Llevo desde el sábado dándole vueltas a la idea de que hay lugares que deberían ser protegidos de la estupidez humana. Vale que de eso debería ser protegido el Sistema Solar, como mínimo, pero no tenemos papel celofán para tanto. Algunos nos conformaríamos con que los lugares emblemáticos en la historia de la humanidad, al menos en la parte de la historia en que se dieron situaciones que nos volvieron mejores como especie, fueran respetados por aquellos que se empeñan en volvernos a las épocas más oscuras que nuestra memoria colectiva recuerda.
Uno de esos lugares fue mancillado ayer por miles de personas, la mayoría de ellas vestidas de lagarterana, lagarterana de Wisconsin, pero lagarterana al fin y al cabo, comandadas por Glenn Beck, una especie de Federico Jiménez Losantos trasmutado en líder ultraconservador. La turba eligió Washington y concretamente la escalinata del Monumento a Abraham Lincoln, recuerden, aquel presidente de Estados Unidos que liberó al país de la esclavitud, para su performance reivindicativa. Ese mismo monumento que hace 47 años fue testigo de la multitudinaria marcha por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King y escuchó su célebre discurso Yo tengo un sueño. Un sueño aquel en el que el reverendo King veía un mundo mejor para todos, más igualitario y más libre. Pues a tomar por el saco la bicicleta.
Porque el sábado, en Washington, nos salió otro grano en salva sea la parte y Lincoln fue testigo, que ya le podían dejar descansar en paz, de una avalancha temerosa de Dios que le afeaba a su presidente, al de ahora, ya saben, ese negro que se empeña en llevar el siglo XXI a todos los rincones de su enorme país, su pretensión de convertir los EEUU en un régimen socialista. Un momento, por favor, que me ha dado la risa.
¿Y qué reivindicaban los animalitos? Se lo diré en palabras de su telelíder: “hoy, América vuelve a Dios”. Temblores me entran, no les digo más. No porque la idea de la creencia privada en Dios me resulte temible, en absoluto. Lo que me resulta pavoroso es la idea colectiva, que todos sabemos las barbaridades que se han hecho en Su nombre a lo largo tiempo. Y no hablemos de la intención anteúltima (la última es más prosaica: ganar poder político dentro del Partido Republicano) de la piara yankee, ‘Devolverle a América su honor’, exigiendo un menor intervencionismo del Estado y proclamando un renacimiento del país en la fe cristiana. ¡Toma ya!
Eso sí, no puedo evitar, en estos duros momentos, tener un recuerdo sentido para Mariano y Antonio María. Si no fuera porque la envidia no es nada cristiana, juraría que ahora mismo lucen un esplendoroso tono verde botella.
Qué apropiada me ha quedado la tontería, no me digan que no.
(Publicado en AQUÍ DIARO el lunes 30 de agosto de 2010).