Uno se cree que las mató el
tiempo y la ausencia. Y está resultando cierto. El tiempo, el peor de los
tiempos, y sobre todo la ausencia (de capacidad, de criterio, de moral) se han empeñado
en matar aquellas pequeñas cosas que una vez creímos que vivirían para
siempre. Pequeñas cosas que no eran
tales. En realidad, eran cosas fundamentales pero la costumbre de tenerlas a
nuestra disposición sin requisito alguno hizo que no las valoráramos en su justa
medida hasta que llegaron, como ladrones que acechan detrás de la puerta, los
alegres muchachos de la tijera y el hilván.
Entonces descubrimos que esas
pequeñas cosas eran las que nos mantenían en equilibrio. Nos abandonaron cuando
alguien decidió que no eran sostenibles, que era preferible deshacerse de
ellas, como de las hojas muertas, para poder así dedicar nuestros esfuerzos a
sostener entidades bancarias, algo que para según qué tipo de gente es mucho
más interesante y productivo que sostener personas.
Eran aquellas pequeñas cosas que
nos dejó un tiempo de rosas. (Qué quieren, hoy me he levantado empeñada en
homenajear a Joan Manuel Serrat y como tengo este sentido del humor tan mío no
se me ha ocurrido mejor cosa que meterle en estos berenjenales). Un tiempo de
rosas, insisto, que nos dejó sanidad y educación gratuitas, universales y de
calidad; unos servicios sociales que servían de colchón a los más
desfavorecidos; una Ley que dignificaba a las personas dependientes y a quienes
les atienden; una Ley que, por fin, reconocía el derecho de las personas del
mismo sexo a elegir en qué modalidad querían compartir sus vidas; una Ley de
Salud Sexual y Reproductiva que nos dio a las mujeres de este país la capacidad
de decidir qué hacer con nuestro propio cuerpo sin necesidad de darle tres
cuartos al pregonero ni pasar por desquiciadas mentales; una Igualdad real, y
no solo sobre el papel, que avanzaba día a día; una Ley contra la Violencia de
Género que protegía a las víctimas y las ayudaba a salir de un infierno
silencioso y vergonzante; políticas de apoyo a la investigación, al deporte
(del que tanto presumimos sin pararnos a
pensar que detrás de cada éxito que celebramos, como detrás de todo en la vida,
también está la acción política), a la cultura; la pertenencia de pleno derecho
a Europa; avances en democracia, en libertad; una Ley de Memoria Histórica que
honraba a quienes perdieron la guerra y el recuerdo; la retirada de las tropas
de Irak donde, como la mayoría de la sociedad dejó claro, nunca debieron de
haber estado; el fin de la pesadilla que fue ETA; avances en democracia, en
participación, en libertad… en definitiva, el salto al siglo XXI que hubo que
realizar con pértiga ya que veníamos de la tercera década del XX. Pequeñas
cosas detalladas ‘al tuntún’, sin más orden que el que mi escasa memoria ha
considerado.
Pequeñas cosas, cositas, cuya
ausencia, el abandono al que han sido relegadas por la necesidad de controlar
el déficit o por darle gusto a los mercados, por rebajar la prima de riesgo o
por pura y simple cuestión ideológica, han convertido en millones (una cosa por
persona desesperanzada), demasiados ya, de cosas importantes, imprescindibles.
Afortunadamente, existe la
esperanza de que, como cantaba Serrat, su tren vendió billete de ida y vuelta.
Exijamos que vuelvan. Consigamos que vuelvan.
(Publicado en Gente en Cantabria el 14 de noviembre de 2014).
No se si a estas alturas hay billetes de ida y vuelta...no se...espero que si, pero...
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