viernes, 1 de abril de 2011

¿Qué fue de Alfonso Rus?

Convendrán conmigo, queridos, que si bien no es condición indispensable para el ejercicio de la política lucir una exquisita educación sí que es cosa de agradecer. Y convendrán también que a nuestros próceres no tenemos mucho que agradecerles, al menos en este aspecto. Pues, con este buen rollo con el que hemos empezado, y redundando en el tema que tratábamos ayer, hoy les traigo para su uso y disfrute al insigne presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus. Le pondría un redoble de tambores, pero no estamos para gastos.

Recordarán que ayer dejamos a nuestras luminarias inauguradoras ejerciendo a uña de caballo, apurando las últimas horas posibles para dejar su impronta a las nuevas generaciones. Pero se nos escapó Rus. Que no puede una estar en todo y estos chicos me dan mala vida. El molt honorable president de la Diputación de la capital del Turia se lanzó el pasado sábado a inaugurar la estabilización del margen del río Clariano, en Ontinyent, obra a la que no se ha dotado de accesibilidad ya que para acceder a las orillas de dicho río se han puesto escaleras. Enfrentado a este hecho por un discapacitado allí presente, el molt honorable se descolgó ofreciéndole la posibilidad de habilitar unas cuerdas para que los discapacitados pudieran acceder a los márgenes del río. No contento con la ‘gracia’ hecha continuó su interrumpido discurso diciendo “a ver cómo arreglamos esto, que no le hemos puesto un ascensor a los pobres minusválidos”.

El señor Rus debería aprender, a su edad, que el que le increpen a uno, y sobre todo cuando el increpante tiene razón, va con el sueldo. Que un servidor público, sobre todo cuando ocupa un cargo de representación institucional, se tiene que dejar el mal genio y los prejuicios en casa. Que la buena educación abre más puertas y hace más amigos que la soberbia.

Yo también debería aplicarme el cuento, no se crea, señor Rus. Y no es tan difícil, me está saliendo hasta bien. Pero claro, hay que poner un poquito de esfuerzo. Porque si no estuviera haciendo el esfuerzo de comportarme educadamente hace varios párrafos que le hubiera mentado a su santa madre, le hubiera deseado una lesión que le incapacitara para bajar a disfrutar de la ribera del Clariano, le hubiera llamado de todo menos ‘bonico’ y hasta le hubiera pronosticado de qué mal ha de morir.

Pero me esfuerzo. Y como todo esfuerzo tiene su recompensa, esta columna es de lectura apta para menores y puede que me nominen al premio Casa de la Pradera el día que lo inventen.

Mientras, disfrutaré revisionando ¿Qué fue de Baby Jane? y meditando sobre la justicia poética.


(Publicado en AQUÍ DIARIO el 31 de marzo de 2011).

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