viernes, 3 de octubre de 2014

El desván de la fantasía



Hoy vengo con el espíritu programado para la felicidad. Ya llegará el momento en que venga alguien y lo estropee, pero mientras tanto, disfrutemos.

Esta semana no les hablaré de miserias (a ver si soy capaz), ni de sinvergüenzas con mando en plaza. Ni siquiera mencionaré otra carpa que no sea la de un circo, aunque haberlas, haylas. Hoy esto va de fantasía, de ilusión. Como verán, me he levantado más cursi que Barbara Cartland vestida de rosa chicle.

Antes de que algún alma caritativa empiece a buscarme acomodo en un frenopático de guardia, les aclararé que mi felicidad está causada por el premio que le han concedido al hombre que dibujó mi infancia. La mía y la de tantos otros niños de varias generaciones. Saber que a José Ramón Sánchez le habían concedido el Premio Nacional de Ilustración y poner los rizos a recordar fue todo uno. Y todo lo que he recordado ha sido fantástico.

Cuando la televisión y el país todavía eran en blanco y negro descubrí, entre globos y cometas, a un señor que dibujaba cosas maravillosas con un rotulador y que nos hacía creer que hasta los sueños de los perros eran en tecnicolor. 

Por cierto, una pausa aquí: eso de que los perros sueñan en blanco y negro no sé si está científicamente demostrado, que ninguno de mis perros de confianza me lo ha confirmado, pero como estoy harta de leerlo y me venía bien para la cosa literaria, pues allá que fue. Disculpen mi ignorancia, prometo informarme al respecto.

Más tarde, no recuerdo si con la televisión y el país cogiendo color  o aún no, me enteré que ese tipo que hacía que dibujar pareciera tan fácil, bendita inocencia,  era paisano. ¡No me lo podía creer! Para mi corta edad era todo un acontecimiento que alguien a quien admiraba tanto y salía en televisión compartiera lugar de nacimiento conmigo. Un lugar, además, de esos que no salía ni en los mapas del tiempo. Recuerdo que sentía yo un orgullo casi de madre cuando le veía en la tele decorando con su rotulador un desván lleno de fantasía.

De la mano y los colores de José Ramón he conocido ‘1978, Una Constitución para el pueblo’; viví ‘La gran aventura del cine’; di saltitos con ‘Nijinsky y los grandes ballets rusos’; recorrí las apasionantes historias que estudiábamos con el ‘Senda’ de tercero de EGB y hasta he visitado un lugar de La Mancha de cuyo nombre ni Cervantes ni yo somos capaces de acordarnos.

Estas obras y todas las demás tienen la facultad de ponerme de buen humor. No solo porque me devuelvan a la infancia, que también son ganas de volver a recorrer lo recorrido, con lo que ha costado. Es más por la recurrente sensación de felicidad y bondad que destilan. Vamos, que me hacen sentir muy hippie.

El diablillo ese que todos tenemos mirando lo que hacemos por encima del hombro izquierdo me está chinchando ahora mismo con la cantinela de que sí, que muy tierno, bucólico y pastoril todo, pero que no se me olvide que también dibujó los carteles electorales del PSOE en las campañas de las Elecciones Generales de 1977 y 1979.

Pues eso. Lo que yo les estaba diciendo.

(Publicado en Gente en Cantabria el 3 de octubre de 2014).

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