sábado, 20 de septiembre de 2014

¡Música maestro!



En un país como este en el que hay más tontos que ventanas no iba a quedarse la fiesta taurina sin su parte alícuota de dichos especímenes. No hombre, no. De hecho, tengo la teoría de que alrededor del albero se dan con más facilidad que en otros ecosistemas y crecen más lozanos y hermosos.

Aquí va un inciso para que no haya confusiones. Esto no es una crónica anti taurina, nada más lejos. Así que si quieren dejar de leer, esta es su oportunidad, luego  no quiero lloros.

Dicho esto también les aviso que no van a leer crítica taurina alguna. No me atrevo. Mi respeto por la tauromaquia y por Joaquín Vidal me lo hacen imposible.

Pocos espectáculos, por no decir ninguno, tienen un protocolo más completo y rígido que el de las corridas de toros. La monarquía inglesa, si acaso. Y pocos, por no decir ninguno, nos los saltamos más ‘a la torera’. Eso sí, lo hacemos de forma organizada. Empezamos a molestar ya en el momento de entrar a la plaza. Para eso somos de lo más disciplinados.

Saltándose el Reglamento, (porque existe regulación para los espectáculos taurinos, sí, señora, existe), que dice que mientras se esté desarrollando la lidia nadie puede acceder ni abandonar su localidad, muchos visitantes del Coso de Cuatro Caminos lo convierten cada tarde en un ir y venir de modelazos que ríanse ustedes de la Semana de la Moda de París.

Durante la lidia no crean que mejora la cosa. Espectáculos etílicos acentuados por el calor aparte, no hay tarde de toros que no le menten la madre a los componentes de la banda de música. Y aquí no podemos tirar de reglamento, porque este no dice nada al respecto, pero sí el uso y las costumbres. Verán, tradicionalmente la música durante una faena es un ‘premio’ al torero que lo está haciendo bien. Y para ello, el sentido común nos dice que hay que esperar a que el matador haya mostrado un poquito de su arte. Vamos, que por coger la muleta con mucho estilo no se va a arrancar la banda a tocar ‘Nerva’ como si no hubiera mañana y Manolo Vázquez, de purísima y oro, volviera a despedirse en La Maestranza.

Pues no hay forma. A la que el torero trinca los trastos y da cuatro pasos hacia el morlaco, Euterpe se apodera del escaso raciocinio de algún seguidor de veredas que, tirando de cuerdas vocales a todo lo que dan, se dirige a la banda y les exige que procedan, acompañando su requerimiento con algún piropo del estilo de ‘vagos’ o ‘comedores’. Eso cuando no les da su docta opinión acerca de la moral de sus respectivas progenitoras. Que digo yo que si tanto les gusta la música por qué en vez del abono de la Feria no se sacan uno del FIS y descansamos todos. Pues ni modo, oigan.

Llegados a este punto y si todo va bien, en el momento de abandonar la plaza el respetable, y los demás, les quedará a los empleados de la empresa volver ‘cristiano’ el graderío, que no crean que es trabajo fácil. Hay tardes que Atila y sus hunos se hubieran avergonzado del estado en que ha quedado.

Estaría bien que al igual que se reparten cada tarde publicaciones taurinas, abanicos y gin tonics, se editara un manual de qué hacer y qué no cuando se va a presenciar una corrida de toros. Eso sí, con poco texto y muchas fotos, adecuado a la capacidad intelectual de las amebas, para no agobiar a nadie.

Aquí les dejo, queridísimos, que me voy a los toros. Hoy no habré hecho muchos amigos con esta Magnolia, pero me he quedado más a gusto que en brazos. Y eso también cuenta.
En septiembre nos vemos. Séanme buenos.

(Publicado en Gente en Cantabria el 24 de julio de 2014).

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