viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Quién teme al lobo feroz?



Qué será lo que le ha dado a todo el mundo con los lobos, me pregunto mientras clavo mi pupila marronácea en la pantalla en blanco. Da la impresión de que quisieran acabar con su presencia sobre la faz de la tierra o, al menos, sobre esa parte de la faz que llamamos Cantabria.

Digo yo que no será el afán de venganza por lo de Caperucita. Porque más que frío ese plato ya no hay quien se lo coma. Además, Caperucita era una niña la mar de maja y tranquila y con la sana costumbre de cuidar de sus mayores, pero tampoco es para que se monte un pogromo lobuno con la pila de años que hace desde que Perrault la aupó al mainstream infantil y lo poquito damnificada que salió la muchacha tras su encuentro con el lobo malo malísimo.

Mas se conoce que algo de aquella historia se nos quedó, ahí, ‘aberronchado’ al cortex cerebral y, ahora, vayan a saber por qué razón, nos agarra una furia asesina que no estamos contentos si no matamos un lobo o ocho antes de cenar. Y no digo yo, Dios me libre, que los lobos sean hermanitas de la caridad animal, que algún estropicio tienen apuntado entre el ganado de alta montaña y más de un perro guardián, y más de dos, se las han visto pardas con ellos en el ejercicio de su deber. Pero de ahí a celebrar San Valentín al estilo Chicago años 20 en el Parque de Cabárceno un 28 de noviembre no me digan que no va un mundo. 

Que una cosa es una manada de lobos a su libre albedrío por las montañas de La Liébana, llevando a cabo escabechinas entre cabras y ovejas con el consiguiente quebranto patrimonial de los ganaderos (tampoco nos engañemos, solo Heidi sabía los nombres de todas las ovejas del rebaño de su abuelito dime tú) y otra muy otra, disparar a lobos adultos en cautividad porque están resultando un problema para la paz organizada de un parque natural, tal como ha denunciado el diputado regionalista Javier López Marcano.

Llámenme loca, que ya saben que todito se lo consiento, pero si en el primer supuesto me parece que antes de echarse el rifle al hombro y darse a la caza indiscriminada de la bestia, sobre todo si se es miembro del SEPRONA, se podría intentar controlar la presencia de estas en las proximidades de las ganaderías y establecer medidas de custodia y prevención de ataques y que estas se cumplieran por parte de los probos ganaderos, el segundo supuesto me parece directamente una canallada. Si nos ponemos exquisitos y le damos matarile a todo aquel que perturba la paz organizada, ya les aviso que mis flores favoritas son los girasoles, las margaritas y, si se ven espléndidos, los tulipanes. Estrafalaria que es una.

Ahora nos toca esperar las explicaciones de los responsables del negociado en el Gobierno (qué quieren, me he levantado graciosa hoy). A ver cómo justifican el asesinato, a tiros (eso sí, del calibre .22, como en las novelas de Agatha Christie) de ocho lobos adultos en un recinto que se supone conservacionista. Si es porque la abuela fuma, ni se molesten, ya lo sabíamos. 


(Publicado en Gente en Cantabria el 12 de diciembre de 2014).

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