A estas alturas del cuento creo yo que ya nos vamos conociendo y no les descubro nada nuevo, queridos amigos, si les confieso que tengo una mente obtusa. Que ya no sé si eso es bueno o malo, simplemente es un ‘esto es así’ de libro.
Lo que sí resulta es incómodo,
desde aquí se lo digo. Porque no me queda nada bien la cara de pasmo. Y llevo
casi un año sin apearme de esa expresión. Si es que no me miro al espejo porque
me doy pena de llorar amargamente. Imagino que no tengo que decirles que en los
últimos cinco meses se ha ido acentuando cosa mala. Se me está poniendo una
cara de Ron Perlman en ‘El nombre de la rosa’ que no va a haber Corporación
Dermoestética que pueda con ella.
Y lo peor no es eso, lo peor es
que me tengo que contener cada día para no tirarme a la calle, bidón de
gasolina y cerilla en mano, al grito de ¡¡Penitenciagite!! a quemar Consejerías y Ministerios. Por joder, más que nada. Por
joderles la juerga recortadora a la alegre muchachada. Ya que se han empeñado
en acabar con todo y se les nota que disfrutan haciéndolo al paso alegre de la
paz, sería una jugarreta hacerlo de forma rápida y procurando ahorrar
sufrimientos a los damnificados.
Dirán ustedes,
queridos, y dirán con razón, que qué tendrá que ver mi mente obtusa con mi
recién estrenado afán pirómano. Pues que
si no soy yo muy lista para entender la razón de que mis gobernantes hayan
entrado en esta espiral de destrucción del Estado de Bienestar, por nuestro
bien, eso sí, lo suyo sería que alguien me lo explicara. Pero resulta que, el
día que se dignan a bajar del pedestal y dar alguna explicación, en vez de
salir corriendo por la puerta de atrás, esta es tan peregrina que dan ganas de
cogerla de la mano, como María del Monte. Eso cuando no es diretamente falsa.
Me explica mi presidente
regional, un tal Ignacio Diego, que va a cerrar la residencia de mayores de La
Pereda porque el edificio tiene “deficiencias estructurales” y no reúne los
requisitos para prestar una correcta atención a los ancianos. Qué sensibilidad,
qué capacidad de reacción (lleva diez meses de presidente, que quieran que no
ya va siendo un tiempecito), qué sentido de la responsabilidad… Qué cara más
dura. Porque resulta que pasados unos días también nos cuenta que en caso de no
encontrarse uso público al edificio (pero, oiga, ¿no hemos quedado en que se
está cayendo?) se pondrá a la venta. Y claro, yo ya me lié. No puede ser ¿no?
que el presidente regional quiera hacer caja con la venta de un edificio
situado en la mejor zona de Santander a costa del éxodo de 94 ancianos a los
que, entiendo, bastante les habrá costado llegar a considerar dicha residencia
su hogar. No, no puede ser. Lo he debido entender mal.
Como también, seguramente,
formará parte de mi retorcida e incapaz mente la sospecha de que algo tendrá
que ver el cierre con la construcción de una residencia privada al lado mismo
de la que van a dar cerrojazo. ¿Ven como tener una mente obtusa es algo
incomodísimo que puede llevar a la producción indiscriminada de ‘inshidiash’? Y
yo con estos pelos que no hago vida de ellos.
Pero es que no acaba aquí la
cosa. Resulta que pasan las horas y los días y el infame, con persona
interpuesta, que dar la cara no es lo suyo, comunica a residentes y
trabajadores que tienen diez días de plazo para desalojar y largarse, los unos,
a otras residencias (que le vamos a tener que regalar al presidente regional un
mapa para que sitúe Mortera y Puente Arce, que no están precisamente lo que se
dice en los ‘alrededores de Santander’), y a la puñetera lista del desempleo,
los otros.
Y tampoco acaba aquí la cosa. Que
siguen pasando las horas y nosotros siguiendo, ávidos de información y
lexatines, los dimes y diretes de La Pereda nos enteramos que, lejos de estar a
punto de la ruina total, en dicho edificio se invirtieron casi cuatro millones
de euros desde 2005, con la sana intención de adecuarlo a las exigencias de la
recién aprobada, entonces, Ley de Dependencia. Pero, claro, entonces campaban
por sus respetos otros presidentes, otros consejeros, rojos peligrosísimos que
se empeñaron en jodernos el déficit público dando servicios a quienes más los
necesitaban. Servicios que, ¡pásmense!, ¡oh anatema!, consideraban los muy
delincuentes que eran derechos adquiridos en un país donde campaba por sus
respetos un tal Estado de Bienestar que, por ejemplo y vuélvanse ustedes a
pasmar, garantizaba la Educación y la Sanidad gratuitas, universales y de
calidad. ¡Habrase visto!
Cuando, como dios manda y la
iglesia recomienda, pudimos echar a estos perroflautas del Gobierno regional,
aún quedaban pendientes de gasto 450.000
euros que estaban previstos para garantizar la correcta accesibilidad al
centro. Sólo era cuestión de licitarlos, como así hizo el nuevo Gobierno
regional, que el cielo confunda eternamente, para meses después anular la
licitación y anunciar el desahucio y cierre del centro.
Y mi mente obtusa no puede evitar
preguntarse si esta gente que nos dirige, que no gobierna, duerme por las
noches. Si su conciencia está tan blanca como su encefalograma. Si no se
despiertan sobresaltados soñando ser asaltados a bastonazos por todos y cada
uno de los ancianos a los que están tratando como mercancía que se puede
trasladar de almacén cuando uno lo considere oportuno porque bussines is bussines…
Son tantas cosas las que me pregunto que tengo los rizos en permanente estado
de alerta. Y sin previsión de volver a su sano ser.
Eso sí, lo único que me queda
claro de esta y tantas otras macarradas (otro día les hablo de mi amigo The
Opus Man) con las que nos amenizan los días, es que, como diría el maestro
Serrat “entre estos tipos y yo hay algo personal”. Y tiene mala solución la
cosa.
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