Aviso a los no iniciados: estamos en campaña electoral. ¿Que
qué prisa tiene esta mujer? Yo, ninguna, se lo prometo, pero es lo que hay. A partir
de la presente no se puede perder ni un nanosegundo (dense cuenta, un
nanosegundo, eso es demasiado pequeño hasta para dejarlo solo y sin vigilancia
en el borde de una mesa, no sea que se caiga y se mate) en otra cosa que no sea
intentar convencer a propios y extraños, que no se sabe qué es más complicado
(pregúntenle a Aznar), de que nuestra propuesta para gobernar este ingobernable
país es la mejor, muy por encima del resto.
A partir de ahora prepárense, queridos míos, a sufrir
interferencias constantes en su vida cotidiana en forma de eslóganes vacíos,
frases construidas por los mejores profesionales de construir frases que el
mundo ha dado, pretenciosas sentencias que soportan el análisis a vuelapluma de
un infante y no más, llamadas a rebato para el día D (no me tiren de la lengua
que mi vida es un permanente horario infantil), listas, encuestas, papeletas,
toques a sus puertas, mesas, actos, mítines, y tú más, y tú más, y tú más…
Sí, les entiendo. Agobia. No ha tirado una el billete de
viaje con salida en Guatemala y ya se ve comprando el de guatepeor. Pero qué
quieren, toca.
Que no es que me queje yo de que toque, todo lo contrario.
Es lo que tiene la democracia, que nos da la posibilidad de elegir a nuestros
gobernantes con una periodicidad asumible. Si eso no es lo malo (de hecho, es
lo único bueno), lo malo es lo que conlleva. Y se lo dice una friki de las campañas electorales. Qué
me gusta a mí una campaña electoral, más que a Rajoy un plasma.
Pero aunque friki,
soy empática y ahora mismo sufro por ustedes. Al fin y al cabo, ya se sabe que
el roce hace el cariño y yo a ustedes les tengo ley. Y sufro. No como para
sangrar si se pinchan, pero sufro. Porque nos conozco.
Sé que les vamos a dar, cada uno desde nuestro espacio, un
coñazo insuperable (al menos hasta la siguiente campaña electoral) y no les
vamos a sacar de la duda. Nunca lo hicimos, así que no soy optimista en cuanto
a las posibilidades de conseguirlo esta vez. Ustedes disculpen.
Y no les sacamos de la duda porque utilizamos mal las
herramientas. De hecho, las confundimos con el mensaje y, claro, imagínense el
follón. Si con esta premisa ni los políticos se aclaran, malo será que lo
puedan hacer ustedes, sufridos electores.
En estos tiempos confusos de gentes confusas, ustedes y
otros muchos lo que quieren es que les expliquen claro como caldo de asilo (no
sé si esta expresión es muy políticamente correcta, pero gráfica es, así que
ahí queda) las propuestas de cada quien acerca de lo que tiene planeado hacer
con su vida de ustedes, nosotros, los ciudadanos, y no que se pierdan en
mensajes perfectamente estructurados que como titulares son impecables pero que,
si de aclarar futuros hablamos, dejan bastante que desear. Estampas válidas
para un rifirrafe y poco más.
Hace años, demasiados, que las campañas electorales ni ilusionan, dejemos aparte a los raritos
como yo, ni convencen. A votar se llega convencido, o no, de casa. Baste ver un
mitin electoral, elijan el que quieran. A primera vista, pasión, ganas, entrega
de los asistentes. Un segundo vistazo detectaría lo mismo. ¿A dónde quiere
llegar esta tarada? Pues a que sí, a que todo eso es
cierto. Le den los vistazos que le den al mitin en cuestión verán lo mismo: pasión,
ganas, entrega. Y es normal. Porque a los mítines van los ya convencidos. Si ellos
no demuestran pasión, ganas y entrega, apaga y vámonos.
Y eso es lo tremendo. Que los mítines se han convertido en
un sinsentido. Nadie a quien convencer, nada que explicar, ningún mea culpa que entonar, no queremos oírlo.
Así, los mítines se han convertido en un contenedor de
mensajes dirigidos a las aperturas de los informativos, atento a la luz roja que
entras en directo, y en una fábrica de titulares. No hay espacio para la
reflexión ni para profundizar.
Que tampoco es lugar para profundidades, cierto, pero es que
nunca se encuentra el lugar. Solo se mueven banderas al ritmo sincopado que
marca un regidor. Y al salir, emoción, sentimiento de pertenencia, una misión
que cumplir y para casa después del vino, que se nos enfría la comida.