sábado, 19 de febrero de 2011

Malos tiempos para la cultura

Aestas alturas del cuento, una ya no se asusta de casi nada. Pero bien es verdad que en ese matiz del casi es donde está la enjundia, es el que marca la diferencia.
Salir de casa con la sonrisa puesta y enfilar la santanderina calle Jesús de Monasterio es rutina que tengo interiorizada. Encontrarme, de pronto, como las puntas de mis botas han estado a punto de pisar una estrofa de José Hierro, no tiene precio. Bueno, sí. No sé cuál, pero que tiene precio, lo tiene.
Porque no crean ustedes, incautos míos, que la estrofa rondaba la calle porque sí. No había salido de ningún libro recopilatorio de poemas del insigne hijo adoptivo de la ciudad, buscando la libertad que su autor tanto apreciaba. Ni siquiera se había visto obligada, fuerza mediante, a escaparse de un cuadernillo donde la había copiado un alumno de la ESO con criterio. Nanay.
Nuestra pobrecita y abandonada estrofa había sido puesta allí con alevosía y premeditación. La habían encerrado en un círculo rosa chicle, tamaño pizza familiar, con refuerzo de línea blanca, aprisionado entre el anuncio de la Semana de las Letras y los logotipos de las entidades colaboradoras. Y para que no se escapara, la habían pegado al suelo que da parada, que no fonda, a los viandantes antes de cruzar la calle Cervantes y dirigir sus pasos hacia el Ayuntamiento. Eso sí, en un acto casi humano de piedad, para que no se sintiera sola, que no es bueno que la estrofa esté sola, le habían colocado enfrente, al otro lado del cruce, otra estrofa. Que si les ponen un tendal y unos tiestos, montamos un patio de vecinas.
Esta es la innovadora estrategia para que los ciudadanos nos acerquemos a la cultura de quien gestiona esta ciudad que Dios nos dio y el diablo nos custodia.
Claro que no sé de qué me extraño habiendo visto lo que han visto estos ojazos. Fracasa la aventura de Santander 2016 y creamos el chiringuito de Santander Creativa. Y ahí, en el nombrecito, es donde me lo han bordao. Porque cultos, cultos, lo que se dice cultos, va a resultar que poco, pero creativos un rato, oigan. Que tirar la cultura por los suelos es lo que tiene, que es de un creativo que asusta. Además, la creatividad lleva siempre aparejada la palabra valentía. Y valientes somos, además de creativos de cojones, acuérdense, más que el sastrecillo de los hermanos Grimm. Porque si no es valor usar dinero público para pegar versos al suelo y esperar que no llueva, ya me dirán ustedes lo que es.
Espero que la próxima hazaña no tenga relación alguna con el papel higiénico. Aunque eso daría una clarísima impresión del respeto por la cultura que tienen nuestros próceres.

(Publicado en AQUÍ DIARIO el 19 de febrero de 2011).

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