sábado, 20 de septiembre de 2014

La ciudad de las carpas



Ustedes que son leídos recordarán aquello de que hubo un tiempo en que una ardilla podía cruzar la península Ibérica saltando de árbol en árbol y sin tocar suelo. Esta afirmación es muy socorrida para ejemplificar la desforestación a la que, con siglos de por medio, que hasta para hacer el mal somos lentos, hemos sometido los humanos a nuestro país y al vecino. Y yo que soy muy de entretenerme con cualquier cosa que pase a la altura de mis ojos o por los alrededores de mi cortex cerebral no puedo evitar cada vez que escucho esa afirmación perderme en elucubraciones acerca de la razón por la cual ninguna ardilla iba a tener el capricho de atravesar Iberia de árbol en árbol o, esto ya cuando me vengo arriba, una vez atravesado el país a dónde y mediante qué medio de transporte se encaminaba después de tamaña hazaña.

Como a ustedes les alcanzará a imaginar, nunca he hallado respuesta a estos interrogantes pero paso el rato la mar de entretenida. Sobre todo porque no suelo conformarme con el ir y venir sobre los árboles de nuestra amiga la ardilla, no. A veces la imagino saltando de capó en capó o de corrupto en corrupto, pongamos por caso. 

¿Que por qué les cuento todo esto? Porque me gusta compartir con ustedes mis inquietudes y porque esta semana me he estado acordando mucho de la ardilla y se me ha ocurrido que ahora que para viajar de punta a punta del país tendría que coger un avión, un coche o un tren, en caso de que siga quedando alguno, bien podíamos darle asilo en esta ciudad nuestra tan smart, tan invivible pero insustituible (gracias Sabina) y tan llena de acontecimientos, jardines recuperados (¿?), mundiales de vela y carpas. Sobre todo, de carpas.

Pues no iba a estar feliz nuestra pequeña roedora ni nada cruzando la ciudad de carpa en carpa. Bueno, toda la ciudad no, que soy un poco exagerada. Solo de Cuatro Caminos al Palacio de Festivales. Y si se esmera, al igual que su antepasada, sin tocar suelo, que no he visto yo un lugar en el mundo donde guste más una carpa, oigan. A la que nos descuidamos, nos han plantado una carpita o cien mil. Que esto más que una ciudad parece un circo de cien pistas.

Y no, ahora no estoy exagerando. Piensen ustedes cuándo fue la última vez que han paseado por el centro de Santander sin ver una sola carpa. Pero cuidado, no se hagan daño, que van a tener que remontarse muchos años atrás. 

Carpas para cobijar la imaginería de Semana Santa; carpas para resguardar de la intemperie a los carnavaleros; carpas para mostrar a la ciudadanía lo chuli que va a ser visitar el subsuelo de la ciudad;  carpas como tiendas medievales; carpas a modo de bares; carpas para exhibir a la Dolorosa; carpas para recorrer el mundo, comercialmente hablando; carpas para los altos, para los bajos, para los rubios, para los morenos… carpas, carpas, carpas.

Ahora les dejo, que me están agarrando unas ganas de intentar una aventura empresarial que no me conozco. Voy a ver si aún llego a tiempo, aunque mucho me temo que no.

(Publicado en  Gente en Cantabria el 5 de septiembre de 2014).

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