sábado, 26 de febrero de 2011

No me llames extranjero

Hay días, y hoy es uno de ellos, en que siento una profunda vergüenza de algunos de mis conciudadanos, concretamente de esos a los que he escuchado dando su opinión sobre la inmigración en un corte de Ser Cantabria. Por extensión, de todos los que piensan como ellos. Por manidos y falsos que sean los argumentos no dejan de provocar que se me agrie la leche, mala ya de origen, y me agarre un cabreo monumental que acaba dándole voces al aparato de radio, que un día me va a contestar de mala manera, la criatura. Gracias al cielo, los vecinos ya están acostumbrados. Tirando de clásicos, el orden me van a disculpar ustedes que no lo guarde de manera exacta, que mi cabeza tiene buenos rizos pero mala memoria inmediata, han desfilado los actos delictivos que, supuestamente, llevan a cabo; la suciedad que provocan; la ocupación de puestos de trabajo que se atreven a ejercer; la inseguridad ciudadana, por la delincuencia, claro está, y porque se juntan muchos en algunas zonas determinadas y eso le da mucho miedito a las personas de orden, se conoce, no vayan a hacernos algo, Pepe, date prisa y no mires, no mires, no sea que...; porque “ya vienen con sus derechos sabidos” (sic); porque sus costumbres chocan con las nuestras… No ha faltado ninguno. Se ve que el cántabro medio es aplicado y lleva al día los deberes.
Me da asco, mucho asco, compartir espacio vital y vecindario con tanto idiota. Con tanto anormal que piensa que tiene más derecho, no se sabe muy bien a qué, por nacer donde ha nacido, en el primer mundo. Tanto fariseo al que apena hasta el sollozo ver en la televisión imágenes del hambre en África, pero que se cruza por la calle con un senegalés y se aparta, no vaya a pedirle dinero; o no se fía del vendedor marroquí al que lleva viendo durante años pero al que siempre considerará extranjero sino algo peor; o intenta una y otra vez tomar el pelo, o sea, estafar, a la tendera china a la que recurre los fines de semana cuando necesita algo que olvidó comprar o a diario a la hora en que los comercios ya están cerrados pero ‘el chino’ sigue abierto, menos mal; o cambia de bar cuando ve entrar a un grupo de rusos, serbios, alemanes o ingleses, que lo que se dice criterio para discriminar a un norte europeo no es que tengamos demasiado, pero por si acaso, que esta gente se emborracha y no hay quien los pare y son un problema. Tú no, tú estás aquí a las 3 de la mañana celebrando un cabo de año, claro; o a los que se escandalizan por la situación de la mujer discriminada en los países de latinoamérica o en la bárbara Europa del norte, pero frecuenta los burdeles donde son legión y están pocas veces por voluntad propia. En fin, que mucho asco.
Como soy, ya se lo tengo dicho, una mala persona, a todos estos imbéciles, xenófobos y gente de orden sólo les deseo que algún día tengan que emigrar. Y que les miren y les traten como ellos miran y tratan a quien viene aquí huyendo de la miseria, buscando una oportunidad para sí y para los suyos. Que les acusen de todos los males que sufra la sociedad en la que recalen y que se sientan, aunque sólo sea por un instante, no soy tan mala, tan despreciados y tan indefensos como ellos hacen sentir a los demás. Sólo eso.

(Publicado en AQUÍ DIARIO el 26 de febrero de 2011).

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