viernes, 18 de febrero de 2011

La verbena de La Paloma

Después de unos días de merecido descanso tras la tomadura de pelo del pasado viernes con la que nos obsequió su excelentísima, me resistía a seguir comentando tontunas, pero la realidad es tozuda y yo no doy para más. Ahora resulta que no pasa en esta ciudad en la que vivo nada más importante sobre lo que discutir que la puñetera celebración de una victoria racinguista. Al final van a conseguir que me deje de gustar el fútbol o, al menos, que me haga forofa del Matalascabrillas F.C.
Hasta mentira parece que se monte la que se ha montado porque al nuevo dueño del Racing le entró la vena eufórica al ver ganar a su carísimo retoño. Que este en vez de con un pan debajo del brazo ha venido con una deuda que no es moco de pavo, gracias a Dios, porque vaya asquito, no es por nada, y sin embargo papi parece que le quiere como a uno más. Si da la impresión de que me lo tomo a risa es porque, efectivamente, me lo tomo a risa. Es que si me lo tomo en serio me cabreo y me viene fatal para mi incipiente úlcera.
Y que no me lo puedo tomar de otra manera cuando recuerdo cómo fue la celebración del tercer, ojito, tercer gol del Racing contra el Sevilla. Siguiendo la lógica del manual del pequeño racinguista, en El Sardinero saltó hasta el espíritu de Corocotta. Un segundo que me recupere de la carcajada que amenaza con mandarme al otro barrio a hacerle compañía al dueño del espíritu. Ya. Pues eso, que el gol que nos daba la victoria frente a uno de los grandes de la Liga, no merecía otra cosa que una celebración a su altura. Que somos el Racing de Santander, coño, no el Liverpool. No estamos para escatimar celebraciones. Y como tal lo entendieron el total de las almas que ocupaban su sitio en los Campos de Sport. Bueno, todas no. Evidentemente, las almas sevillistas no estaban para celebrar y eso que ellos son muy de celebrarlo todo, pero era comprensible que se amustiaran. Lo que ya no es tan comprensible es que el presidente de nuestro club eligiera ese momento para demostrar su rancio abolengo, su exquisita educación y su saber estar y, presuntamente, no quisiera ofender al presidente del club rival, el exquisitamente educado (¡Ja!) y rancio a más no poder, José María del Nido. No sé, qué quieren que les diga, a mí me parece desproporcionado ofenderse porque Pernía hubiera pegado un par de saltitos. Siempre y cuando, claro está, no hubiese pisado ningún callo. Por otra parte, que Del Nido se ofenda, francamente, me trae al pairo, como supongo que a la mayoría.
Pero más graciosa, por decirlo de alguna manera, aún fue la actitud de su excelencia, el alcalde nuestro que es. Imbuido del triunfo, como correspondía, pegó un brinco perfectamente visible para cualquiera dada su altura para, inmediatamente, arrepentirse y notársele en el gesto que acababa de venirle a la mente su condición de alcalde a la par que superhéroe, considerar que dada su prestancia estaba exagerando en las formas y volver a su escaño con toda la discreción de la que fue capaz a lanzar sonrisas culpables a diestro y siniestro, mirar más a siniestro que a diestro para comprobar si había pasado inadvertido, y rezar por no haber hecho el ridículo, que mira que son malos conmigo con lo buen chico que yo soy.
Frente a estas dos actitudes, el palco era la verbena de La Paloma. Normal. Le habíamos ganado al Sevilla, repito, ¡al Sevilla!, en el primer partido de la segunda Era Marcelino. Cuando nadie, salvo Ahsan Ali, daba un euro por el equipo y su permanencia. Las gradas, una celebración. Y doy fe que en el centro de la ciudad quien más y quien menos aplaudía la victoria. ¿Por qué entonces tanto escándalo con la celebración del mayor accionista? ¿Qué interés hay en intentar hacer pasar a Ali Syed por zafio y estúpido? Y no me vengan con lo de los coches en las aceras, su falta de puntualidad y la mala educación de sus escoltas que me entra la risa y tengo más que buena memoria y hemerotecas a mi disposición.
Voy a atreverme a hacer una suposición. A lo mejor lo que nos molesta es que este señor, que aún no ha hecho nada que no estemos hasta el moño de ver hacer a señores de esta región, se atreva a imitar sus formas sin ser de aquí. Vamos, en román paladino, a ver si lo que nos molesta es que sea extranjero.

(Publicado en AQUÍ DIARIO el 19 de febrero de 2011).

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