Aunque me lo
nieguen, queridísimos míos, no me voy a creer que cuando han leído ustedes el
título de esta magnolia no lo han hecho cantando. Que no. Que ni aunque me lo
juren con la mano solemnemente colocada encima de la Biblia y por el 4G de su
móvil me lo creo. Ustedes lo han leído tal y como yo lo he escrito,
arrancándose por Gaby, Fofó, Miliki y Fofito, que para eso, ustedes y yo,
tenemos una cultura. Y una edad, sin ánimo de señalar.
De la misma
manera, estoy segura de que, salvo tristes excepciones, todos hemos querido
alguna vez formar parte de un circo. Un
deseo de lo más comprensible y sano cuando se es un infante y que deja de
serlo, comprensible y sano digo, según se van cumpliendo años. Que, lo miren
como lo miren, hacer el payaso, en la peor de las acepciones de la maravillosa
palabra, con menos de 18 años tiene un pase, hacer ‘payasadas’ con 54, pongamos
por caso, no hay forma de justificarlo por más que nos empeñemos salvo que sea
la honrada forma de ganarse uno la vida, claro está.
Les confieso
que hubo un tiempo, aquel en que los animales hablaban, que a mí también me
fascinaba lo circense. Que tengo el alma payasa no es cosa que les vaya a
descubrir a estas alturas, pero no era esa mi vocación, eso lo llevo yo en el
código genético y puñetero ese que parece ser tenemos todos. Lo que yo quería
era emular a Pinito del Oro, trepar a un trapecio y ver el mundo desde prudente
altura, que así es difícil que salpique nada.
Por desgracia,
el vértigo frustró mi carrera de trapecista. El vértigo y la maldita manía esa
que tienen los adultos de considerar que con cinco años no se puede ser
independiente. No vean qué ‘corajina’ me entró. Que aún me dura, no les digo
más. Aunque, de un tiempo a esta parte, la noto menguante.
Porque no me
digan ustedes que no tienen la sensación de vivir instalados en un circo de
cinco pistas en el que el director se ha vuelto loco, ha tirado por la calle
del medio, sorteado cinco leones y tres elefantes, se ha echado las pulgas de
los perros saltarines al hombro y ha decidido suplir al malabarista de los
platillos con una de sus manos mientras la otra la dedica a lanzar cuchillos
con dudosa puntería.
Lo peor de
todo es que en sus ratos libres pretende emular a Pepe Tonetti sin darse cuenta
de que no tiene ni pizca de gracia y no alcanza a ser siquiera… un triste ‘payaso’.
(Publicado en Gente en Cantabria el 30 de diciembre de 2014).
Yo también quería ser parte de aquellos circos cochambrosos, pero tan ilusionantes de mi época, como quería ser maquinista de aquellas románticos trenes de vapor...Lo que nunca pensé, es que a mis 71 años formaría parte de un circo sin ninguna gracia, y con unas entradas carisimas..
ResponderEliminarLos hermanos Tonetti decían..."Toni a que no me encuentras...Emilio a que no te vusco" Pues eso...