Ya, ya, me hago cargo, no soy muy original y además, para variar, llego tarde. Pero no me puedo resistir a comentar la jornada de anteayer. Y conste que me da bastante pereza tener que hacerlo, pero es que no me sustraigo a la sensación de que la idea mayoritaria en este país, que sigue llamándose España, era que la Huelga General iba a ser un fracaso y como no lo ha sido hay que disfrazarla de tal sea como sea. Y me resulta sorprendente que con la afición que hay en este territorio comanche a llevarnos la contraria, hoy, cuando escribo esto, ayer para cuando ustedes lo lean, haya tanta unanimidad entre aquellos que no creían, por diversas razones, en la oportunidad de esta movilización, en particular, o directamente en la oportunidad de cualquier movilización, así, en general.
“Fracaso general”, titulan unos; “Fracaso de la huelga borroka”, otros; “Una huelga a medio gas”, estos; “Zapatero mantendrá la reforma laboral tras una huelga de impacto moderado”, aquellos… señoritas vestidas de Gucci, alcachofa en mano y prodigando sonrisas, nos contaron al mediodía del miércoles cómo estaba fracasando la huelga, aunque esa lectura no se corresponda con los datos objetivos de consumo eléctrico; cómo los piquetes, así, en general, estaban ejerciendo una violencia "borroka" y los datos de cierre en el sector servicios no debían tenerse en cuenta porque las empresas no abrían a causa de las coacciones que se ejercían contra sus empleados, esos mismos empleados a los que se podrá poner de patitas en la calle con 22 días por año trabajado a partir de la presente sólo con que la empresa demuestre que tiene un descenso en las ventas, por poner un ejemplo. Ahí, sin despeinarse. La del Gucci, digo. Bueno, ni los empresarios.
Que necios los hay en todos los sitios es una verdad universal. Claro que hubo casos de coacción que por supuesto son deplorables y denunciables. Pero no fueron tantos como nos quieren hacer tragar y algunos de los que hubo no fueron siquiera achacables a la movilización sindical. En la final del Mundial también los hubo, en el mismo sitio y provocados por la misma gente. Y no me hagan señalar, que está feo.
Yo hice huelga. Es más, le hice una huelga a mi gobierno, al que es mío por elección y al que volveré a votar en las próximas elecciones. Por muchas razones que me ha dado para plantearle que no estoy de acuerdo con el por dónde discurre su política laboral y económica. Para que tome nota y rectifique. Pero sobre todo porque tengo claro dónde y con quién había que estar el día 29. Es evidente que otros tenían claro que debían estar en otro lado y fueron consecuentes, eso está bien. Lo que ya no me gusta tanto es que para sentirse a gusto con su decisión tuvieran que mentir y manipular hechos y cifras.
Permítanme que me mire un poquito el ombligo, que es que lo tengo monísimo, para sentirme orgullosa de dos titulares: “Éxito de una huelga sin incidentes”, que pudieron leer en este diario, y “La industria se para, la calle se mueve…”, de quienes desde hoy son mis compañeros, el diario Público.
Y para acabar, aprovechando este arranque de orgullo que me ha dado, les confieso que el miércoles me sentí orgullosa de pertenecer a la clase de gente que volvió a tomar las calles para reivindicar sus derechos: la clase obrera. Pero esto que quede entre ustedes y yo.
“Fracaso general”, titulan unos; “Fracaso de la huelga borroka”, otros; “Una huelga a medio gas”, estos; “Zapatero mantendrá la reforma laboral tras una huelga de impacto moderado”, aquellos… señoritas vestidas de Gucci, alcachofa en mano y prodigando sonrisas, nos contaron al mediodía del miércoles cómo estaba fracasando la huelga, aunque esa lectura no se corresponda con los datos objetivos de consumo eléctrico; cómo los piquetes, así, en general, estaban ejerciendo una violencia "borroka" y los datos de cierre en el sector servicios no debían tenerse en cuenta porque las empresas no abrían a causa de las coacciones que se ejercían contra sus empleados, esos mismos empleados a los que se podrá poner de patitas en la calle con 22 días por año trabajado a partir de la presente sólo con que la empresa demuestre que tiene un descenso en las ventas, por poner un ejemplo. Ahí, sin despeinarse. La del Gucci, digo. Bueno, ni los empresarios.
Que necios los hay en todos los sitios es una verdad universal. Claro que hubo casos de coacción que por supuesto son deplorables y denunciables. Pero no fueron tantos como nos quieren hacer tragar y algunos de los que hubo no fueron siquiera achacables a la movilización sindical. En la final del Mundial también los hubo, en el mismo sitio y provocados por la misma gente. Y no me hagan señalar, que está feo.
Yo hice huelga. Es más, le hice una huelga a mi gobierno, al que es mío por elección y al que volveré a votar en las próximas elecciones. Por muchas razones que me ha dado para plantearle que no estoy de acuerdo con el por dónde discurre su política laboral y económica. Para que tome nota y rectifique. Pero sobre todo porque tengo claro dónde y con quién había que estar el día 29. Es evidente que otros tenían claro que debían estar en otro lado y fueron consecuentes, eso está bien. Lo que ya no me gusta tanto es que para sentirse a gusto con su decisión tuvieran que mentir y manipular hechos y cifras.
Permítanme que me mire un poquito el ombligo, que es que lo tengo monísimo, para sentirme orgullosa de dos titulares: “Éxito de una huelga sin incidentes”, que pudieron leer en este diario, y “La industria se para, la calle se mueve…”, de quienes desde hoy son mis compañeros, el diario Público.
Y para acabar, aprovechando este arranque de orgullo que me ha dado, les confieso que el miércoles me sentí orgullosa de pertenecer a la clase de gente que volvió a tomar las calles para reivindicar sus derechos: la clase obrera. Pero esto que quede entre ustedes y yo.
(Publicado hoy, viernes 1 de octubre de 2010 en AQUÍ DIARIO)
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