Esta semana no sé ni cómo tengo
ánimo para escribir esta sarta de insustancialidades con que les distraigo la
semana, en serio se lo digo. Que no es que me haya pasado nada, Deo gratia, por lo que tengan que
alarmarse, tranquilos. Es que llevo unos días que no encuentro manera de
mantener la mandíbula fija en su sitio natural. Ya no sé ni las veces que la
llevo recogida del suelo y vuelta a colocar. Y todo, producto del asombro que
me produce la atención a la actualidad.
Les supongo enterados de la
abracadabrante historia del Pequeño Nicolás (nada que ver con el encantador
personaje de Sempé y Goscinny, conste), el cenutrio ese que ha saltado a las
portadas de los medios por tomarle el pelo a medio país y fotografiarse con el
otro medio y del que nadie, Casa Real incluida, se tomó la molestia de
comprobar sus credenciales. Si en vez de ser un repeinado paliducho y con pinta
de pijo llega a tener algo de color en la piel y el salto lo da a una valla en
Melilla ya estaría devuelto a su casa ‘en caliente’, inconsciente y con varios
golpes de regalo, gentileza de las fuerzas del orden de esta nuestra piel de
toro.
Pero como es lo que es, un
cuentista con mucho arte para lo suyo, de momento, tiene una denuncia por
estafa, falsificación de informes del CNI (nombre en clave de la T.I.A.) y usurpación
de funciones públicas, le han retirado el pasaporte y el universo entero se ha
liado el photoshop a la tecla y se ríen hasta de su sombra a base de montajes
que le sitúan a la vera de los más insignes líderes mundiales. Y todo con
escasos 20 añitos. Si esto fuera un cuento, le auguraría un final provechoso
plagado de perdices.
Claro que qué vamos a esperar en
un país en el que un sinvergüenza que estuvo a cinco minutos de ser presidente
del Gobierno tras ser vicepresidente segundo y ministro de Economía, director
gerente del Fondo Monetario Internacional y dirigió el grupo financiero Bankia
se permite el lujo de declarar a la misma cara de un juez que él de lo que
viene siendo de contabilidad y gerencia pues como que no entendía mucho. Sin
ponerse magenta ni nada.
Pero claro, para que a uno le
entre la vergüenza lo que es fundamental, en primer lugar, es tenerla. Y no
parece que en estos tiempos, malos para la lírica y no les digo nada para la
honradez, no parece que la vergüenza cotice al alza en bolsa precisamente.
Y como en todas las casa cuecen
habas y en la nuestra a calderadas, ya no podremos quejarnos de que no estamos
presentes ni en los mapas. De eso nada. Ya ha tomado medidas al respecto el
Partido Popular de Cantabria y nos ha colocado, según los informes de la UDEF
remitidos al juez Ruz, de golpe y porrazo, ahí, bien visibles. Cuenta la Unidad
de Delincuencia Económica y Fiscal que el PP cántabro es poseedor de una Caja B
que, en vez de todos los males del mundo como la de Pandora, contenía 90.000
preciosos euros provenientes de un tesoro pirata. Y, mientras llega el final
feliz, el jefe de los bucaneros, cual
ratita presumida, se limita a dormir y
callar.
Ya lo decían los Celtas Cortos,
“cuéntame un cuento y verás qué contento…”.
(Publicado en Gente en Cantabria el 24 de octubre de 2014).
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