Desde mi más tierna infancia tengo una costumbre de lo más desconcertante,tanto para quien está a mi alrededor como para mí misma porque les juro que es involuntaria, me sale sin querer. Verán, cuando estoy enfrascada en algo, me da por cantar. Bien, hasta ahí, nada de lo que asombrarse, es algo muy común soltar gorgoritos cuando se está concentrado. Lo que produce asombro en mi caso es que son gorgoritos teledirigidos. Quiero decir que no me da por tararear cualquier cosa que esté sonando alrededor, si no que el tormento al que someto a los que tengo cerca va lleno de contenido apropiado al momento. Verán, cuando estoy concentrada trabajando es costumbre que me metamorfosee en Antonio Molina y me arranque con el Soy minero. Qué quieren, lo mío es fijación. Si estoy cocinando, tiro sin pensarlo por Vainica Doble y su Con las manos en la masa y mi primer día de playa siempre canturreo Un rayo de sol.
Pero lo grave no es esto, que también, porque no quieren ustedes saber lo mal que canto. Lo grave es que esta manía me viene desde que tenía tres años y Jeanette sacó su Soy rebelde. Que no tenía criterio, oigan, sólo tres años. El día que mi madre me descubrió cantando a media lengua “io, zoy debelde podquelmundo me hizo azí” vaticinó que no iba a haber hijo de madre que me aguantara y lo clavó. Si por ella fuera, en mi epitafio pondrá “Siempre llevando la contraria”. Un poquito exagerada sí que es, no se crean. Pero no va del todo descaminada. Yo más bien creo que no es una cosa intencionada por mi parte. Me sale sin querer.
Así que entenderán que hoy esté más contenta que unas pascuas floridas con el resultado de las
primarias del PSM. Me encanta cuando los planes salen bien. Eso y que soy fan de la justicia poética.
Además de mi afán justiciero y mi tarareo rebelde, también se me empieza a hacer bastante cuesta arriba asumir ciertos modos de hacer las cosas de quienes dirigen al rojerío patrio oficial. Tranquilos, que no me llamo a engaño. Una llegó joven a la militancia política y ha aprendido de los mejores, por eso no alcanzo a comprender cómo se desaprovechan los medios y capacidades a nuestra disposición; cómo se lidia a golpe de revolera con normas estatutarias y principios éticos hasta adaptarlos a la conveniencia de turno que, costumbre de los turnos, cambia con el pasar del tiempo sin más razón que coherencia; cómo, en esta huída hacia adelante cíclica, repetimos mensajes y modos que debimos haber enterrado en las catacumbas del Jean Vilar de Suresnes,
donde tenían el sentido que 36 años más tarde, a mí al menos, me resulta tan absurdo.
Siempre quejándonos de que no aprendemos pero no terminamos de aprender. Harta estoy de oír que hay que dejar claro el mensaje y no hago otra cosa que ver cómo mandamos mensajes contradictorios a los ciudadanos; que hay que estar en las calles y que se traduzca por estar en los kioskos; que hay que escuchar y se piense que es a uno mismo.
Pero lo grave no es esto, que también, porque no quieren ustedes saber lo mal que canto. Lo grave es que esta manía me viene desde que tenía tres años y Jeanette sacó su Soy rebelde. Que no tenía criterio, oigan, sólo tres años. El día que mi madre me descubrió cantando a media lengua “io, zoy debelde podquelmundo me hizo azí” vaticinó que no iba a haber hijo de madre que me aguantara y lo clavó. Si por ella fuera, en mi epitafio pondrá “Siempre llevando la contraria”. Un poquito exagerada sí que es, no se crean. Pero no va del todo descaminada. Yo más bien creo que no es una cosa intencionada por mi parte. Me sale sin querer.
Así que entenderán que hoy esté más contenta que unas pascuas floridas con el resultado de las
primarias del PSM. Me encanta cuando los planes salen bien. Eso y que soy fan de la justicia poética.
Además de mi afán justiciero y mi tarareo rebelde, también se me empieza a hacer bastante cuesta arriba asumir ciertos modos de hacer las cosas de quienes dirigen al rojerío patrio oficial. Tranquilos, que no me llamo a engaño. Una llegó joven a la militancia política y ha aprendido de los mejores, por eso no alcanzo a comprender cómo se desaprovechan los medios y capacidades a nuestra disposición; cómo se lidia a golpe de revolera con normas estatutarias y principios éticos hasta adaptarlos a la conveniencia de turno que, costumbre de los turnos, cambia con el pasar del tiempo sin más razón que coherencia; cómo, en esta huída hacia adelante cíclica, repetimos mensajes y modos que debimos haber enterrado en las catacumbas del Jean Vilar de Suresnes,
donde tenían el sentido que 36 años más tarde, a mí al menos, me resulta tan absurdo.
Siempre quejándonos de que no aprendemos pero no terminamos de aprender. Harta estoy de oír que hay que dejar claro el mensaje y no hago otra cosa que ver cómo mandamos mensajes contradictorios a los ciudadanos; que hay que estar en las calles y que se traduzca por estar en los kioskos; que hay que escuchar y se piense que es a uno mismo.
Por dios, más realidad y menos oficinas electorales, que no estamos en el ala oeste de la Casa Blanca.
Enhorabuena, Tomás.
Enhorabuena, Tomás.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el martes 5 de octubre de 2010).
Pero no nos dices qué le vas a cantar a Tomás. ¿Nos arrancamos por alegrías? Venga, a la de tres ... tirititrán tran tran.
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