lunes, 6 de septiembre de 2010

Coherencia

El último escandalazo en el Reino Unido viene de la mano de su ministro de Exteriores, William Hague, que ha desmentido hace un par de días los rumores que le señalaban como homosexual y le acusaban de tener un lío con su asesor Christopher Myers. El primer pensamiento que me asaltó cuando leí el desmentido fue sobre lo pacatos que son los británicos en cuestiones de sexo y que a buenas horas daba yo explicaciones de mi vida sexual al populacho en caso, Dios no lo quiera, de ostentar un cargo por muy público que fuera éste.
Pero, como soy acelerada por parte de madre, que me conozco, me puse a darle otra vuelta al tema y caí en la cuenta de lo apropiado de la explicación, claro. También es cierto que me faltaba el dato de que el supuesto sarasa es miembro del partido conservador y ahí está la madre del cordero del asunto. Quiero decir que estaría feo que un miembro de una tendencia política que criminaliza la homosexualidad y no digamos el matrimonio entre personas del mismo sexo o la adopción por parte de esas mismas personas se liara la boa de plumas al cuello y se diera a la mala vida. Menuda novedad.
Cuando conseguí quitarme de la cabeza la palabra hipocresía, que no hacía más que destellar cual cartel luminoso tras mis retinas, comprendí lo duro que tiene que ser que lo que te conforma como persona se lleve a matar con las ideas políticas que has decidido defender, sobre todo cuando para llevar a buen puerto esa defensa tienes la necesidad de comulgar con todas las ruedas de molino que alguien, otros, pongan al alcance de tu boca. Orden, tradición, familia, eso no se hace, caca… todos los días y a todas las horas tiene que acabar jodiéndole la vida a alguien. Y que no se me subleve nadie, que les veo venir. Estoy convencida, qué narices, lo sé, de que siendo homosexual se puede tener querencia, incluso respeto, por el orden, la tradición y la familia y por tantos y tantos valores. El problema es que quienes no están convencidos demonizan a propios y extraños y pretenden quitarles su valor como personas.
Pero ahora que ya les he lanzado la arenga, también les digo que la culpa la tienen quienes asumen ese ‘estado de las cosas’ y comulgan con las aspas del molino de Vestas. Miren, señores y señoras míos, tengan valor, tomen una decisión y manden a esparragar a tanto hijo de la Gran Bretaña. Eso sí, si la balanza en la que han colocado, por una parte su querencia vital, y por otra, sus aspiraciones políticas o sociales, se inclina por las segundas por mí pueden ir yéndose un poquito a tomar vientos. Su tranquilidad vital no merece ni la tinta con la que se va a imprimir esta página. No siempre tenemos la capacidad para ser coherentes, pero lo que sí tenemos es la posibilidad de intentarlo.
(Publicado en AQUÍ DIARIO el sábado 4 de septiembre de 2010).

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