Calzarse unos zapatos rojos de rubíes, además
de dificultar muchísimo el paso, es una excentricidad como la copa de un pino
que solo tiene un pasar si se es Dorothy Gale y se va buscando al mago que le
saque a una de la pesadilla en la que se ha visto inmersa por salir a
zascandilear en vez de estarse quietecita en su cama, como harían las niñas
buenas.
Las niñas malas, sin embargo, somos más de
tirar por la calle de en medio, hacer de nuestra capa un sayo y lanzarnos a la
aventura, cuánto más excéntrica mejor, sin necesitar de una escapada de Totó
que justifique la empresa.
Así que calzada con los zapatos rojos,
plagaditos de rubíes, me lancé a la aventura de buscar somewhere over the rainbow, donde los problemas se deshagan como
gotas de limón. ¡Qué agujetas, por dios! Prueben a trotar por un camino de
baldosas amarillas, con lo que eso resbala, pertrechados con unos taconazos que
muy a gusto firmaría Manolo Blahnik y no podría adquirir ni la Lomana de cash hasta las orejas y luego me cuentan
de qué se ríen.
Para colmo de males, mientras me sentía más
Dorothy que la mismísima Judy Garland, me vi obligada a salvaguardar mi
precioso calzado de los ataques de las brujas malas del Sur. Ya, ya sé que en
el cuento las brujas malas son del Este y del Oeste, pero este cuento es mío y
lo deconstruyo cuando quiero.
Las brujas malas del Sur son seres que
pueblan mi camino diario de baldosas amarillas. En realidad, todo el camino no,
solo ese trecho en el que es relativamente sencillo adquirir los complementos
necesarios para los Blahnik y en el cual si no eres capaz de articular palabra
mientras le das vueltas en tu boca a la bufanda de Lenny Kravitz no eres bienvenido.
Seres que se empeñan en interpretar a su modo el respeto al medio
ambiente y vacían los cubos de agua de fregar sus palacios en las raíces de los
árboles de ‘su’ jardín. Son malas pero trabajadoras. Malas pero torpes. La
espuma que rebasa las raíces arbóreas cuando llueve las delata.
Y la cosa no mejora cuando avanza el camino. En mi cuento, el
espantapájaros sin cerebro, el hombre de hojalata sin corazón y el león
cobarde, se conoce que a causa de los recortes, se hacen uno y trina. Trina
hasta aburrir a las amebas. Y se caga, aunque no en las cabezas de los
viandantes. Se caga en nuestros derechos, en nuestra dignidad, en nuestra
inteligencia.
Ya no quiero encontrar al mago. Prefiero una buena escoba para limpiar
tanta mierda de Puerto Chico.
(Publicado en Gente en Cantabria el 27 de febrero de 2015).