viernes, 23 de enero de 2015

Caminante, no hay camino



De hecho, hay dos. Caminos, digo. Ya. Que no saben de qué les estoy hablando. ¿Aún no se han acostumbrado a mi dispersión mental? Pues no sé a qué están esperando, queridos, que ya llevamos un tiempecito conociéndonos y lo de mi cabeza no tiene visos de ir a mejor en fechas próximas, ya se lo aviso.

Mientras acabo de trastornarme del todo les cuento la historia de los dos caminos. Como estoy segura que ustedes saben, por Cantabria pasa el Camino de Santiago. Sé que lo saben porque no nos cansamos de presumir de ello y cuando nos ponemos intensos somos más intensos que nadie. Formamos parte del llamado ‘Camino del Norte’, un alarde, sin duda, de la nunca suficientemente ponderada capacidad hispana para ponerle nombre a los bares, las rutas o las operaciones policiales.

Pues bien, resulta que esas gentes convulsas que nos (des)gobiernan han decidido que bien merecía el trayecto que recorre nuestra región ser considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pretensión que, en principio, es encomiable y sobre la que no habría más que decir si no fuera porque para ello han redactado un itinerario, sin contar con el consenso de las Asociaciones del Camino, cómo no, que varía el trayecto tradicional y que deja fuera del Camino de Santiago a la localidad de Güemes. Esto no tendría mayor repercusión que el orgullo dañado de los vecinos y la actualización de los datos en las múltiples referencias sobre el Camino de la Costa que se hicieran a partir de ahora si no se diera la circunstancia de que en dicha localidad está uno de los albergues de la ruta, La Cabaña del Abuelo Peuto, que mejor recoge el espíritu del peregrinaje a Santiago. Atendido por voluntarios, sin precio establecido por la acogida, el donativo que considere apropiado el peregrino es considerado lo adecuado, ha dado cobijo en sus 16 años de existencia como albergue a cerca de 50.000 viajeros.

Y al frente, Ernesto Bustio, sacerdote, viajero, ‘peregrino de la vida’, como él dice, hospitalario y trabajador incansable, como acredita su Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Ernesto, que ha conseguido convertir la casa familiar en refugio de peregrinos y en un proyecto social basado en la solidaridad. 

Ernesto, que se echó una mochila al hombro y se fue a recorrer mundo, “para conocer otras realidades” y volvió para contárnoslo. Ernesto, que junto a algunos otros sacerdotes, cómo no recordar aquí a Alberto Pico, nos congracian aunque sea por un ratito y hasta que rebuzna un pope, con la ‘santa madre’ Iglesia.
Llámenme loca, que pueden, pero si yo fuera el consejero de Cultura, Dios me libre, revisaría la intención. 


(Publicado en Gente de Cantabria el 23 de enero de 2015).

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