jueves, 12 de junio de 2014

El hacedor de milagros



Me van a perdonar queridos míos que hoy el tono desenfadado y de guasa que tienen estas Magnolias no sea tal, no está el horno para bollos. Hoy este reducto de chirigota anda alicaído y de luto porque nos hemos quedado huérfanos.

Se nos ha ido Alberto. Se nos ha ido como se van los grandes, en silencio, sin darnos la oportunidad de agradecerle todo lo que nos dio. Es más, estoy segura de que si existe el cielo en el que él creía estará allá riéndose a carcajada limpia de lo exagerados que somos para nuestras cosas los santanderinos y llamándonos de todo por perder el tiempo en su marcha y no en las cosas importantes de la vida.

Sé que llego tarde porque ya han sido cientos las personas que desde que se conoció la noticia de su fallecimiento han llorado, escrito y hablado sobre Alberto mucho mejor de lo que puedo hacerlo yo. Pero si algo se puede agradecer al oficio de escribir es la oportunidad de contar acerca de las cosas importantes de la vida y que no importe. Y se ha ido Alberto y esto es algo que trasciende las urgencias cotidianas. Porque Alberto durante sus 82 años cambió con sus actos la vida de miles de personas. Hizo de su pasar por este mundo empeño en ayudar a todo aquel que se le acercara con un problema y, créanme, fueron multitud.

Si el Cristo en el que creía y la Virgen del Carmen a la que adoraba existen le habrán recibido contentos aunque un poco temerosos. Conociéndole, me van a permitir la irreverencia, a mí me pasaría. Porque seguro que ya se ha puesto, mano a mano con el padre Llanos, a organizar aquello, a dar la lata para que quien corresponda se ponga manos a la obra y atienda a los pobres de la tierra, que para eso solo hace falta voluntad, y a exigir que se dejen de pamplinas y recibimientos, que hay muchas cosas por hacer y la eternidad no va a ser tiempo suficiente para atender a tantos olvidados, que no estáis a lo que celebráis.

Alberto y el padre Llanos… tan curas y tan rojos; tan humildes y honestos; tan obreros y tan tozudos, que no descarten, queridos, que desde hace unos días el paraíso estará patas arriba,  los coros celestiales habrán abandonado los ensayos y los santos llevarán remangadas las túnicas para no tropezar entre tanta actividad. Miren, hasta me estoy imaginando a Marcelino organizando cuadrillas y horarios. Si es que teníais esto manga por hombro…

Alberto era marino y cura, cubano y cántabro, párroco y hacedor de milagros. De sus manos salieron dineros que no tenía y que dieron respiro a muchas madres de familia cuando no había otra cosa que dar de comer a los suyos que bocadillos de nordeste; de su tenacidad, la cesión de los terrenos para dotar al Barrio Pesquero de un instituto en el que poder educar a la chavalería con “menos lecciones de carretilla y más humanidad”; de su corazón la adhesión inquebrantable a su gente, que era toda aquella que se acercaba a saludarle; de sus ojos, esa mirada de frente, algo escorada a la izquierda, con la que veía el mundo; de su boca, las verdades del barquero, las historias ejemplares, los susurros de consuelo, las palabras de ánimo, las lecciones de vida.

Has levado anclas Alberto y nos has dejado huérfanos. Hasta los norays están de luto. Que la tierra, donde tenías bien anclados los píes, te sea leve, amigo.

(Publicado en Gente en Cantabria el 6 de junio de 2014).

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