viernes, 5 de diciembre de 2014

Que el cielo les juzgue



¿No les pasa a ustedes que cuándo  les recomiendan una película (o un libro, una canción, una ciudad) tan vehementemente que dan ganas de patrocinarla, una vez vista, se les queda el cuerpo como un tanto ‘despegao’, con una sensación de desengaño solo comparable a la de recibir un artículo ‘milagroso’ pedido en el ‘teletienda’?

A mí me pasa mucho. Y no soy yo muy exigente, francamente. Y en cuestiones de cine, menos, que con que el film no contenga niño, perro, extraterrestre o historia de amor apasionado y trágico ya me viene bien. Me tenían que ver huir a trote cochinero de cualquier recomendación que incluya la expresión “es muy bonita”, “muy tierna” o, ya en modo pedante, “de una gran emotividad e intensidad”. Entenderán que ‘ET, el extraterrestre’ me produzca escalofríos, y eso que el bicho me parece una monada.

Pues esto que me pasa con las recomendaciones artísticas me pasa con todo en la vida. Que cuanto más me lo recomiendan más miedo me da, que luego pasa lo que pasa, que te quedas como ‘despegada’ y es una sensación muy desazonadora esa de andar por la vida como Santa Teresa, viendo sin vivir en ti. Y bastante tiene una con lo que tiene, como para parecerse a Teresa de Ávila, por muy santa que fuera la buena mujer.
Aunque bien mirado, lo mismo es una idea para sobrellevar los desatinos que nos ofrece el siglo. Lo de convertirse una en santa aunque sea a fuerza de ver estrenos lacrimógenos, digo, que peor fue lo de Santa Águeda y por ahí sí que no paso.

Decía que puede resultar interesante convertirse en santa, lo del martirio en estos tiempos lo llevamos de serie, que los santos están dotados de poderes sobrehumanos como la paciencia, la capacidad de sacrificio, la bondad… esas cosas. La capacidad de perdón tengo que revisar si aún forma parte del kit oficial, porque al paso que la vamos gastando con tanto arrepentimiento después de alguna barbaridad no sé si ya será un bien escaso y habrá que hacer méritos para que te la concedan.

Porque no me digan ustedes que no son necesarias buenas dosis de paciencia, bondad y capacidad de sacrificio para sobrellevar el día a día y sobrevivir a la cantidad de insensateces, que nos asaltan a cada segundo. Y tengan presente que digo insensateces porque siempre pueden estar ustedes leyendo esto en horario infantil y no se puede decir putadas que queda mucho más ilustrativo.

Bien es cierto que a nadie se le ocurrió recomendarme que votara a quienes nos están haciendo pasar las de Caín. Para eso hace falta tener más valor que Manzanares y más moral que el Alcoyano, ahí, todo a la vez. Digo que a nadie se le ocurrió, pero con todo y con eso, aquí les tengo, (des)gobernándome. Y eso, como película, es mala malísima. Tan mala que dan ganas de irse del cine. Pero no nos dejan salir. El acomodador ha cerrado a cal y canto y de aquí no se mueve nadie. Ni él. Además, amenaza con doble sesión. Y eso sí que no.

No veo el momento en que termine este drama y se abran, de nuevo, las grandes alamedas.

(Publicado en Gente en Cantabria el 5 de diciembre de 2014).

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