninge, de que algunos estamos en este mundo para romper España, que miren que capricho más tonto, que se les olvida que esta España en la que vivimos y llevamos viviendo 35 años es la que es, crisis aparte, gracias a gente como Marcelino Camacho. Gracias a la generosidad que él y otros muchos demostraron, la transición, ese ente del que presumimos tanto, fue la que fue. Claro que fueron muchos y de todo color político, pero es innegable, y le mando a mis padrinos a quien se atreva a negármelo, que la generosidad del Partido Comunista y de las Comisiones Obreras y, sobre todo, su sentido de la responsabilidad, evitaron más de un momento, llamémosle, chungo para el desarrollo de lo que luego sería la ejemplar transición española. Un ejemplo fácil y en la memoria de todos: el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha. Se podía haber montado un dos de mayo en pleno 26 de enero, no me lo nieguen, pero no. La responsabilidad política se sobrepuso al dolor y al ánimo de venganza y el resto es historia.
Pues ahí, en ese momento, como en muchos otros, estaba Marcelino poniendo su sentido común,su raciocinio, su militancia férrea, su lealtad a la clase trabajadora, a los derechos de las mujeres, su capacidad de diálogo, su trabajo.
Seguramente parecerá que esta magnolia es un panegírico más de esos tan típicamente españoles en los que se alaba al muerto, sea quien sea éste. Puede ser. Pero no duden que la admiración y el agradecimiento son sinceros. Lo que lamento es, efectivamente, haber esperado a su muerte para ponerlo negro sobre blanco. Me volverá a pasar, seguro. Pero sirva esta magnolia para agradecer a tanta buena gente su entrega y sacrificio para hacer de este país, que se sigue llamando España y sigue sin romperse, qué le vamos a hacer, lo que hoy somos y algunos nos empeñamos en seguir siendo. La lista sería enorme. Muchos hombres y mujeres que pusieron su militancia política y sindical al servicio del pueblo, qué leches, a mí me encanta la expresión, y sin los que es bastante posible que hoy no tuviéramos los avances sociales de los que disfrutamos y evitaron que este país pareciera la Inglaterra de Dickens.
Gracias, compañeros. Gracias, Marcelino.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 11 de noviembre de 2010).

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