sábado, 12 de marzo de 2011

Malnacidos

Leo las declaraciones de la ex teniente de alcalde del Ayuntamiento de Portugalete, Esther Cabezudo, y no puedo evitar que me recorra un escalofrío por la espalda. Esther cuenta, en su declaración ante la Audiencia Nacional en un juicio contra Asier Arzalluz Goñi e Idoia Mendizabal, los etarras a los que se juzga por atentar contra la ex edil en febrero de 2002, cómo ocurrió el atentado contra su vida y cuáles son las secuelas que dejó en ella. Y no todas, ni siquiera las peores, son físicas. Esther no ha vuelto a ser la misma. Sigue, nueve años después, sintiendo miedo. “Siempre tengo miedo”.
Tiene que ser horrible vivir atemorizado continuamente. Revivir una y otra vez cómo la onda expansiva de la bomba colocada para matarte, de lo que tienes que tener una consciencia plena cada minuto de tu vida, te lanzó por los aires varios metros, cómo dañó permanentemente tus oídos, cómo alojó en tu cuerpo varias partículas de metralla, cómo fue una cuestión de ‘suerte’ el que no te pillara de pleno el artefacto ya que no caminabas por tu senda habitual, cómo el escolta que te acompañaba se levantó tras el impacto y corrió a proteger tu cuerpo con el suyo creyendo, quizá, que te vendrían a rematar. Si alguien es capaz de imaginarse sólo una milésima parte de lo que esto puede producir en su persona, que me lo cuente despacito, porque yo no soy capaz.
Esther es una más de los miles de víctimas de ETA. Pero ninguna víctima es una más. No debería. Toda víctima de violencia, de la clase que sea, es inocente en su calidad de víctima. Quiero decir que no hay razón sobre la faz de la tierra que justifique el uso de la violencia, sea quien sea la víctima, así como sea quien sea el verdugo. Tras miles de años de historia es inadmisible que la violencia siga dominando nuestras vidas. Tras miles de años de historia es incomprensible que la violencia se adueñe del género humano y anule nuestra capacidad de razonamiento, de diálogo.
Cuando escribo esto han pasado escasas horas desde las últimas detenciones de terroristas. Parece ser que se ha descabezado el aparato militar de ETA. Por cierto, cada día me parece peor que utilicemos el término militar para referirnos a quienes dirigen a los ejecutores, como me rechina utilizar el término político para quienes ponen la mirilla sobre las víctimas, aunque entiendo la necesidad de encontrar términos comunes para definir el espanto. Se ha detenido, decía, al presunto jefe de los asesinos. Y también mientras escribo esto se conmemora el atentado de la estación de Atocha. Y recordamos a las víctimas de unos y de otros. O, al menos, el común de la sociedad las recuerda y vuelve a emocionarse en el recuerdo.
Mientras, hay quien vuelve a utilizar el horror para sus propios fines. Hoy volvemos a ser espectadores del intento de manipulación política de quienes han sufrido en sus carnes el zarpazo del sindiós. Quienes pretenden otorgar a las víctimas, otorgarse a sí mismos, la exclusiva de la razón y el conocimiento; quienes enfrentan a unos contra otros, ayudando con su mezquindad al mantenimiento de la violencia, ya que no son capaces de dialogar, de razonar, de ceder, y sí de enfrentar, imponer, manipular, mentir. Y ahora no hablo de los terroristas. Estos matan y todos lo tenemos claro. Ahora hablo de los que utilizan el dolor del otro para su propio beneficio, bien utilizando su condición de víctima, bien la de paladín. Ahora hablo de malnacidos.

(Publicado en AQUÍ DIARIO el 12 de marzo de 2011).

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