jueves, 30 de julio de 2015

Sazatornil, que no es poco

Despertarse una mañana de verano con la noticia de la desaparición de Saza no es un buen plan.  Hay gente que no debería morir nunca. Vale, es una postura egoista,  lo sé, pero es que el mundo solía ser mejor, al menos más llevadero, con Saza de por medio, incluso a pesar de que él ya hacía tiempo que no recordaba que era quien era.

Dicen que los genios no mueren, pero es un bulo. Mueren, igual que todo el mundo. Lo que no hacen es desaparecer, eso sí. Pero morir, mueren, y nosotros un poquito con ellos. Al menos con los genios que son como José Sazatornil, esos que tienen aspecto de vecino del tercero serio y circunspecto y del que no nos explicamos muy bien en base a qué extraña conjunción planetaria han llegado a compartir lecho conyugal con Mónica Randall cuando Mónica Randall quitaba el hipo.

En este país ‘tan a pesar de todo’ que tenemos se nos da bien criar genios, especialmente de las artes escénicas. Lo que ya llevamos peor es su cuidado y exportación. Nos dan sus mejores creaciones y al rato los olvidamos o, peor aún, despreciamos su trabajo y cambiamos su genialidad con denominación de origen por otra más extranjera. A veces, demasiadas, ni siquiera por eso. La cambiamos por un estreno cualquiera con super héroe ‘mazao’ y con cara de gilipollas, que da hostias como panes de kilo pero que de prosa anda escaso. De verso, ni se contempla.

Saza lo fue todo y se le olvidó. 

Así no tuvo que ver cómo el alzheimer afectaba más a sus compatriotas que a él mismo. Es casi un consuelo. Él,  que podía presumir de una exquisita educación no hubiera tenido siquiera el consuelo de enviarnos a la mierda con el estilo incomparable de Fernán Gómez.

Precisamente con don Fernando tuvo en común, entre otras cosas, haber interpretado una de las obras más desternillantes de la escena española, La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, una  “caricatura de tragedia en cuatro jornadas, original, escrita en verso, con algún ripio”.

De dependiente en la tienda familiar a empresario teatral. Del drama a la comedia. De subvencionador de cacerías con fondo de pelotazo a creador de dobles de Franco. Saza lo fue todo y lo olvidó. Su Sinsoles le valió un Goya y su cabo Gutiérrez el conocimiento y reconocimiento de nuevas generaciones. Hace tiempo que no puedo mirar a Faulkner con los ojos de antes. Y plagiarlo ni se me ocurre,  pero no por respeto, sino por la verdadera devoción que siento hacia el cabo Gutiérrez. 

Querido Saza, espéranos a todos en el cielo de las carcajadas.


(Publicado en Gente en Cantabria el 24 de julio de 2015).

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