¿No les pasa a ustedes que
cuándo les recomiendan una película (o
un libro, una canción, una ciudad) tan vehementemente que dan ganas de
patrocinarla, una vez vista, se les queda el cuerpo como un tanto ‘despegao’,
con una sensación de desengaño solo comparable a la de recibir un artículo
‘milagroso’ pedido en el ‘teletienda’?
A mí me pasa mucho. Y no soy yo
muy exigente, francamente. Y en cuestiones de cine, menos, que con que el film
no contenga niño, perro, extraterrestre o historia de amor apasionado y trágico
ya me viene bien. Me tenían que ver huir a trote cochinero de cualquier
recomendación que incluya la expresión “es muy bonita”, “muy tierna” o, ya en
modo pedante, “de una gran emotividad e intensidad”. Entenderán que ‘ET, el
extraterrestre’ me produzca escalofríos, y eso que el bicho me parece una
monada.
Pues esto que me pasa con las
recomendaciones artísticas me pasa con todo en la vida. Que cuanto más me lo
recomiendan más miedo me da, que luego pasa lo que pasa, que te quedas como
‘despegada’ y es una sensación muy desazonadora esa de andar por la vida como
Santa Teresa, viendo sin vivir en ti. Y bastante tiene una con lo que tiene,
como para parecerse a Teresa de Ávila, por muy santa que fuera la buena mujer.
Aunque bien mirado, lo mismo es
una idea para sobrellevar los desatinos que nos ofrece el siglo. Lo de
convertirse una en santa aunque sea a fuerza de ver estrenos lacrimógenos,
digo, que peor fue lo de Santa Águeda y por ahí sí que no paso.
Decía que puede resultar
interesante convertirse en santa, lo del martirio en estos tiempos lo llevamos
de serie, que los santos están dotados de poderes sobrehumanos como la paciencia,
la capacidad de sacrificio, la bondad… esas cosas. La capacidad de perdón tengo
que revisar si aún forma parte del kit oficial, porque al paso que la vamos
gastando con tanto arrepentimiento después de alguna barbaridad no sé si ya
será un bien escaso y habrá que hacer méritos para que te la concedan.
Porque no me digan ustedes que no
son necesarias buenas dosis de paciencia, bondad y capacidad de sacrificio para
sobrellevar el día a día y sobrevivir a la cantidad de insensateces, que nos
asaltan a cada segundo. Y tengan presente que digo insensateces porque siempre
pueden estar ustedes leyendo esto en horario infantil y no se puede decir
putadas que queda mucho más ilustrativo.
Bien es cierto que a nadie se le
ocurrió recomendarme que votara a quienes nos están haciendo pasar las de Caín.
Para eso hace falta tener más valor que Manzanares y más moral que el Alcoyano,
ahí, todo a la vez. Digo que a nadie se le ocurrió, pero con todo y con eso,
aquí les tengo, (des)gobernándome. Y eso, como película, es mala malísima. Tan
mala que dan ganas de irse del cine. Pero no nos dejan salir. El acomodador ha
cerrado a cal y canto y de aquí no se mueve nadie. Ni él. Además, amenaza con
doble sesión. Y eso sí que no.
No veo el momento en que termine este
drama y se abran, de nuevo, las grandes alamedas.
(Publicado en Gente en Cantabria el 5 de diciembre de 2014).
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