jueves, 30 de julio de 2015

Solo los tontos se burlan del protocolo

Decía Jordi Pujol, antes de conocerse que no era tan honorable como le pintaban,  que “el protocolo es la plástica del poder”.  Y el político y diplomático francés  Talleyrand que “solo los tontos se burlan del protocolo. Simplifica la vida”. Ambos tienen mucha razón.

El protocolo no es, como parece pensar mucha gente que se rebela ante las normas establecidas por pretender ser más independiente, revolucionario u original, escoja  aquí su postureo favorito, que nadie, un conjunto de imposiciones anticuadas e inservibles propias de gentes de alcurnia cotizando en bolsa que aleja a las personas y lo vuelve todo más rancio y estirado que el pellejo de la Obregón en el posado veraniego de rigor.

Como decía el experto gabacho, el protocolo es un conjunto de normas que facilita la vida, sobre todo a quien a falta de los conocimientos implícitos en el ADN de los herederos de rancio abolengo sabe guiarse por pistas establecidas en los manuales de uso.

Mediante un conocimiento básico de las normas protocolarias imperantes y un uso, básico también, que no es cuestión de desgastárnosle, del sentido común, de un solo vistazo podemos, por ejemplo, localizar en  cualquier evento de cierto postín quiénes son las personas protagonistas del mismo y a quién hay que rendir pleitesía sin necesidad de  que tengan, pobrecitos, que salir de casa con un cartel luminoso colgado del cuello o pasarnos el día preguntando más que la maestra de Jaimito.

Las normas de protocolo establecen el sitio preciso en que se colocan las personas en los actos sujetos a él. Así nadie discute. Y si es usted de natural dubitativo, le socorrerá en gran medida si de escoger el modelazo adecuado para presentarse en un sarao y no parecer Lady Gagá recién salida del frenopático se trata.

Y tiene mucho, todo, que ver con la educación. Tanto admiramos la  educación, tan paseada la tenemos, que nos resulta muy familiar y la tuteamos sin piedad, hasta  quienes deberían tratarla de usted porque no la conocen de cerca.

Tutear sin piedad no es fácil,  no se crean. Hay que establecer muy bien la concordancia, que si no te pueden salir soflamas con cierto regusto gilipollas que menoscaba el gesto que has pretendido hacer. Establecer la igualdad de alguien con respecto a nos no lo da el tuteo inmisericorde y mal educado, lo da el convencimiento de que eso es un hecho; tratar de usted a alguien en según qué circunstancias iguala o aleja, depende de la destreza con el uso del lenguaje que seamos capaces de desplegar. Pasarnos el respeto por el arco del triunfo para demostrar no se sabe muy bien qué, dice bien poco de nosotros.


(Publicado en Gente en Cantabria el 17 de julio de 2015).

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