“Algo huele a podrido en Dinamarca”, decía Marcelo, el guardián del castillo de Elsinor. “Algo huele a mierda en Santander”, dicen propios y extraños. Marcelo utilizaba una sutileza para señalar la corrupción que imperaba en el reino de Claudio. Los santanderinos no. Lo suyo es literal.
Hace años, Los Carabelas cantaban aquello de “un paseo por El Sardinero, no hay mejor en el mundo entero”. Dejando aparte el ripio lastimoso y el arranque de chauvinismo feroz, la coplilla ha quedado desfasada en los últimos días porque no hay quien disfrute de la indudable belleza del paisaje mientras expone la pituitaria al infecto olor que impregna el ambiente a medida que uno se acerca a la segunda playa del Sardinero. Que no, hombre. Que hasta a la calavera de Yorick le hubiera salido pelo si le hacen pasar semejante trago.
Pero es que Yorick era un bufón y todos sabemos lo histriónicos que son los bufones. Y lo exagerados que somos los ciudadanos para nuestras cosas. ¿Que huele mal en la playa? Pues serán las algas, hombre de dios. Si ya lo dice la concejala del ramo, “el mal olor puede ser debido a muy diferentes causas”. Claro que sí, mujer. Desde las malvadas algas que no tienen mejor cosa que hacer que venir a pudrirse a las orillas de nuestras playas, hasta la avería que la propia concejala reconoció que se produjo el pasado mes de agosto y que se procedió a reparar inmediatamente, faltaría más. Como soy de carcajada fácil voy a evitar comentar la teoría que hablaba del fuerte olor que puede tener el salitre, especialmente cuando no llueve y las mareas son fuertes. ¡Que no somos de la Almunia de Doña Godina, señora! En esta ciudad le ganamos al hombre del tiempo en pronosticar tormentas por el olor a alcantarilla revuelta antes que por las gaviotas buscando refugio tierra adentro.
Que no es por llevarle la contraria a la señora Ruiz, pero permítanme dudar de sus explicaciones que son, como poco, difusas. Demasiadas explicaciones peregrinas para un solo hecho muy simple: el mal olor persiste y se ven residuos cerca de las playas. James Whitcomb lo tendría claro: si parece mierda, flota como la mierda y huele a mierda, es mierda.
Lo que no entiendo de todo este lio es el porqué del empeño en buscar excusas. Una avería puede ocurrirle a cualquiera, se repara y listo. Si además se hace rápido puede uno incluso presumir de eficacia en la gestión y, con un poco de suerte, no sale ni en los titulares. ¿Por qué entonces llevamos quince días con esta peste a cuestas? ¿Desinterés? ¿O la soberbia de quien gestiona su mayoría como el monarca recibe su trono directamente de manos de Dios? No sé, pero eso también apesta.
Hace años, Los Carabelas cantaban aquello de “un paseo por El Sardinero, no hay mejor en el mundo entero”. Dejando aparte el ripio lastimoso y el arranque de chauvinismo feroz, la coplilla ha quedado desfasada en los últimos días porque no hay quien disfrute de la indudable belleza del paisaje mientras expone la pituitaria al infecto olor que impregna el ambiente a medida que uno se acerca a la segunda playa del Sardinero. Que no, hombre. Que hasta a la calavera de Yorick le hubiera salido pelo si le hacen pasar semejante trago.
Pero es que Yorick era un bufón y todos sabemos lo histriónicos que son los bufones. Y lo exagerados que somos los ciudadanos para nuestras cosas. ¿Que huele mal en la playa? Pues serán las algas, hombre de dios. Si ya lo dice la concejala del ramo, “el mal olor puede ser debido a muy diferentes causas”. Claro que sí, mujer. Desde las malvadas algas que no tienen mejor cosa que hacer que venir a pudrirse a las orillas de nuestras playas, hasta la avería que la propia concejala reconoció que se produjo el pasado mes de agosto y que se procedió a reparar inmediatamente, faltaría más. Como soy de carcajada fácil voy a evitar comentar la teoría que hablaba del fuerte olor que puede tener el salitre, especialmente cuando no llueve y las mareas son fuertes. ¡Que no somos de la Almunia de Doña Godina, señora! En esta ciudad le ganamos al hombre del tiempo en pronosticar tormentas por el olor a alcantarilla revuelta antes que por las gaviotas buscando refugio tierra adentro.
Que no es por llevarle la contraria a la señora Ruiz, pero permítanme dudar de sus explicaciones que son, como poco, difusas. Demasiadas explicaciones peregrinas para un solo hecho muy simple: el mal olor persiste y se ven residuos cerca de las playas. James Whitcomb lo tendría claro: si parece mierda, flota como la mierda y huele a mierda, es mierda.
Lo que no entiendo de todo este lio es el porqué del empeño en buscar excusas. Una avería puede ocurrirle a cualquiera, se repara y listo. Si además se hace rápido puede uno incluso presumir de eficacia en la gestión y, con un poco de suerte, no sale ni en los titulares. ¿Por qué entonces llevamos quince días con esta peste a cuestas? ¿Desinterés? ¿O la soberbia de quien gestiona su mayoría como el monarca recibe su trono directamente de manos de Dios? No sé, pero eso también apesta.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el viernes 4 de septiembre de 2010).
o que se trata de un sistema de tiempos de Cayo Prepucio y ahora hace aguas (mayores) por todas partes y como no ha sido reparado a tiempo, vais a necesitar años y años de parches.
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