Por muy moderna y fashion que una sea le gusta como a quien más guardar y hacer guardar las tradiciones. Otra cosa es que mi espíritu rebelde, porque el mundo me hizo así, y mi despiste congénito hagan las más de las veces que se me olvide hacerlo o que, simplemente, me dé una pereza horrorosa. Por una vez y sin que sirva de precedente voy a llevarle la contraria a mi amigo Víctor Javier (le pueden leer en la página siguiente a la mía en el AQUÍ DIARIO de hoy, osea, del 31 de diciembre) y me voy a meter de lleno en el balance de un año que para mí ha resultado importante y sorprendente y, sobre todo, muy pero que muy gratificante.
Este año que comenzó sosito, como queriendo ser uno más y procurando pasar desapercibido, empezó a poner proa a sotavento apenas llevábamos dos meses de travesía. Conseguimos entre muchos llevar el barco a un puerto en calma y una vez allí poner a la marinería manos a la obra. Ahí siguen, faenando. Que este año que entra parece que la campaña de pesca va a ser dura, así que hay que emplearse a fondo.
Pero ya saben ustedes como son las cosas de la mar y como somos sus gentes. Enseguida buscamos nuevas faenas, no podemos estar parados. Así pues, hace seis meses la que suscribe este diario de abordo se enroló en este buque que ustedes leen, bajel pirata que llaman, por su bravura, El Temido. Aún no somos conocidos en todo mar, del uno al otro confín, pero dennos tiempo. Este viaje-aventura les puedo contar que está siendo, para mí, de lo más gratificante. Por muchas razones. En estos seis meses, he recuperado muchas cosas que creí abandonadas para siempre, cosas y, fundamentalmente, gentes buenas que pensé que no iba a poder recuperar y que han ido reapareciendo en mi horizonte poco a poco. No se las voy a enumerar porque mi imagen de bucanera se iría al traste con tanta moñez pero créanme que son muchas y todas estupendas.
La vida en un buque-aventura no siempre es fácil. La vida de la mar nunca lo es. Pero ¿quién no tiene problemas? La marinería a veces hace amago de amotinarse; el escorbuto, amago de hacerse fuerte; la insubordinación, amago de convertirse en ‘la madre de todas las batallas’; las velas, amago de arriarse, pero, al final, todo queda en eso, en amagos. Y ahí vamos, a velocidad crucero, disfrutando del paisaje y la vida aventurera.
Este cuentecillo marinero parece idílico pero no lo es del todo. En la travesía ha habido problemas, cómo no. Malos momentos de renuncia, que no siempre es mala, pero eso se descubre después. Malos momentos de pérdidas irreparables que, aunque no propias, duelen casi tanto como estas. Malos momentos, más que malos, incómodos, de afirmación personal que confrontan con otras afirmaciones y le provocan a una que trastabillée y se sienta como barco a la deriva. Nada que un buen timón no logre solucionar.
Verán que esta corsaria se niega a entregarse al pesimismo. Es su forma de ser. Y ya que estamos haciendo balance, prefiero quedarme con lo mejor de este año que hoy acaba. Y eso ha sido, sin ningún lugar a duda, la cantidad de grumetes que se han enrolando a mi vida y algunos que se han ido reenganchando. Los hechos ya son historia, pero las gentes, estas gentes, espero que no. En las dos aventuras que les he resumido he ido a dar con marinos estupendos, verdaderos lobos de mar que he incorporado a mi botín y de quienes disfruto y aprendo cada día. Otros ya estaban allí, pero la capa de algas con que les había recubierto la humedad y el tiempo necesitaba ser quitada para descubrir lo que realmente se escondía debajo. Ahora están todos recién bruñidos y puedo disfrutar de su esplendor.
Estamos llegando a Isla Tortuga. Es la hora de arribar a puerto, afirmar la jarcia a los norays y partir a saciar la sed que da un año tan lleno de emociones con unos cuantos barriles de ron.
Nos vemos el año que viene. Que los vientos y la mar les sean propicios.
Este año que comenzó sosito, como queriendo ser uno más y procurando pasar desapercibido, empezó a poner proa a sotavento apenas llevábamos dos meses de travesía. Conseguimos entre muchos llevar el barco a un puerto en calma y una vez allí poner a la marinería manos a la obra. Ahí siguen, faenando. Que este año que entra parece que la campaña de pesca va a ser dura, así que hay que emplearse a fondo.
Pero ya saben ustedes como son las cosas de la mar y como somos sus gentes. Enseguida buscamos nuevas faenas, no podemos estar parados. Así pues, hace seis meses la que suscribe este diario de abordo se enroló en este buque que ustedes leen, bajel pirata que llaman, por su bravura, El Temido. Aún no somos conocidos en todo mar, del uno al otro confín, pero dennos tiempo. Este viaje-aventura les puedo contar que está siendo, para mí, de lo más gratificante. Por muchas razones. En estos seis meses, he recuperado muchas cosas que creí abandonadas para siempre, cosas y, fundamentalmente, gentes buenas que pensé que no iba a poder recuperar y que han ido reapareciendo en mi horizonte poco a poco. No se las voy a enumerar porque mi imagen de bucanera se iría al traste con tanta moñez pero créanme que son muchas y todas estupendas.
La vida en un buque-aventura no siempre es fácil. La vida de la mar nunca lo es. Pero ¿quién no tiene problemas? La marinería a veces hace amago de amotinarse; el escorbuto, amago de hacerse fuerte; la insubordinación, amago de convertirse en ‘la madre de todas las batallas’; las velas, amago de arriarse, pero, al final, todo queda en eso, en amagos. Y ahí vamos, a velocidad crucero, disfrutando del paisaje y la vida aventurera.
Este cuentecillo marinero parece idílico pero no lo es del todo. En la travesía ha habido problemas, cómo no. Malos momentos de renuncia, que no siempre es mala, pero eso se descubre después. Malos momentos de pérdidas irreparables que, aunque no propias, duelen casi tanto como estas. Malos momentos, más que malos, incómodos, de afirmación personal que confrontan con otras afirmaciones y le provocan a una que trastabillée y se sienta como barco a la deriva. Nada que un buen timón no logre solucionar.
Verán que esta corsaria se niega a entregarse al pesimismo. Es su forma de ser. Y ya que estamos haciendo balance, prefiero quedarme con lo mejor de este año que hoy acaba. Y eso ha sido, sin ningún lugar a duda, la cantidad de grumetes que se han enrolando a mi vida y algunos que se han ido reenganchando. Los hechos ya son historia, pero las gentes, estas gentes, espero que no. En las dos aventuras que les he resumido he ido a dar con marinos estupendos, verdaderos lobos de mar que he incorporado a mi botín y de quienes disfruto y aprendo cada día. Otros ya estaban allí, pero la capa de algas con que les había recubierto la humedad y el tiempo necesitaba ser quitada para descubrir lo que realmente se escondía debajo. Ahora están todos recién bruñidos y puedo disfrutar de su esplendor.
Estamos llegando a Isla Tortuga. Es la hora de arribar a puerto, afirmar la jarcia a los norays y partir a saciar la sed que da un año tan lleno de emociones con unos cuantos barriles de ron.
Nos vemos el año que viene. Que los vientos y la mar les sean propicios.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el 31 de diciembre de 2010).
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