lunes, 24 de enero de 2011

Si nos dejan

A ustedes que les tengo confianza les confieso que estoy hasta el ‘ruso’ del tanga de sentir la obligación de tener que justificarme a todas las horas del día, si no es por una cosa, es por otra. Por fumar; por beber, de forma moderada casi todo el tiempo; por que me guste el fútbol, la copla, Sabina, el jazz, el reagee, las montañesas, el blues, el tango, el soul, los boleros, el ska, las habaneras, el rock, el folk, Serrat, el cine negro y las novelas de Agatha Christie, madrugar, trasnochar, cocinar o ir a la playa; por ser socialdemócrata, por ser mujer, por ejercer de ambas; por creer en Dios; por no creer ni respetar las doctrinas de esa institución llamada Iglesia católica; por tener amigos de izquierdas, de derechas e, incluso, mediopensionistas; por ser optimista; por escribir; por no discutir salvo que sea cuestión de vida o muerte y aún así a regañadientes; por decir lo que pienso; por pensar lo que digo; por creer que la mayoría de los seres humanos son de buena pasta... ¡coño!... por existir. Que es que parece que en este país no es admisible ser feliz. Y no digamos nada parecerlo.
Sale una a la calle un día cualquiera y a la que se encuentra a cualquier ser humano conocido le toca responder a un cuestionario interminable que tiene como único objeto hallar su, mi, punto débil. ¿Por qué? Porque sí. ¿Quién dijo que tuviera que existir un objetivo concreto para tocarle la moral al prójimo? Pues eso.
¿Qué por qué les cuento esto? Porque puedo.
No, ahora en serio, por dos razones fundamentales, aunque hay más, a saber: por tenerles a ustedes informados de mis aconteceres, que es que les tengo a capricho, no se quejen, y fundamentalmente porque pienso que ya es hora de darle un vuelco a nuestra mismidad y ponerla proa al horizonte.
Va siendo tiempo ya, queridos, asumámoslo, vamos teniendo una edad, de que nos dejemos de tontunas y nos centremos en lo importante. Soy una firme convencida de que todos nosotros tenemos un ombligo monísimo y que nos pasaríamos las horas recreándonos en su contemplación, pero, créanme, es una pérdida de tiempo que no tenemos, que hay mucho que hacer.
Dejemos ya de quejarnos de las deudas que la vida, así, en general, tiene con nosotros. Pues en unos casos más y en otros menos. Pero en cualquiera de ellos es inútil, la vida es sorda como una tapia. Así que en vez de quejarnos pongámonos a trabajar para cambiar nuestras vidas.
Empezaba quejándome de esa sensación de tener que justificarme que, en mi caso, no es más que una sensación porque no considero a nadie capacitado para hacer dicha solicitud. No vine así de serie, he tenido que aprenderlo. Pero ahora que lo he aprendido y puesto en práctica, se me ha quedado el rincón de los complejos que parece un descampado.
Y eso es lo que quiero, espero, que ocurra a mi alrededor. Sobre todo en ese alrededor que forma parte de la izquierda política, mi izquierda política. Verán, es que nunca he entendido, y ya me empieza a aburrir, esos tremendos complejos con los que acarreamos desde el inicio de los tiempos. Y no los entiendo porque no tienen sentido. Y si no tienen sentido ¿qué sentido tiene conservarlos?
Se nota que he estado de mitin esta mañana. Suelo llegar crecidita y creer firmemente que es posible desterrar viejas costumbres. Ojalá esta vez sea cierto. Hay que cambiar tantas cosas que por qué no empezar por esta. Fuera complejos y justificaciones.
Somos estupendos y se lo vamos a demostrar. Si nos dejan.

(Publicado en AQUÍ DIARIO el 24 de enero de 2011).

4 comentarios:

  1. Bueno, me alegra, por que pense que era unicamente yo el que pensaba eso, un cierto complejo de constante justificacion de tus actos, un saludo

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  2. Pues tranquilo, que somos legión :)
    Un saludo.

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  3. Pues sí, me ha gustado. Pareces una persona con las ideas muy claras. No es fácil cambiar aquello que no te gusta de la propia vida y se debe uno sentir muy a gusto cuando avanza el proceso y lo logra.
    Luis Clemente

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  4. Gracias, Luis.
    Cambiar no es fácil, pero tampoco difícil. Es cuestión de querer hacerlo y ponerse a ello. La recompensa, como tú dices, es la satisfacción de conseguirlo y gustarse uno más.
    Y esto sirve tanto para lo personal como para lo grupal. El miedo nunca fue la solución para nada. Esperemos que entre todos consigamos cambiar lo que no nos gusta a ninguno y enorgullecernos de haberlo hecho. Nos lo debemos y se lo debemos a nuestra gente.

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