sábado, 20 de septiembre de 2014

No sin mi tapa

Esta semana he tenido que amenazar a Marvin con ponerle en órbita por el infalible método de arrimarle una patada en su trasero alienígena si no dejaba de realizar ejercicios comparativos entre cualquier documento político y la realidad de las cosas. Cuando ha llegado al programa electoral con el que el Partido Popular ganó las elecciones generales en 2011 he considerado que ya tenían bastante su cerebro marciano y mi santa paciencia y me lo he llevado a que disfrute un poco por las calles de Santander.

Dice un refrán popular que al que Dios no le da hijos el diablo le da sobrinos. Como el mío da poquito la lata, se conoce que, para compensar, a mí Satanás me ha dado un marciano. ¡Qué agonía! Que si con este tiempo que hace en eso que los terrícolas llamáis verano a quién se le ocurre salir a la calle; que si yo cruzo por donde quiero y sin mirar, que para eso ya están los demás, que yo soy marciano y no tengo porqué saber qué significan todas esas luces, esos dibujos horrorosos y esas rayas en el suelo; que si quiero un helado de cocido lebaniego, que con este frío es lo que más apetece, y no entiendo porqué no existen; que si ahora me meto en un charco, ahora estoy cansado, ahora me aburro, ¿cuándo volvemos a casa?... ¡Harta! Hasta la peineta me tiene.

Con la sana intención de que no me volviera más trastornada de lo que ya vengo yo de serie, le propuse que practicáramos el deporte nacional por excelencia y nos fuimos ‘de bares’. En buena hora. Al principio parece que se sentía a gusto con la cosa de la ingesta de alcohol y la sociabilización. Tranquilos, queridos, me aseguré acerca de su mayoría de edad. De hecho, aún retumban en mis neuronas los berridos que me pegó sobre no sé qué de los años luz, su viaje interestelar, la falta de respeto por mi parte hacia unas imaginarias canas y algo acerca de pasar una guerra de las galaxias que me resultó vagamente familiar. Pero tampoco, a esas alturas, le prestaba ya mucha atención.

Como les decía, al principio se encontraba a gusto y le pareció una práctica francamente interesante eso de ‘chatear’. De hecho, acabó con el suministro de servilletas de un local desarrollando el proyecto de unos mundiales de ‘chateo’, con memoria económica y todo, un primor. Pero al cabo de un par de locales se le iba agriando el humor a la criatura. Y es que las cervezas, porque bebe cerveza, hechas en Cantabria se le iban subiendo un poquito al casco y tenía cierta preocupación por esa sensación tan extraña, no fuera a ser que le estuviéramos queriendo abducir los humanos. Qué gracioso, como si fuéramos capaces… 

Le detallé los efectos que la ingesta de alcohol con el estómago vacío produce en los sentidos y ahí se armó la ‘marimorena’ ya que no se explica, el muy marciano, porqué, si tan nocivo es beber alcohol con el estómago vacío, los humanos que venden esas pociones no las acompañan con algo sólido, a ser posible comestible, con lo que ‘hacer barrillo’ y evitar enfermar a los clientes. Ahí, he de confesarles, se me escapó una lagrimilla de emoción y hasta de orgullo. Por un momento a punto estuve de adoptarlo, no les digo más.

En este afán didáctico que he descubierto últimamente, le expliqué que ese concepto, en realidad, ya existe y se llama ‘tapa’. Que en otros sitios más civilizados que este donde ha ido a parar es costumbre arraigada y que hay lugares, incluso, donde cada tapa es un verdadero plato de alta cocina. Pero también le tuve que explicar que aquí el concepto, salvo en contadas y honrosísimas excepciones, no terminan los hosteleros de entender la importancia de esa pequeña inversión, que no gasto, y se limitan a salvar el expediente con unas aceitunas o  unas patatas fritas, en el mejor de los casos.

“¿También en estos tiempos de crisis en los que hay que ‘pelearse’ al cliente?”. 

Creo que la resignación pintada en la cara de esta santanderina fue suficiente respuesta.

(Publicado en Gente de Cantabria el 4 de julio de 2014).

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